José Antonio Rojas Nieto
Antes
de continuar con la reflexión sobre la deuda de Estados Unidos veamos
brevemente el comportamiento de su producción industrial vecina,
indicador privilegiado para ver su economía. Tuvo su comportamiento más
dramático –permítaseme decirlo así– en junio de 2009: caída del orden
de 15 por ciento respecto de junio de 2008. Acumulaba, por lo demás, 15
meses de registros negativos, siempre respecto del mismo mes del año
anterior.
Antes de ello, vivió cuatro meses de tasas positivas cada vez
menores. Es decir, de diciembre 2007 a junio 2009 tuvo 18 meses de los
más críticos experimentados por su economía. Y aunque en julio de 2009
y los siguientes cinco meses todavía registraron crecimientos
negativos, fueron cada vez menos negativos. Finalmente, en enero de
2010 la producción industrial volvió a crecer, aunque sólo un poquito
respecto de enero de 2009. Una vez más tasas positivas. Y así ha
continuado hasta agosto de este año.
Sin embargo, desde diciembre de 2014 esas tasas son cada vez
menores. Y si nos atenemos a comportamientos anteriores, una vez más
podrían empezar a ser negativas en septiembre u octubre. No en balde la
Fed decidió no elevar todavía la tasa de interés. Se inhibiría una
inversión que no acaba de despegar. La anterior fase de crecimiento
industrial continuo fue de 74 meses: junio 2002 a marzo 2008. La actual
lleva 68 meses de crecimiento continuo. En ese marco a mediados de 2014
se alcanzó –una vez más– el más alto nivel de producción industrial
anterior, logrado a finales de 2007. Sólo viendo este indicador,
observamos seis años y medio de retraso económico. Y de entonces a la
fecha, crecimiento continuado. Aunque con tasas cada vez menores los
últimos nueve meses.
¿Qué vendrá? Para responder esta interrogante –incluso importante
para nosotros– retomemos aquí el asunto de la deuda. A mediados de
2002, con el reinicio del crecimiento industrial positivo, el
endeudamiento global era de 38 mil billones de dólares (siempre dólares
de hoy). Representaba 2.7 veces el PIB estadunidense, en esos momentos
de 13.9 miles de billones de dólares. En el invierno de 2007, al
término de esos 74 meses de crecimiento industrial positivo, el
endeudamiento había llegado a 55.6 miles de billones de dólares
actuales. Ya representaba 3.4 veces el PIB, en ese momento de 16 mil
300 billones de dólares.
En esa etapa de producción industrial ascendente, el PIB creció 17
por ciento. La deuda 47 por ciento. En sí mismo eso es terrible.
Crecimiento de producto con mayor crecimiento de la deuda. ¿Qué sucedió
en los 78 meses –de finales de 2007 a mediados de 2014– que tardó la
industria en alcanzar el máximo nivel de producción de finales de 2007,
previamente a su derrumbe? Algo distinto. Evolución pareja de PIB y
deuda. No se profundizó el endeudamiento. Pero no hubo
desendeudamiento. Salvo algunas pequeñas variaciones –al alza y a la
baja–, en todo este periodo la deuda global de nuestros vecinos no ha
sido inferior a tres veces su producto.
Esta
situación me recuerda mucho un artículo –creo que de finales de los 80–
de Rosario Green. Se preguntaba si nuestra economía debía crecer para
poder pagar la deuda o, por el contrario, debía pagar la deuda para
poder crecer. La respuesta en el caso estadunidense es contundente.
Crecer con una deuda que –respecto del producto– no crece. Pero tampoco
disminuye. Así de simple. Debo agregar –me lo solicitan algunos
estimados lectores– que desde el punto de vista de los acreedores, el
más importante de ellos es el de los bancos y financieras de depósito,
a los cuales se deben 10 mil 900 billones de dólares. Les sigue el
conjunto de acreedores extranjeros con 10 mil 400 billones de dólares.
Luego –y también a nivel interno– las compañías de origen estatal pero
autónomas (llamadas en inglés government sponsored enterprises),
a las que se deben 6 mil billones de dólares. Y –para sólo dar otros
acreedores importantes que individualmente parecen tener menos
importancia– la suma de la deuda a fondos mutualistas, compañías de
seguros de vida y fondos de pensiones alcanza 11 mil 300 billones de
dólares.
Varios autores que estudian con detalle la dinámica y la estructura
contemporáneas de la deuda estadunidense subrayan la enorme limitación
que representa para el crecimiento y la evolución continuada de la
inversión, esta pesada deuda. Y no dejan de indicar las tremendas
implicaciones que conlleva la elevación de la tasa de interés, asunto
que representa una tremenda contradicción. Tasa baja hace perder
competitividad al sistema bancario y financiero estadunidense para
captar fondos. Tasa alta inhíbe el crédito para fortalecer la inversión
y con ella el crecimiento. Y en medio el dólar fuerte.
Ya lo veremos. También veremos –Carlos Morera, del Instituto de
Investigaciones Económicas de la UNAM insiste– la enorme deuda
registrada con otros mecanismos indirectos. No en balde –se asegura– la
economía vecina vive uno de los momentos más delicados de su vida
económica reciente. Con una aguda problemática, cuya solución no será
ni rápida ni fácil. De veras.
NB: Un año sin los normalistas de Ayotzinapa. Y sin muchos más. ¡Qué tristeza! ¡Qué rabia!
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