1/13/2007

Las mujeres de los políticos

Desde PROCESO

sara lovera

México, D.F. (apro-cimac).- Todas las muertes son un gran golpe a la inteligencia. Se vive lo que se llama duelo. Toda clase de fantasmas se vuelcan en las personas que amaron a quien muere. Hay procesos de gran desasosiego. La ansiedad no tiene respuestas.

Cuando la muerte es anticipada, incongruente, desastrosa, el dolor es mayúsculo. Cuando se trata de un crimen se levanta una gran indignación, como en los casos de persecución o tortura, desaparición o castigo.

Pero hay muertes anticipadas inexplicables para la superficie del pensamiento. Me preocupa que las mujeres de los políticos se mueran de enfermedades raras, no suficientemente claras, sin transparencia. No porque me imagine cosas horrendas, como un crimen, directo, específico, intencional, con una mano concreta. Más bien pienso en el escenario, en la cotidianidad, en la convulsa relación de esas personas con el mundo que no era el suyo.

Qué pasa con las mujeres de los políticos.

La estadística dice que las mujeres sobrevivimos a los hombres. Son las viudas el tema y no los viudos. Pero hay viudos en plenitud, éstos, los políticos que todo el tiempo viven obsesionados con el poder, con la competencia, con el miedo, con el coraje, con la venganza en sus labios, con el exceso de publicidad, de aparición pública, con la ambición desmedida, con el odio.

La muerte de Mónica Pretelini, la esposa de Enrique Peña Nieto, por "crisis de convulsiones" según el neurólogo, me metió en esta tribulación. Tuve de pronto una enorme zozobra.

Y es que me acordé de Diana Laura, la compañera de vida de Luis Donaldo Colosio, que si bien él murió asesinado y antes que ella, se sabía que Diana estaba enferma. Su vida con el político, ungido a candidato para la presidencia de la República, le hizo estallar un cáncer.

Y me acordé de Rocío, la esposa de Andrés Manuel López Obrador, madre de tres hijos, angustiada y enferma durante varios años. Acompañando las una y mil acciones políticas, turbulentas experiencias y desafortunadas perspectivas, ansiedades que no se han contado.

Y me acordé de la esposa de Manuel Camacho, integrante del pequeño grupo de Carlos Salinas de Gortari, derrotado en su grupo al no ser candidato a la presidencia. Extraño personaje de imagen tímida, con un enorme poder que ha transitado por el tiempo. Viudo antes de los 50 años. Con un halo impenetrable de carácter difícil y corajes acumulados.

Y no puedo dejar de decir que, en condiciones extrañas, con dolores de cabeza, murió la mujer de José Murat, el exgobernador de Oaxaca, también político de 24 horas, de carácter bravo y machín, que no tenía descanso ni respiro, y Lupita se murió un día, así, en el hospital.

¿Cuál será la experiencia de estas mujeres? ¿Cómo es su vida que no les alcanza para enfrentar una vida con estos hombres? ¿Qué les matará el alma y las fuerzas?

La lectura de la vida de Josefina, la amante de Napoleón; la vida de doña Margarita Maza de Juárez, que murió también anticipadamente; la vida de muchas otras mujeres a quienes se les agrega un plus a su condición de mujeres oprimidas cuando, sin proponérselo, se convierten en las consortes de hombres que se echan al mundo a pelear por el simple orgullo de saberse poderosos, con dinero, con ejércitos que les obedecen, autoritarios, metidos en un tobogán que los deshumaniza y los lleva a procesos indefinidos de humanidad trasminada.

Con muchas dificultades, pienso, para comunicar, sentir, amar, responder, acompañar, fraternizarse, compartir, discurrir, analizar, y todo lo que uno desea de quien se pretende comparte con nosotras la vida o debiera compartirla.

Las mujeres de los poderosos, creo, además de subsumirse como sombras tras el poderoso, arriesgan su vida. Ahí tiene usted una pequeña muestra, Mónica, Lupita, Rocío, Ana Laura y ¿cuántas más? (12 de enero de 2007)

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