Sara Sefchovich
Recuerdo de Luis Spota
día 20 se cumplió un cuarto de siglo de la muerte del escritor Luis Spota, autor de casi treinta novelas que relatan el país que fue México entre los años 40 y fines de los 70 del siglo XX.
Fue el suyo un fresco enorme y ambicioso que incluía todo: al mexicano que peleó en la Segunda Guerra Mundial, a los braceros o “mojados” que cruzaban a Estados Unidos para ganarse unos dólares, tema por entonces tan novedoso que dijeron que lo había inventado, a un torero que quiso y consiguió el éxito aunque a costa del sacrificio personal, a una actriz de la época de oro del cine mexicano, a la lucha por el poder de los líderes sindicales, a la construcción de una presa en medio de la selva que le sirvió para mostrar su admiración por el régimen de Alemán y sus grandes obras de infraestructura, a la burguesía que había nacido a la sombra de la Revolución y se enriquecía a pasos agigantados y a la otra cara de ese proceso que eran los pobres que empezaban por entonces a llegar a la ciudad de México y a establecerse en sus márgenes.
Hay también el retrato de una república latinoamericana con un héroe que es a la vez Castro y Trujillo, Pérez Jiménez y Perón, Sandino y Cárdenas y el de la Decena Trágica mexicana desde la perspectiva de las vivencias cotidianas de la gente. Hay también novelas sicológicas e intimistas en las que se ocupa de un hombre que encerró por años a su familia, de los intelectuales contra quienes sentía enorme amargura porque lo trataron muy mal (los que califica de neuróticos, oportunistas y flojos), de un individuo asediado por el poder dictatorial y de un hombre que había sido ladrón y quería regenerarse, pero no lo consigue porque la policía corrupta lo obliga a robar otra vez.
Su novela La Plaza se refirió al movimiento estudiantil de 1968 y en ella exculpaba al gobierno por la represión. Autores a los que había citado lo obligaron a retirarla de circulación y reescribirla.
Su obra cumbre fue la serie La costumbre del poder, seis novelas publicadas entre 75 y 80 que relatan a un país gobernado por un presidente todopoderoso rodeado de una camarilla corrupta y servil. “Crónica y novela, mezcla caracteres ficticios y reales, da un quién es quien de la época y describe las costumbres y moral de esos años”, escribió un crítico.
En sus últimas novelas retomó hilos argumentales y personajes de obras anteriores para darles nuevos giros, con los mismos temas y modos de escribir que siempre usó.
Durante cinco años estudié la obra de este escritor y le dediqué un libro. Puedo asegurar que su interés y su obsesión fue el poder: “Poder para hacer triunfar a un torero o a una estrella de cine, para encerrar a una familia, para obligar a un hombre a robar, para terminar con una huelga, para reprimir a los estudiantes o asesinar opositores. Poder del general y del presidente, del empresario y del funcionario, del policía y del padre, pero sobre todo y ante todo, poder del dinero”.
A Spota hubo quien lo consideró “el Balzac mexicano” mientras que otros lo despreciaron por su manera de relatar las historias con lo que un crítico llamó “un realismo de rompe y rasga”. Alguien dijo que estaba demasiado interesado en “lo más superficial y sensacionalista, escandaloso, espectacular”. Se le acusó de que la estructura y lenguaje de sus novelas eran demasiado simples y los personajes poco desarrollados. Un estudioso dijo que lo suyo era “chapucería artística” y hubo quien afirmó que sus novelas no merecían ni tomarse en cuenta sino simplemente tirarlas al cesto de la basura.
Pero más que la escritura, lo que más molestó de este autor fue su ideología, que él mismo resumía en su mantra: “Tener buenas relaciones con los hombres en el poder”. Ello hizo que se le acusara también de “chapucería moral”: “El problema de Spota como escritor no es una cuestión de estética sino de moral”, escribió Carballo.
Pero algo tendría su narrativa que a los lectores les encantaba, vendía muchísimo y era muy leído. Y ese algo fue que encontraban en sus obras un retrato hablado del país que conocían y de sus poderosos que soportaban.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
Fue el suyo un fresco enorme y ambicioso que incluía todo: al mexicano que peleó en la Segunda Guerra Mundial, a los braceros o “mojados” que cruzaban a Estados Unidos para ganarse unos dólares, tema por entonces tan novedoso que dijeron que lo había inventado, a un torero que quiso y consiguió el éxito aunque a costa del sacrificio personal, a una actriz de la época de oro del cine mexicano, a la lucha por el poder de los líderes sindicales, a la construcción de una presa en medio de la selva que le sirvió para mostrar su admiración por el régimen de Alemán y sus grandes obras de infraestructura, a la burguesía que había nacido a la sombra de la Revolución y se enriquecía a pasos agigantados y a la otra cara de ese proceso que eran los pobres que empezaban por entonces a llegar a la ciudad de México y a establecerse en sus márgenes.
Hay también el retrato de una república latinoamericana con un héroe que es a la vez Castro y Trujillo, Pérez Jiménez y Perón, Sandino y Cárdenas y el de la Decena Trágica mexicana desde la perspectiva de las vivencias cotidianas de la gente. Hay también novelas sicológicas e intimistas en las que se ocupa de un hombre que encerró por años a su familia, de los intelectuales contra quienes sentía enorme amargura porque lo trataron muy mal (los que califica de neuróticos, oportunistas y flojos), de un individuo asediado por el poder dictatorial y de un hombre que había sido ladrón y quería regenerarse, pero no lo consigue porque la policía corrupta lo obliga a robar otra vez.
Su novela La Plaza se refirió al movimiento estudiantil de 1968 y en ella exculpaba al gobierno por la represión. Autores a los que había citado lo obligaron a retirarla de circulación y reescribirla.
Su obra cumbre fue la serie La costumbre del poder, seis novelas publicadas entre 75 y 80 que relatan a un país gobernado por un presidente todopoderoso rodeado de una camarilla corrupta y servil. “Crónica y novela, mezcla caracteres ficticios y reales, da un quién es quien de la época y describe las costumbres y moral de esos años”, escribió un crítico.
En sus últimas novelas retomó hilos argumentales y personajes de obras anteriores para darles nuevos giros, con los mismos temas y modos de escribir que siempre usó.
Durante cinco años estudié la obra de este escritor y le dediqué un libro. Puedo asegurar que su interés y su obsesión fue el poder: “Poder para hacer triunfar a un torero o a una estrella de cine, para encerrar a una familia, para obligar a un hombre a robar, para terminar con una huelga, para reprimir a los estudiantes o asesinar opositores. Poder del general y del presidente, del empresario y del funcionario, del policía y del padre, pero sobre todo y ante todo, poder del dinero”.
A Spota hubo quien lo consideró “el Balzac mexicano” mientras que otros lo despreciaron por su manera de relatar las historias con lo que un crítico llamó “un realismo de rompe y rasga”. Alguien dijo que estaba demasiado interesado en “lo más superficial y sensacionalista, escandaloso, espectacular”. Se le acusó de que la estructura y lenguaje de sus novelas eran demasiado simples y los personajes poco desarrollados. Un estudioso dijo que lo suyo era “chapucería artística” y hubo quien afirmó que sus novelas no merecían ni tomarse en cuenta sino simplemente tirarlas al cesto de la basura.
Pero más que la escritura, lo que más molestó de este autor fue su ideología, que él mismo resumía en su mantra: “Tener buenas relaciones con los hombres en el poder”. Ello hizo que se le acusara también de “chapucería moral”: “El problema de Spota como escritor no es una cuestión de estética sino de moral”, escribió Carballo.
Pero algo tendría su narrativa que a los lectores les encantaba, vendía muchísimo y era muy leído. Y ese algo fue que encontraban en sus obras un retrato hablado del país que conocían y de sus poderosos que soportaban.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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