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“Es fácil pedir libertad de expresión irrestricta para nosotros mismos o para aquellos con quienes simpatizamos. Pero si ese derecho ha de valer algo, se debe defender sobre todo para quienes no concuerdan con nosotros y, más aún, para aquellos a quienes escasamente toleramos -o no soportamos en absoluto-“.
La participación de la reportera continúa, es claro que no viene a hacer una pregunta. Esto es más parecido a un ejercicio de flujo de consciencia, o de asociación libre, que el Presidente escucha atentamente y sin interrumpir: ahora habla de los mineros de Cananea, de la esposa de Gutiérrez Luna, «la mafia del poder ahí sigue, Presidente», para muestra, Slim se tomó una foto con Claudia Sheinbaum, los parientes de Padrés están involucrados en el Tren Maya, usted sigue permitiendo la corrupción, Noroña dice que lo traicionaron, «¿qué es eso, Presidente?»
Sin hacer menos los puntos que va señalando la periodista, hay que reconocer que es difícil conectarlos. Aunque tienen en común un trasfondo de reclamo de justicia, no dejan de ser viñetas inconexas, sin la solidez de un argumento enfocado, que es lo que suelen poner en la mesa los otros reporteros -los buenos, pero también los más novatos, y sobre todo los que traen alguna petición muy puntual, de algún lugar en algún estado de la República, lejos de los reflectores del centro-. Reyna Haydée Ramírez, en cambio, parece que sólo viene a discurrir un hilván flojo de desaires y reclamos. Sin duda, algunos tendrán fundamento, pero puestos así, juntos y desordenados, no pueden parecer otra cosa que lo que describe más adelante el Presidente: una provocación.
De lo que ella llama “los temas de impunidad” pasa a lo que también ella llama “el tema de la libertad de expresión”, y aquí acusa a los gobiernos de Morena en los estados de tener silenciada a la prensa critica y comprada a la prensa obediente. -Pero primero terminemos el tema de impunidad y luego pasamos a libertad de expresión. -No, termina, le pide el Presidente, quiere que exponga todo lo que tenga que exponer. Y la reportera sigue. El propio Presidente abona dos temas que ella no había mencionado: Loret de Mola, que se dice listo para recibir los embates jurídicos de parte del Gobierno, y Anabel Hernández. Casualmente, la reportera Reyna tiene una grabación de lo que el Presidente pensaba antes de Anabel Hernández; López Obrador le contesta con una grabación de lo que Anabel decía antes del Presidente.
El intercambio, por llamarlo de alguna manera, duró 57 minutos, y habría durado más de no ser por la aceptación franca de López Obrador: -Ya estoy cayendo en la provocación, Reyna. -No, yo no estoy provocando. -Sí sí, me estoy enganchando y mejor vamos a dejarlo hasta ahí.
No es la primera vez que vemos, en los cinco años y medio con mañaneras, esta paradoja en vivo: un periodista que, con una acreditación de prensa, se para con un micrófono frente al Presidente de la República y reclama persecución y silenciamiento. El Presidente ni siquiera tiene que desmentirlo porque los hechos lo desmienten solos. Esta vez, incluso, el Presidente revela por qué garantizar la libertad irrestricta a la prensa no sólo es lo correcto por principio, sino también lo más útil: “es más eficaz mostrar que calumnian que presentar una denuncia legal”. El razonamiento detrás de esta libertad sin ataduras es viejo y conocido, además de frecuentemente repetido por el Presidente: la prensa se regula con la prensa.
Por eso preocupa que desde las redes y en espacios públicos se injurie e intimide a la reportera. Ciertamente, es difícil seguir su monólogo desorganizado e interminable, y es evidente la actitud de quien, más que una pregunta, busca provocar una reacción, sacar al Presidente de sus casillas y después acusarlo de autoritario y censurador. El Presidente, como bien se ve, difícilmente caerá en eso. Pero son los seguidores del Presidente quienes tal vez no tengan el temple de mantenerse a salvo de su propia intransigencia. En un video se ve que un grupo de personas la rodea para gritarle insultos, “chayotera” es el que más se oye. El mote le queda mal a Reyna Haydeé, que trabaja para medios independientes y de quien no se puede, ya no digamos afirmar con pruebas, sino tampoco sospechar siquiera que reciba dinero de grandes corporaciones para calumniar al Presidente. Sus motivos -que los tiene-, para buscar reacciones deben tener otra fuente, incluido, quizás, el mero orgullo profesional.
Ciertamente, ni sus motivos, ni su estrategia, ni el contenido de sus dichos, tienen por qué simpatizarnos. Pero es un error, creo, amedrentarla e insultarla. No faltan, por cierto, los epítetos racistas en su contra, y eso, viniendo de simpatizantes de un movimiento que entre sus más altas banderas tiene la lucha contra el racismo y el clasismo, es darle ínfulas triunfantes a un adversario que lo que más disfruta es hacer caer a los simpatizantes del obradorismo en una vergonzosa contradicción.
Es fácil pedir libertad de expresión irrestricta para nosotros mismos o para aquellos con quienes simpatizamos. Pero si ese derecho ha de valer algo, se debe defender sobre todo para quienes no concuerdan con nosotros y, más aún, para aquellos a quienes escasamente toleramos -o no soportamos en absoluto-.
Cuando el Presidente le confiesa a Reyna Haydeé: “me estoy enganchando”, después de haberla escuchado atentamente durante una hora, pone en evidencia que escuchar, transigir, dejar hablar al otro, no es cosa fácil. Quizá una manera de honrar ese gesto cotidiano es hacer lo mismo que hace él. Dejar hablar a la persona que nos saca de nuestras casillas es precisamente donde se prueba si estamos a favor de las libertades o solamente de nuestros propios intereses.
Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York y profesora-investigadora en El Colegio de México. Se especializa en el estudio del significado en lenguas naturales como el español y el purépecha. Además de su investigación académica, ha publicado en diversos medios textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje, ideología y política.
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