Por José Marín Saldívar Pizaña
@marinsp
Las redes sociales han aportado a la discusión pública una vertiginosa sucesión de temas que indignan a la ciudadanía. Uno de ellos es el de los abusos, el despilfarro y los desplantes de un sector social que, encumbrado, deja evidente, una vez más, la abrumadora brecha de desigualdad que existe entre los diversos estratos socioeconómicos de México. Una desigualdad que con frecuencia se mira desde sus niveles paupérrimos y pocas veces analizada desde la cumbre, a la que, bajo diversas circunstancias lícitas o no, se accede ya sea por medio de la ostentación de poder político, económico o, incluso, criminal. Hablamos de lo que Ricardo Raphael ha denominado Mirreynato, la otra cara de la moneda llamada desigualdad y que cruza de manera transversal a nuestra democracia y a nuestro vilipendiado sistema de derechos humanos.
I Democracia y derechos humanos
La democracia es, simple y llanamente, un procedimiento de elección de autoridades y representantes mediante elecciones donde gana quien más votos obtiene. Para que exista y se pueda conservar se requiere del respeto de ciertas reglas mínimas. Transitar a la democracia ha requerido dos cosas, conquistar derechos de tradición liberal, y segundo, la conquista de los derechos de tradición socialista, y como nos referimos a conquista de derechos, nos referimos a conquistas de prerrogativas para todos y todas, es decir, prerrogativas universales (en contraposición a los privilegios de clase, raza, etc.) derivadas de nuestra “dignidad” de personas, según refiere la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo primero.
En la Universidad los profesores insistieron en que la democracia es lo anterior: un procedimiento, reglas y punto. No modelos económicos, de distribución de la riqueza, de impartición de justicia, etcétera, en franco debate frente a los que sostenían (y lo siguen haciendo) que la democracia no existe si hay desigualdad, pobreza, injusticia, en fin. Y mis profesores siguen teniendo razón, eso es la democracia.
Sin embargo, la democracia no existe per se. Existe porque se considera que hay condiciones que la propician. Las primeras condiciones son, retomando las reflexiones del filósofo italiano Norberto Bobbio, la garantía de los derechos liberales a la asociación, de reunión, de pensamiento y expresión, libertad personal, entre otros. Y para que estos derechos de libertad sean posibles se requiere poder ejercer la libertad, esto es, contar con las garantías de ser libres en esos aspectos, por lo tanto, para poder ir a votar libremente requiero no tener hambre y que, entonces, nadie pueda comprar mi voto a cambio de una despensa; debo estar saludable, y que, entonces, nadie venga a comprarme con vales de medicina o tarjeta de bonos. En otras palabras, debo tener garantizados como mínimo los derechos de tradición socialista al trabajo, salud, educación y seguridad social. Lo anterior significa que la democracia, a pesar de ser solo procedimiento, requiere de la afirmación de ciertos valores (lo que en otro espacio he denominado el contenido axiológico de la democracia moderna) de libertad y de igualdad a través de derechos para poder existir. La democracia requiere de igualdades y libertades mínimas, universales (para todos y todas), y no ser, de lo contrario, mera apariencia.
II La posdemocracia
Hace casi 10 años, el sociólogo y economista inglés, Colin Crouch (Posdemocracia, Taurus, México, 2004) describía el advenimiento de las posdemocracias, a saber, democracias sometidas a los poderes de facto: empresariales, de interés, de opinión, etcétera, que enmarcadas en las reglas que caracterizan a las democracias, terminaban por representar, más que a los interesas de la ciudadanía, los intereses de las élites económicas, de los monopolios, entre otros grupos de interés.
Crouch considera que, si bien la democracia parece no tener frente a sí alternativas sensatas tras la caída del socialismo y pareciese triunfante al expandirse tras la euforia de las transiciones democráticas, muchos regímenes democráticos han devenido posdemocracias. Por posdemocracia se entienden aquellas situaciones donde tras un “momento democrático”, esto es, el momento en que los usos de la democracia se han vuelto cotidianos, elecciones libres, competidas, etc., es decir, donde se ha asentado la normalidad democrática, viene otro momento, caracterizado por: a) el “aburrimiento, la frustración y la desilusión” de los electores; b) donde los intereses de las fuerzas económicas u otras minorías se imponen sobre los intereses de la sociedad en general; c) las élites políticas aprendieron a sortear la presión social al tiempo que manipular las demandas de la población persuadiéndolos por medio del marketing político y sus campañas político-publicitarias. (véase, Philip Resnick, 2007, La democracia del siglo XXI, Antrophos-Fundación Miguel Giménez Abad, España; Albert O. Hirschman, 1991, Retóricas de la intransigencia, Fondo de cultura económica, México).
Para Crouch, la posdemocracia y la predemocracia coinciden en ser momentos protagonizados por élites cerradas, y tendiendo a la concentración de poder, económico, político e ideológico en unos cuantos, como ha sucedido en Italia con el ex primer ministro Berlusconi, o en el reciente papel que jugaron las televisoras en las elecciones presidenciales de 2012 en México o bien, lo que ha venido sucediendo en el proceso electoral en curso con las constantes violaciones a la normatividad electoral por parte del Partido Verde Ecologista de México (PVEM).
A la par de las transformaciones que se han presentado en el paso de sociedades democráticas a sociedades posdemocráticas, se han desarrollado fenómenos en términos de derechos que cuestionan no solo la viabilidad de la democracia, sino que la cimbran. En la base de esos temblores que amenazan al edificio democrático, se encuentran los antiigualitarismos. (Luigi Ferrajoli, 2009, Derechos y garantías, la ley del más débil, 6ª ed., Trotta, España). Antiigualitarismo que vienen de diversos frentes (económicos, nacionalistas, políticos, culturales), que amenazan con restringir o vulnerar el trasfondo originario de la democracia moderna, es decir, los derechos fundamentales. La desigualdad originada por causas económicas mina la calidad de la democracia, pero la desigualdad hecha derecho cimbra al edificio democrático.III El régimen de los mirreyes
En fechas recientes, el académico y
periodista mexicano, Ricardo Raphael, publicó un nuevo libro
(Mirreynato. La otra desigualdad, 2014, Temas de Hoy, México), en el que
pone la lupa sobre los hijos de la élite empresarial y política de
México, visibiliza la impunidad que les provee sus riqueza y poder
heredados. Discriminar, excluir, despojar de dignidad, abusar y aplastar
son acciones recurrentes en estos personajes, expuestos en las redes
sociales bajo motes como ladys o gentlemans. Icónico resulta el caso de
una de las primeras ladys: Lady Profeco,
quien al no ser atendida con prontitud en un restaurante amagó con
clausurar el establecimiento por intervención de su papá, el entonces
Procurador Federal del Consumidor, el priísta Humberto Benítez Treviño.
Más allá de lo anecdótico que pueda parecer tratar a estos personajes en
un espacio de análisis, el autor toma estos casos como una excusa para
reflexionar sobre la desigualdad sobre el otro extremo (no el de los
últimos escaños de la escala social), no sobre los “últimos pisos” sino
sobre quienes habitan los “primeros pisos”, es decir, se analiza la otra
desigualdad, la de arriba.
Hablamos de una clase que, habiendo
heredado poder económico, de la manera en que haya sido, heredó también
liderazgo, social y en, cuando se lo proponen, político, pues son por lo
general hijos de empresarios o de políticos. Lo cual da cuenta de que
en el proceso de transición a la democracia en nuestro país, algo no se
hizo bien. Y Ricardo Raphael lo subraya, no se vigiló el comportamiento
de la élite económica como se hizo con la política. En algún punto,
muchísimo antes de lo ocurrido en el resto de los países con mayor
tradición democrática, de forma prematura nuestra democracia devino
posdemocracia, aún no se consolidó la democracia cuando esta yacía
sometida a los intereses empresariales y demás grupos de interés (el
Partido Verde Ecologista de México ilustra la situación).
En algún punto, el juego democrático fue
aprovechado por las élites para no solo preservar sino aumentar las
brechas de desigualdad, desproveyendo a los pisos de abajo de garantías
efectivas de acceso a derechos, y por tanto cancelando de facto el
carácter universal de éstos, para colocar en situación de privilegiados
(en tanto que el acceso a esas prerrogativas, antes derechos, se vuelven
privilegio de ellos) a los hijos de una élite (insistimos, empresarial y
económica), que lejos de apostar por el desarrollo de este país ha
cultivado sus fortunas a costa del futuro de la mayoría de las y los
mexicanos, prueba de ello son los recurrentes escándalos de corrupción,
pan de cada día, que han caracterizado la actual administración federal.
Raphael señala: “La prepotencia siempre ha existido pero hoy se hace
notoria, lo mismo que la impunidad, la corrupción, la discriminación y
la desigualdad; sin embargo, el síntoma de los tiempos es la entrega de
garantías para incurrir en todo lo anterior sin pagar costo alguno.”
No es resentimiento social el trasfondo
de la reflexión sobre los mirreyes, es la alarmante ilustración de un
México profundamente desigual, donde la democracia, los derechos
humanos, la participación política, la vida digna, se vuelven mero
discurso ante un contexto que solo favorece a unos cuantos y no a la
generalidad. El autor es puntual: “el mirrey debe ser observado no como
un síntoma aislado, son como la principal manifestación de una
enfermedad social que hoy recorre a México… «Mirreynato»: ellos dan
nombre a una época, a un régimen moral con grandes repercusiones sobre
la vida cotidiana de la mayoría.”
El futuro de la democracia en el país,
el futuro de las instituciones, del mismo Estado y la crisis de la
política pasan por resolver una gran asignatura pendiente: la abrumadora
desigualdad que hace de nuestro sistema de derechos un moderno sistema
de privilegios y prebendas. ¿Cómo hacer posible el artículo primero de
la Declaración Universal de los Derechos Humanos en nuestro país, es
decir, como afirmar que todos nacemos “libres e iguales en dignidad y
derechos” ante tales desigualdades, ante personajes que con poder,
heredado o comprado, despojan al otro de su dignidad, al amparo de una
clase política y económica insensible y omisa?
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