1/29/2010


¿Estábamos mejor cuando estábamos peor?

Jaime Martínez Veloz
Las dos pasadas elecciones presidenciales en México se desarrollaron en medio de un esquema propagandístico falaz, pero efectista en términos publicitarios y resultados que acompañados de una operación electoral soportada en recursos financieros legales e ilegales, permitieron el ascenso al poder del Partido Acción Nacional. Los resultados están a la vista: el desastre nacional es inocultable.

En el año 2000, sobre la divisa de que lo importante era echar al PRI de Los Pinos por los 70 años de corrupción y mentiras se fortaleció la tesis del voto útil y de la necesidad de votar por cualquiera, sin importar quién fuera ni los proyectos que tuviera, con tal de que el tricolor perdiera la hegemonía.

La propuesta del voto útil partía de una serie de ideas que parecían razonables. La primera era que el principal problema del país lo representaba el Revolucionario Institucional y, por tanto, había que echarlo del poder. La segunda, encadenada a la anterior, daba por descontado que, una vez en la Presidencia, Acción Nacional podría, sin duda, resolver los graves problemas que nos aquejaban. Así llegó Fox, quien junto con sus head-hunters se constituyeron en una decepción para aquellos que pensaban sinceramente en la alternancia y el cambio democrático. La solemnidad chocante que caracterizaba los ritos del priísmo fue sustituida por la chabacanería rupestre que caracterizó la presidencia de Fox. Punto y aparte se anotan los dislates en materia de política interna y externa.

El poder cambió de manos y de partido, pero las mañas y corruptelas que tanto criticaban, no sólo las continuaron, sino que las hicieron con mayor cinismo y desfachatez. Sobre la base del hartazgo en contra de los políticos, la ciudadana Martita demostró a propios y extraños que los del PRI eran niños de pecho en eso de las componendas y los negocios familiares al amparo del poder.

En 2006, después de haber fracasado por todas las vías para desaforar y excluir de la contienda a Andrés Manuel López Obrador, la misma maquinaria propagandística del voto útil de 2000 se enderezó en contra de la candidatura de AMLO, sobre la tesis de que el candidato de la izquierda mexicana era un peligro para México. Boletines, pasquines y todo lo que se pudiera para descalificar a López Obrador se utilizó en forma vulgar y sin pudor alguno para desacreditarlo.

Los resultados del actual gobierno demuestran que el verdadero peligro para México no era López Obrador, sino la incompetencia, el cortoplacismo y la incapacidad para orientar el rumbo de la nación. Salvo contadas excepciones, el gabinete del gobierno federal se caracteriza por su mediocridad y el atrevimiento a medidas temerarias producto de su ignorancia y el complejo de culpa, que le causan las dudas sobre la legitimidad con la que preservaron la Presidencia de la República. La llamada guerra contra el narcotráfico ha convertido al país en un infierno y el escalamiento de la violencia alcanza niveles incontrolables.

Rumbo a 2012 ya se perfila la nueva tesis, donde los mismos que estuvieron detrás del promocional AMLO es un peligro para México intentan enfilar todas sus baterías en la construcción del nuevo leit motiv de la próxima contienda presidencial: impedir el regreso del presidencialismo y los caciques del PRI y para ello los dirigentes del PAN y del PRD, sin decirnos adónde vamos a llegar, nos piden que nos unamos sin discusión alguna en contra del regreso del autoritarismo del PRI.

La política de alianzas es una constante en todas las democracias del mundo; se producen por tiempos, proyectos determinados y con una agenda acordada de antemano. No creo que sea una actitud democrática descalificarlas. Es un recurso que debe verse con naturalidad y asumirlo como tal, en función de las condiciones de cada estado, que deben ser las que determinen el tipo de alianzas y los proyectos que se asuman en común.

Por ello el planteamiento de las alianzas expresado por las dirigencias de Acción Nacional y del sol azteca de que serán realizadas exclusivamente entre esos partidos con el propósito de terminar los cacicazgos del PRI o para detenerlo en su carrera rumbo a 2012, expresa en el mejor de los casos una visión reduccionista de la compleja realidad mexicana, sobre todo cuando están documentados muchos casos de cacicazgos que han emigrado al PRD, y que en otros se han creado al amparo del poder, donde ningún partido está exento de estas prácticas tan criticadas, pero tan socorridas.

¿El PRI de Beatriz Paredes es más oligárquico que el PRI al que perteneció Camacho Solís? ¿Todos los priístas son iguales? Y, si son iguales, ¿por qué se insiste en incorporarlos como candidatos de las nuevas alianzas? Éstas y muchas preguntas más son a las que se enfrentarán los hoy entusiastas promotores de una estrategia cuyo puerto de llegada es incierto.

En este debate, la respuesta del PRI ha sido inconsistente, expresa sus limitaciones para el debate a campo abierto; sabe que le pegaron donde le duele. Sus logros, sin demérito de sus capacidades, se deben en gran medida a los errores gubernamentales y a la incapacidad de sus adversarios, lo cual no basta para suponer que su regreso a la Presidencia de la República se encuentra en automático.

El tricolor debe hacer un corte de caja y reflexionar con sinceridad sobre los errores que ha tenido la conducción del país y las responsabilidades que como organización tiene ante una sociedad compleja y madura, evaluando su oferta política. Sólo entonces podrá preguntarse seriamente qué ofrece al país como opción partidaria.

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