La Jornada
Las medidas
antinmigratorias ordenadas por Donald Trump desde el arranque de su
mandato han generado una onda de choque que puede sentirse en todo el
mundo, pues el singular peso de Estados Unidos como destino de los
flujos migratorios globales hace que las decisiones de este país
impacten de manera palpable no sólo en sus naciones vecinas, sino en
prácticamente toda la cadena migratoria, incluyendo a las naciones de
origen y de destino de los viajeros.
A poco más de una semana de que el multimillonario asumió la
Presidencia, puede constatarse que además del brusco desorden ocasionado
en el comercio mundial por sus políticas proteccionistas, contrarias a
la lógica de la globalización neoliberal, su decisión de convertir a la
potencia mundial en una fortaleza contra el ingreso de seres humanos se
ha traducido en obstáculos adicionales a flujos migratorios que ya antes
resultaban caóticos, atropellados y proclives a generar todo tipo de
abusos contra las personas que dejando sus países buscan mejorar sus
condiciones de vida o ponerse a sí mismas y a sus seres queridos, a
salvo de regímenes autoritarios o situaciones bélicas.
El furor antinmigrante con el cual Trump conquistó el favor de los
votantes más reaccionarios se vio plasmado en su actuar gubernamental el
miércoles 25, cuando firmó decretos para iniciar la construcción del
muro fronterizo con México, ampliar la detención y expulsión de
extranjeros indocumentados, y tomar represalias contra las llamadas
ciudades santuarios, aquellas que han optado por integrar a sus
comunidades migrantes y cuyas autoridades ven en la diversidad un valor
que define su propia identidad, entre las cuales destacan Los Ángeles y
Nueva York.
A los frentes abiertos contra México, las autoridades locales
de decenas de ciudades, e incluso propietarios de terrenos por donde
pasaría el muro, se sumó el viernes 27 un decreto que suspende durante
120 días el proceso de admisión de refugiados musulmanes, además de
prohibir por 90 días el ingreso a viajeros procedentes de siete países
de mayoría musulmana –Irán, Irak, Libia, Somalia, Sudán, Siria y Yemen–,
sin importar que cuenten con un estatus migratorio legal e incluso con
papeles que acrediten su residencia, la conocida green card
en Estados Unidos. Esta última medida, que en menos de 24 horas había
dado lugar a decenas de detenciones en aeropuertos, suscitó de manera
inmediata el rechazo dentro y fuera de Estados Unidos por sus
connotaciones abiertamente discriminatorias y su carácter violatorio
tanto de la Constitución estadunidense como de la legalidad
internacional.
Como dejan claro los decretos emitidos a lo largo de la semana tanto
en materia migratoria como en otros temas, el actual mandatario
republicano pretende que en cuestión de horas los ciudadanos de su país y
el resto de las naciones acepten la imposición de un nuevo orden
mundial, contrario tanto a la creciente liberalización y secularización
de las relaciones humanas como a la multipolaridad que cada vez en mayor
medida caracteriza la correlación internacional de fuerzas.
Las consecuencias profundas de tal intento de viraje unilateral apenas podrán
comenzar
a entreverse en un futuro cercano, pero no puede mirarse sin
preocupación este retroceso en la nación que a estas alturas sigue
presentándose como líder del mundo democrático.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario