Ilustración: Pe Aguilar / @elesepe1
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Es incuestionable que mientras más avanza el sexenio, más
se recrudece el desaliento de la población, no sólo al ver que la
violencia continúa su marcha fatídica, sino al comprobar cada día que
la política es un estercolero. Lo más dramático es que no hay visos de
que las cosas mejoren, pues las fuerzas progresistas y democráticas que
serían las indicadas para inducir cambios positivos, están imbuidas por
un afán protagónico al gusto de la oligarquía, lo cual ha favorecido
una división cada vez más acentuada, situación que facilita la labor
antidemocrática y de abierto entreguismo de los bienes nacionales a
intereses extranjeros, principal responsabilidad de la alta burocracia
en este duro momento histórico nacional.
Ni que decir tiene que mientras más se desalienten las
clases mayoritarias, más posibilidades tiene la oligarquía de actuar en
contra de la nación y de la economía popular. Esto debiera ser un
factor disuasivo de la desunión que priva en las filas de la izquierda,
situación que planeó Jesús Reyes Heroles cuando instrumentó la reforma
política que más beneficios produjo al sistema política mexicano. Él
tenía muy claro que la desunión de las organizaciones progresistas era
fundamental para que el Estado mexicano apuntalara un proyecto de corte
bonapartista, o sea un gobierno autoritario bajo el disfraz de una
supuesta democracia avalada por el sufragio universal.
En la actualidad, la “izquierda” es un conjunto de
organizaciones que más que buscar el cambio de régimen, como es
fundamental en un sistema donde el Estado de derecho es inexistente,
luchan por cuotas de poder que más bien son limosnas que les tira la
clase política al servicio de la oligarquía. El Movimiento Regeneración
Nacional (Morena), es el único partido de izquierda verdadera que tiene
como premisa fundamental el cambio de régimen, como paso esencial para
que la democracia pueda ser un hecho concreto, no un espejismo como
sucede actualmente.
En 2018, si las fuerzas progresistas se resisten a una
unidad básica -si es que antes no sucede algo que impida un proceso
electoral transparente y avalado por un amplio consenso social- el
sistema político será avasallado por una oligarquía que no esperará más
tiempo para instaurar un régimen pinochetista, con el aplauso de las
corrientes más retrógradas de Estados Unidos y la Unión Europea, las
cuales serán las principales beneficiarias de ese retroceso histórico.
Porque la velocidad que lleva la descomposición del
“gobierno” de Enrique Peña Nieto no augura nada positivo. Aunque
parezca increíble, los hechos están demostrando una mayor incapacidad y
más proclividad al autoritarismo que los dos desgobiernos del PAN, lo
que es mucho decir con respecto a la violencia que activó la “guerra”
contra el crimen organizado que puso en marcha Felipe Calderón. Todo
está de cabeza en la actualidad, como lo patentizan los hechos, y lo
más grave es que la alta burocracia se empeña en no aceptarlo ni
siquiera como una elemental actitud de que tiene voluntad para
recomponer la situación.
No hay un asomo de mínima autocrítica, un pésimo indicio
de que se carece de interés por remediar los errores cometidos. Pero
vistas las cosas con objetividad, lo que ocurre es que para el grupo en
el poder su actuación no es equivocada, sino apegada estrictamente al
guion elaborado en los altos círculos de poder de Washington. Desde el
punto de vista de quienes ocupan Los Pinos, ellos están actuando
eficientemente. Que no lo sepamos apreciar así los ciudadanos de a pie,
les tiene sin cuidado.
Si la economía va en picada, si la violencia se vuelve
cada día más terrible, si el desaliento de la población es un eficaz
caldo de cultivo para protestas sociales cada vez más caóticas, eso es
parte del proceso que debe seguir el sistema político mexicano en su
etapa de consolidación de un modelo neoliberal oligárquico y un Estado
autoritario sin riesgos de ser enfrentado por la población mayoritaria.
Sin embargo, una cosa son las estrategias desarrolladas en los planes
de gobierno, y otra muy diferente la realidad que es la que finalmente
impone sus condiciones.
¿Quién puede asegurar que el desaliento que hoy es un
freno a la organización ciudadana, algún día no muy remoto pueda
convertirse en el motor de organizaciones sociales progresistas con un
proyecto reivindicatorio bajo liderazgos ajenos a la falsa izquierda?
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