1/23/2013

De culpas y promesas



Porfirio Muñoz Ledo

En los inicios de sexenio suelen yuxtaponerse, con el establecimiento de un nuevo equilibrio de fuerzas, los lamentos, autocríticas y aun divisiones entre los derrotados, el tejido de nuevas alianzas y las ofertas publicitarias de los vencedores. Ocurre con tal celeridad que el comentarista debe retener de un solo plumazo un conjunto de fotografías políticas instantáneas.

Ha sorprendido en estos días la rotundidad con la que el Partido Acción Nacional reconoce sus flaquezas, mismas que habían hecho públicas algunos de sus dirigentes que luego lo abandonaron. Admite hoy que durante los 12 años en los que “encabezó la Presidencia de la República no logró desmantelar el régimen autoritario ni tuvo la capacidad para generar una cultura democrática”. Que incorporó en cambio “prácticas autoritarias, clientelares y corruptas” en el ejercicio del gobierno y en el partido mismo.

No ofrece, sin embargo, detalles ni específica quiénes cometieron esas faltas. No propone siquiera, como Mariano Rajoy, iniciar auditorías a su propio partido ni saca las conclusiones adecuadas respecto del mediocre resultado de la alternancia y el abandono de la reforma del Estado que había sido concebida en el 2000 precisamente para evitar estas catastróficas consecuencias.

Durante los años recientes documentamos esas y otras desviaciones —como la ausencia de legitimidad electoral— en dos libros: La ruptura que viene y La vía radical para refundar la república, que contienen el recuento de los agravios en que incurrió el régimen panista. Sobre todo haber privilegiado el uso de los instrumentos del poder sobre la transformación profunda de las instituciones públicas. En su tiempo esas publicaciones, junto con innumerables artículos semanarios, despertaron una jauría de insultos y descalificaciones. Hoy podrían anexarse a las conclusiones del cónclave de ese partido. No basta regodearse con la denuncia de una “docena trágica”, como lo hace el bando triunfador. Es menester enmendar el camino con proyectos claros de modificación de las estructuras políticas y de la conducta de los gobernantes. Eso es en verdad lo que debieran pactar las fuerzas en juego con la sociedad.

No se puede sin más cantar el principio de una “nueva era”, como lo hacen los voceros del oficialismo, fundada en acuerdos que por cierto ha suscrito también el adversario vituperado. Doy como ejemplo la declaración en el sentido de que los años del panismo fueron “perdidos” para la diplomacia mexicana y, con el pretexto de un viaje del Ejecutivo a Sudamérica la afirmación de que ha comenzado una “nueva política exterior”, sin determinar objetivos, métodos ni mecanismos de concertación, sin llamar siquiera a un debate público sobre asuntos tan cruciales para la nación.

Llama la atención al respecto que en el Pacto por México no se haya dedicado ningún capítulo a la política exterior del país. Tan sólo tres menciones tangenciales, contenidas en otros apartados: el derecho a migrar entendido como un derecho humano y la consecuente defensa de nuestros compatriotas en el extranjero, la cultura como proyección de nuestro país en el mundo y la creación institutos de México en el exterior y finalmente una ley que reglamente el procedimiento para que un extranjero pueda ser expulsado del territorio nacional.

Si en alguna rama de la administración se hace necesaria una política de Estado es en la diplomática. Debiéramos retomar, en mi criterio, el proyecto de reforma constitucional que determine la creación de un Consejo de Política Exterior en el que estén representados los actores públicos, económicos y sociales involucrados. Reconocer al servicio exterior mexicano como un órgano de Estado y aprobar la nueva ley reglamentaria que ya está dictaminada en la Cámara de Diputados.

En la política sustantiva no es suficiente precisar la orientación e identidad de nuestros vínculos con cada una de las regiones del mundo: con los vecinos, las potencias y los países emergentes. Es necesario elaborar una agenda temática con prioridades, que deben ser pocas para resultar efectivas. Lo más importante: un país subordinado no puede aspirar a ser un actor global, como los mexicanos lo requerimos y lo deseamos.

 Político

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