Fechorías impunes
El ministro de la infancia de Irlanda, Barry Andrews, anunció la construcción en Dublín de un monumento para recordar a los niños que, por décadas, fueron víctimas de golpes y abusos sexuales en instituciones administradas por órdenes religiosas católicas. El ministro dijo que el monumento será un permanente recordatorio de la negligencia y los abusos del pasado, y una advertencia para ser vigilantes y evitar los vejaciones contra los niños. Varios informes dados a conocer el año pasado por el gobierno irlandés, revelaron numerosos abusos sexuales, físicos y emocionales en escuelas, orfanatos y otras instituciones manejadas por la Iglesia católica desde 1930.
Los descubrimientos de dicho informe causaron trauma, dolor, indignación y horror
en este país predominantemente católico, al poner en evidencia los errores del Estado, de las órdenes religiosas y de la sociedad en general, que ignoró las pruebas de estos abusos, agregó Andrews. En los informes no se menciona el nombre de las víctimas ni de los agresores para no invalidar futuros procesos judiciales, pero la orden de los Hermanos Cristianos erogará 145 millones de euros a modo de reparación.
El informe desveló a la jerarquía de la Iglesia católica irlandesa, a la que acusa de encubrir sistemáticamente los casos de abusos y pederastia para mantener el secreto, evitar el escándalo y proteger su reputación
. Cuatro arzobispos ya renunciaron por encubrir a los abusadores, cuyo número supera ya los 200, mientras el Estado pidió perdón a las víctimas porque permitió esas vejaciones.
Ahora se sabe también que el actual pontífice echó al otrora poderoso obispo John Magee por proteger a sacerdotes pedófilos. Magee fue secretario personal de Paulo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II. Con éste conoció sus días de gloria y lo mandó a Irlanda luego de nombrarlo obispo. Pero la mala fama de Magee data de 1978, tras la muerte imprevista de Juan Pablo I, quien falleció de un infarto. La versión oficial fue que su secretario, el padre Magee, lo había encontrado muerto en su lecho y que había avisado de inmediato al secretario de Estado, cardenal Jean Villot.
Como se difundió rápidamente el rumor de que a Juan Pablo I en realidad lo habían asesinado con una bebida envenenada, el Vaticano dijo entonces que fue una vieja monja la que vio primero al Papa muerto cuando le llevó su habitual café mañanero. Ella corrió a avisar a Magee, quien a su vez llamó a Villot.
En México bien debía erigirse otro monumento como mínima forma de condenar los abusos cometidos por un sacerdote poderoso: Marcial Maciel, protegido de pontífices, especialmente de Juan Pablo II; defendido por cardenales como Norberto Rivera y Juan Sandoval. Y que la justicia jamás llamó a rendir cuentas de sus fechorías.
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