lustración: Pe Aguilar / @elesepe1
El tornado que azotó Ciudad
Acuña el lunes muy temprano, nos recordó que nada podemos hacer frente
a los embates de la naturaleza. En pocos segundos causó una destrucción
inenarrable, que podría compararse a la que puede hacer un incesante
bombardeo durante horas, como sucede en algunas poblaciones del Medio
Oriente, las cuales han obligado a una migración histórica en la
región. De acuerdo con investigadores del cambio climático en el mundo,
los fenómenos meteorológicos van a ser cada vez más dramáticos, con
estragos terribles para los seres humanos.
Sin embargo, se puede
asegurar que las afectaciones al país en su totalidad por causa de las
políticas públicas seguidas desde hace tres décadas, son peores que un
tornado. La gran diferencia está en que éste deja secuelas flagelantes
e imágenes de pesadilla, mientras que la tarea destructiva del grupo en
el poder no deja huellas visibles a primera vista, pero como es fácil
apreciarlo luego del tiempo transcurrido desde el golpe de Estado de
los tecnócratas, son de igual o peor dramatismo que los daños
provocados por un tornado.
Sin duda, los habitantes de
Ciudad Acuña se sobrepondrán a las calamidades sufridas, no porque
reciban ayuda de los gobiernos federal y estatal, sino porque están
obligados a continuar su vida, no importa la magnitud de los daños,
para sacar adelante a los niños y hacerles menos terrible su diario
caminar en un medio ambiente que parece estar en contra de la vida. Lo
que no pueden enfrentar, porque ni saben cómo ni tienen los elementos
para ello, es la violencia del Estado, que es cada vez peor al paso de
los años con el pretexto de la “guerra” contra el crimen organizado.
En este sexenio, al paso que
lleva el “gobierno” de Enrique Peña Nieto podrá igualar o superar la
marca histórica que dejó el desgobierno de Felipe Calderón, en cuanto
se refiere a cifras de muertos y desaparecidos. No debe asombrarnos que
así sea, porque se trata de una estrategia de despoblamiento y de
terror social con una finalidad geopolítica muy concreta. La Casa
Blanca en Washington quiere asegurarse de que México quede plenamente
ligado a su proyecto de seguridad nacional conforme a sus intereses de
dominación regional, y vaya que lo está consiguiendo, con la
complacencia interesada de la alta burocracia “mexicana”.
El narcotráfico, el crimen
organizado, el terrorismo, son mecanismos ideados y puestos en marcha
por los “thing tanks” de las grandes universidades estadounidenses al
servicio de la plutocracia globalizadora. Son la “justificación” que
necesitan para intervenir en países que consideran su patio trasero,
especialmente México por colindar con el resto de América Latina. Si la
naturaleza también “colabora” en sus afanes de control político, pues
bienvenidos sean los siniestros como el ocurrido en la población
coahuilense, donde con el pretexto de ayudar a los damnificados
llegarán militares y policías con la orden de sentar las bases de un
control político más efectivo, particularmente necesario a dos semanas
de las elecciones intermedias.
Sin embargo, más pronto de lo
que se imagina el grupo en el poder, esa presencia será insuficiente,
como así sucede ya en Michoacán, en Guerrero, en Tamaulipas y otras
regiones del territorio nacional, agobiadas no por la recurrencia de
fenómenos meteorológicos, sino por los flagelos de un Estado sin leyes
al servicio de grandes intereses oligárquicos. No es fortuito que en
tres décadas haya crecido exponencialmente el número de pobres en el
país, al extremo de abarcar ya dos terceras partes del total de
habitantes, tampoco lo es que la calidad de vida de los mexicanos haya
caído a niveles que ya preocupan a los organismos internacionales que
se encargaron de programar las políticas públicas antidemocráticas
vigentes.
Con todo, a quien más debería
preocupar esta situación es a la burocracia dorada, pero los hechos
demuestran que la tiene sin cuidado el desmoronamiento del país y de
sus instituciones, construidas con visión y patriotismo por un Estado
surgido de una trascendental revolución social, la primera de su
magnitud en el mundo en el siglo pasado. Hoy nada queda de ese gran
movimiento revolucionario, sino paradójicamente el retorno de las
causas que lo originaron, como lo vemos a lo largo y ancho del
territorio nacional. Si los tornados son hechos apocalípticos, el
neoliberalismo los sobrepasa con su destrucción ominosa.
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