Enrique Dussel*
En
el artículo 39 de la Constitución se define que la soberanía reside en
el pueblo. A menudo no hay conciencia de que el pueblo es la única sede
de la soberanía, y el Estado, como macroinstitución, ejerce una
supeditada, fundada y por representación del pueblo, pero no tiene
soberanía fuera de la que el pueblo le delega. Por ello, la máxima
corrupción, y la primera, es cuando las instituciones del Estado se
arrogan el derecho a ejercer la soberanía contra el mismo pueblo,
situándolo como masa obediente que puede manipularse por la mediocracia
(tema de la película La dictadura perfecta).
Y es la
corrupción fundamental de la que derivan los otros niveles de la
corrupción. Por ejemplo, el petróleo, el gas y los minerales son un
bien común del pueblo. Que un gobierno –una institución interna del
Estado– se arrogue el derecho a su dilapidación o privatización sin
tener el consenso expreso de la comunidad política es un acto de
corrupción derivado de ese situarse como sede primera de la soberanía.
O como cuando una comunidad auténtica y de base debe crearse una
policía comunitaria (cuando no es paramilitar u organizada por los
grandes propietarios para defensa de sus intereses particulares, o
cuando son grupos orquestados por las mafias) y la policía oficial los
reprime en nombre de la soberanía del Estado, se ha puesto el carro
delante de los caballos, se ha invertido y corrompido el concepto de
soberanía que tiene por única sede al pueblo, y que la delega por
representación necesaria, pero siempre ambigua, al Estado.
Es decir, constitucionalmente, por el artículo 39, la voluntad del
pueblo (que hasta Carl Schmitt debe remitirse a ella en el Estado de
Excepción) es anterior a la Constitución y al poder judicial (y por
supuesto a un Supremo Tribunal de Justicia), ya que es el pueblo el que
convoca a la Asamblea Constituyente y su legitimidad es anterior a la
legalidad de la misma Constitución. Por ello, haberle negado la
posibilidad de expresar su voluntad con respecto a bienes que le
pertenecen como bienes comunes al pueblo (y no al Estado) es suma
corrupción, tanto del Ejecutivo, del Legislativo, como del Judicial.
En el nivel de la comunidad pedagógica, que no es una comunidad
política, tal como las universidades (y por lo tanto tienen funciones
distintas, y sus miembros constitutivos tienen diferente peso en sus
juicios, tales como profesores y estudiantes), es una pena que una
comunidad universitaria triunfante no haya luchado por lograr la
autonomía (que es el equivalente analógico de la soberanía popular en
la política, autonomía ya ejercida por las universidades medievales en
las que los señores feudales, los reyes y hasta la Iglesia no podían
intervenir en la elección de sus autoridades; y, más cercano a
nosotros, el movimiento de la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918
logró tras larga lucha la autonomía universitaria). Por ello es extraño
que un movimiento ejemplar de estudiantes no haya exigido como primer
reivindicación la autonomía, y pasivamente se resigne a que le nombren
otros sus autoridades (sea una junta o una secretaría).
En
la comunidad política, cuando las instituciones del Estado o el
gobierno se atribuyen el derecho a ser la sede última del poder
político, pueden entonces negociar con otros poderes (económicos o de facto, incluyendo los cárteles
de la droga u otras organizaciones criminales) el ejercicio compartido
del poder. En esto consiste la corrupción derivada de la primera.
Por ello, Evo Morales, siguiendo la experiencia zapatista, indica
que como presidente ejerce un poder obediencial al pueblo. Está
cumpliendo así el artículo 39 de nuestra Constitución. No es entonces
un milagro que en menos de 10 años ese país de América del Sur, el más
pobre después de Haití en la época anterior, haya multiplicado por 10
el presupuesto del Estado plurinacional boliviano. Un gobierno
incorruptible enaltece y enriquece a un pueblo, y suprime la corrupción.
El pueblo es el fundamento del ejercicio del poder y no el enemigo
del gobierno al que hay que enfrentar con ejército y policía. En el
país nombrado de América del Sur se nacionalizan el gas, el petróleo y
el litio, y aunque no es perfecto (no puede serlo por la condición
humana), disminuye la pobreza y aumenta la riqueza común y privada.
Nos quejamos con razón de la corrupción que ha penetrado hasta la
esencia institucional del Estado. La única fuente de su regeneración es
que el pueblo, en Estado de Rebelión, como en el comienzo del siglo XIX
y en el siglo XX, ejerza su soberanía y recuerde en los hechos que es
la única y última instancia del ejercicio del poder político, de la
soberanía, de la legitimidad y aun de la legalidad. Además, está en el
centro de la Constitución en su artículo 39. Debemos entonces obrar y
pensar desde ella, pero también antes y después de ella; debemos obrar
con el pueblo como autor colectivo y soberano de la historia.
*Filósofo
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