6/11/2016

Visibilizando brechas de género


   MONEDERO
Por: Carmen R. Ponce Meléndez*


En el marco del 36 periodo de sesiones celebrado en la Ciudad de México, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) presentó su documento “Horizontes 2030: la igualdad en el centro del desarrollo sostenible”. 

Los profundos desequilibrios económicos, sociales y ambientales han motivado la búsqueda de respuestas por parte de la comunidad internacional, a través de esfuerzos que han madurado por más de dos decenios.

La más amplia y ambiciosa es la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que los 193 países representados en la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobaron en septiembre de 2015.

Un instrumento central para la consecución de estos objetivos es la creación de bienes públicos globales. El carácter imprescindible de esta dimensión es evidente en los temas ambientales.

Hay otras dos dimensiones en que también se ha hecho más visible la percepción de que es urgente una acción global colectiva y coordinada: la recuperación del crecimiento mundial y el cuidado del medio ambiente.

Por un lado, la recuperación de la economía mundial de la crisis financiera iniciada en 2008 ha sido más lenta e incierta de lo que se esperaba, y existe el riesgo de una nueva crisis en los próximos años.

La creciente desigualdad, la presión del ajuste externo sobre las economías más débiles y la caída de la inversión junto con la multiplicación de los activos financieros conforman un cuadro de incertidumbre y baja demanda agregada que imprime un sesgo recesivo a la economía mundial.

Superar este escenario exige la construcción de bienes públicos para la estabilidad y el pleno empleo a nivel global: políticas fiscales expansivas coordinadas y una nueva arquitectura financiera que reduzca la incertidumbre y la volatilidad generada por el apalancamiento excesivo, y los movimientos especulativos de capital.

Desde esta mirada se plantan las brechas estructurales como el hecho de que la pobreza y la concentración del ingreso aumentan la vulnerabilidad.

Una parte sustantiva de estas brechas que no se cierran, por el contrario están más vivas que nunca es la visibilización de las brechas de género que forman parte de este importante documento, como algo que limita considerablemente el desarrollo de las personas, específicamente de las mujeres.

Las brechas económicas, sociales, territoriales y ambientales dificultan el avance en virtud de un crecimiento económico sostenible y limitan la posibilidad de transitar hacia economías y sociedades más inclusivas.

El Objetivo 5 de los ODS busca lograr la igualdad de género y el empoderamiento de todas las mujeres y las niñas. Este objetivo es más amplio que el de los ODM, que se centraba en el acceso a la educación y la disminución de la mortalidad materna.

Entre los elementos que representan un avance significativo se destacan la lucha por erradicar toda forma de discriminación y el reconocimiento y valoración del trabajo de cuidado no remunerado, pues contribuyen a la autonomía femenina en las esferas pública y privada.

El acceso a recursos y la eliminación de las desigualdades en el trabajo remunerado y no remunerado son dos variables fundamentales para alcanzar esos objetivos. La incidencia de la pobreza monetaria en mujeres y hombres es una aproximación al tema del acceso a los recursos.

VER GRÁFICA AQUÍ

El ingreso de las mujeres es muy desigual; el tiempo que le dedican al trabajo remunerado es muy bajo, a diferencia de los hombres (ver gráfica) 26.2 por ciento, versus 67.8 por ciento. Las mujeres cuentan con pocos ingresos propios y una gran carga de trabajo no remunerado.

Finalmente, la consideración del bienestar de las mujeres no puede restringirse a su ingreso. Un elemento central para analizar las brechas de género en el bienestar es el uso del tiempo y la distribución del trabajo no remunerado en los hogares.

Aunque las mujeres participan menos del mercado laboral, su carga global de trabajo es mayor que la de los hombres. Además, la composición entre trabajo remunerado y no remunerado es diferente entre sexos: en el promedio de nueve países, alrededor de 40 por ciento del trabajo de las mujeres es remunerado, mientras que en el caso de los hombres es de alrededor de 80 por ciento.

En México, 32.2 por ciento de las horas de trabajo de los hombres son no remuneradas, cifra que en Brasil apenas supera 10 por ciento.

Las mujeres realizan la menor proporción de trabajo remunerado en el primer país y distribuyen casi equitativamente su tiempo entre trabajo remunerado y no remunerado en el segundo.

El porcentaje de mujeres sin ingresos propios triplica al de los hombres en todos los países, lo que se explica por las diferencias en la participación laboral. También las brechas entre los ingresos laborales por sexo, que son significativas en gran parte de los países de la región, contribuyen a este resultado. Estas brechas se entrecruzan y potencian con las desigualdades étnicas y raciales.

Twitter:@ramonaponce

*Economista especializada en temas de género.


Especial
Cimacnoticias | Ciudad de México.- 

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