Laura M. López Murillo (especial para ARGENPRESS.info)
En algún lugar catastrófico, entre las ruinas y el caos yacen los motivos de la tragedia, y entre los claroscuros de la supervivencia deambulan los contrastes de la condición humana...
La magnitud de la devastación provocada por el terremoto en Haití es un dolor expansivo; conforme transcurren los días, el duelo y la desesperanza se incrementan exponencialmente: al día de hoy, el saldo fatal asciende a 150 mil decesos confirmados en Puerto Príncipe, 70 mil cadáveres sepultados en fosas comunes, 400 mil huérfanos, millón y medio de damnificados y un exilio masivo a República Dominicana.
Después de la catástrofe llegaron los corresponsales y la cobertura mediática global, los efectivos militares de la ONU y las fuerzas armadas de EUA. Las donaciones de organismos no gubernamentales y la ayuda humanitaria arribaron después. Y como suele suceder en todas las tragedias, entre los escombros y en la anarquía, surgieron las manifestaciones contrastantes de la condición humana: ante la solidaridad y el altruismo de algunos se contrapuso el egoísmo y la maldad de otros.
En circunstancias de indigencia, como las que privan en Haití, se reactivan aquellos instintos que permanecieron sojuzgados por la razón: la sobrevivencia es un imperativo que destroza todos los convencionalismos y el egoísmo se expande. No obstante, la carga genética de la especie humana también incluye los genes del altruismo; la generosidad es el único remedio contra la violencia y la maldad.
Hoy por hoy, las vicisitudes de la tragedia conmueven a todo aquel que conserve una pisca de sensibilidad para celebrar el triunfo del espíritu humano. Muchas voces se han unido para cantar la esperanza en un horizonte siniestro, pero es preciso advertir el preámbulo de la tragedia.
La Española, es la isla que comparten Haití y la República Dominicana y está ubicada en una región sismológicamente activa que ha experimentado terremotos significativos y devastadores en el pasado cuyo origen es la falla Enriquillo (1). Además, en la historia de Haití sobresalen los genocidios perpetrados por Roger Lafontan y dictadores de la talla de Jean-Claude Duvalier, quien nombró comandante en jefe del ejército al brujo Zacharie Delva con la encomienda de instaurar el vudú como religión oficial cuya observancia era vigilada por una policía esotérica conocida como Tonton Macoutes (2).
Haití se erige en una región geológicamente castigada como una nación históricamente flagelada por regímenes despóticos y el fanatismo. Un deleznable porcentaje de las pérdidas que hoy asolan a sus habitantes tiene su origen en la corrupción trepidatoria y consuetudinaria que impregna las políticas públicas.
Las ciudades en zonas sísmicas deberían erigirse atendiendo a la naturaleza del subsuelo para minimizar las pérdidas humanas, de tal forma que la reconstrucción de las vidas y de la ciudad sea menos dolorosa. Pero cuando el gobierno de un país, o de una ciudad, se asume como una empresa, como una macro agencia de negocios cuyos beneficios se concentran en una élite, no hay estudios ni análisis, ni planeaciones ni pronósticos, lo suficientemente convincentes para modificar la agenda de las políticas públicas.
Allá, en Haití está el ejemplo superlativo. Pero alrededor del mundo existen muchos ejemplos de diversas intensidades cuyas consecuencias también podrían ponderarse con la escala de Mercalli. Uno de esos ejemplos es reciente: por los efectos de uno de tantos frentes fríos que se pronostican este invierno, se registraron lluvias y tormentas inusitadas en la ciudad de Mexicali, en el estado fronterizo de Baja California.
Como consecuencia de la inclemente precipitación, y muy lejos de los imponentes puentes viales recientemente construidos, varias colonias quedaron incomunicadas en el poniente de la ciudad donde los asentamientos irregulares se cubrieron de agua y lodo. Las lluvias destrozaron calles pavimentadas y Mexicali se transfiguró, literalmente, en Bachilandia (3).
Estos lamentables ejemplos seguirán registrándose mientras las verdaderas prioridades se excluyan de la agenda gubernamental, mientras el bienestar de la población marginal y los servicios elementales se posterguen ante proyectos espectaculares, mientras el ornato sea el criterio para la realización de la obra pública.
Aquí, allá y en todas partes, las inclemencias de la naturaleza suelen causar tragedias y desastres en los sectores menos favorecidos, en las zonas marginadas donde deambula el olvido institucional; por eso, debajo de las ruinas de una catástrofe yacen los motivos de la tragedia, y entre los claroscuros de la supervivencia deambulan los contrastes de la condición humana…
Notas:
1) Paul Mann y su equipo presentaron en 2006 una evaluación de riesgo en la falla de “Enriquillo”, y en la 18ª Conferencia Geológica del Caribe en marzo de 2008. En José María Pérez Gay. Haití: el mal y la desdicha. La Jornada. Domingo 24 de Enero del 2010. http://www.jornada.unam.mx/2010/01/24/index.php?section=opinion&article=013a1pol
2) José María Pérez Gay. Haití: el mal y la desdicha. La Jornada. Domingo 24 de Enero del 2010. http://www.jornada.unam.mx/2010/01/24/index.php?section=opinion&article=013a1pol
3) En la primera plana del diario La Crónica de Baja California del viernes 22 de enero del 2010 sobresale la fotografía de un automóvil que cayó al derrumbarse la calle donde circulaba. http://www.lacronica.com/EdicionDigital/EdicionImpresa.aspx?Fecha=2010/1/22
Laura M. López Murillo es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
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