3/20/2019

Sobrevivir de la parcela



Para llegar a Tixtla hay que subir una colina. Al descender sobresalen los cerros cenizos por la sequía que arrecia en los primeros meses del año. El valle, que se nutre del agua de la laguna, luce esplendoroso por los maizales, las hortalizas y el colorido de las flores. En ese suelo sureño, donde nació Vicente Guerrero, se encuentra la normal rural Raúl Isidro Burgos, en el casco de la hacienda de Ayotzinapa. La mayoría de las familias vive del campo. Don Rafael López Catarino, padre de Julio César López Patolzin, uno de los 43 alumnos desaparecidos de Ayotzinapa, tiene su parcela de maíz, con la que ha podido sostener a sus cuatro hijos.
El mercado conserva la buena fama de vender productos frescos de las tierras de riego. Es una delicia saborear tortillas moradas con una barbacoa de chivo. Hay que llegar temprano para alcanzar el pan y los atoles. Los fandangos en Tixtla son parte de la algarabía del pueblo. Los grupos especializados en los sones tixtlecos se encargan de alegrar las tardes en los fines de semana. Es sábado y los sones no pueden faltar. En el barrio del Santuario, donde se venera a la Virgen de la Natividad, vive don Rafael López. Es la casa de sus consuegros. Entran por la misma puerta donde uno de sus familiares vende pan. Es un pasadizo que cruza su recámara y lleva a su precaria cocina. En ese espacio guarda los instrumentos para el campo. Los muebles: tres sillas y cuatro bancos de plástico. Una mesa breve sirve de comedor.
Desde el martes ando en busca del agua y apenas ayer empecé a regar mi parcela. Estoy regando día y noche, nos comenta don Rafa, quien llega fatigado de la faena, sudoroso.
Don Rafael, humilde campesino que toda la vida ha sembrado maíz y hortalizas, no logra contener su enojo: “Licenciado, ¿por qué nos hace esto el gobierno?, ¿por qué dicen eso los de la televisión? ¿No les bastó desaparecer a mi hijo? Ahora lo tachan de infiltrado, de traidor… y a mí también, licenciado. Me pregunto: ¿acaso porque soy pobre, no tengo derecho de exigir la presentación con vida de mi hijo?” El pesar de don Rafa es muy grande. No sólo carga el sufrimiento por la pérdida de su hijo, sino el escarnio público, de que recibió dinero del Ejército. Se le quiebra la voz y no puede contenerse. “Ya no soporto esto… ayer iba a agarrar una botella de licor, pero mis hijos me la quitaron y mejor me fui a seguir regando mi milpa.
“Me ha tocado sufrir mucho, licenciado. Mi padre trabajaba en la Ciudad de México, manejaba maquinaria pesada. Un día nos avisaron que lo mataron. Su cadáver lo encontraron en la presa de las águilas, yo tenía siete años. Después mi mamá se fue a trabajar a México y a nosotros nos metió al internado nacional infantil. Ahí recibíamos muchos maltratos. No aguantamos y después de un año nos escapamos y regresamos a Tixtla. Aquí crecimos. Todos mis hermanos están muertos; soy el único que sobrevive de los seis. En 1985 me casé con Joaquina. Dios nos bendijo con cuatro hijos, Julio César es el segundo.
“Cuando terminó el bachillerato, Julio César se fue a hacer examen a la normal de Tenería, en el estado de México, pero no lo pasó y se tuvo que regresar. Siguió trabajando en el campo y también como peón. Al siguiente año lo volvió a intentar, pero tampoco pasó. Entonces se metió al Ejército. En 2013, cuando pasó el huracán Ingrid y [la tormenta tropical] Manuel, Julio César se cayó y se lastimó la columna. Lo tuvimos que hospitalizar. Al salir ya no quiso regresar al Ejército. Le insistí que probara suerte aquí en la normal de Ayotzinapa. Afortunadamente pasó el examen. Eso es todo lo que hay, licenciado. No hay nada más que yo sepa.”
Sobre los videos que circulan en cadena nacional, nos explica que el 29 de septiembre de 2014 fue con su esposa al 50 batallón porque se rumoraba que el Ejército tenía a los estudiantes. Ante la falta de información, confiaron en que los militares podían informarles algo, porque su hijo ahí había trabajado.
Doña Joaquina comenta: Bien recuerdo que ese día iba con mi mandil blanco, el que uso diario. Me acompañaba mi hermana. Llegamos al batallón y nos atendieron dos militares. Nos dijeron que estaban preocupados por mi hijo, que lo estaban buscando y que lo iban a seguir haciendo. Me dieron dos sobres con dinero, para que supuestamente lo siguiera buscando. En ese rato me puse muy mal, me andaba desmayando. Por eso me pasaron con los médicos y me tomaron una muestra de sangre. Según iban a ver si tenía alta la glucosa. Ese día me dieron los resultados. Tenía 200 de azúcar, me dijeron que era prediabética, que estaba muy mal y nada más. Nunca me explicaron que esa muestra era para el ADN. La única muestra que di fue a los peritos argentinos. Si los militares usaron mi sangre para otra cosa pido que los investiguen.
Doña Joaquina secundada por don Rafael nos relatan que, en esos días, los militares nos hicieron firmar muchos papeles. Dijeron que nos iban a dar dinero y una casa cuando se resolviera lo de mi hijo. A más tardar en cinco años, pero primero teníamos que firmar, y así lo hicimos. Y es la fecha que no nos han entregado nada. Seguimos viviendo en una casa que no es nuestra. Apretados. No tenemos camas para todos. Yo y mi esposo dormimos en colchonetas.
Don Rafael alcanza a expresar que está sufriendo mucho por lo que está pasando. Se siente muy apenado con los padres de los 43 y con la normal. No sé qué hacer, ni qué decir. Tengo mucha pena. Sin atinar a comentar algo, sólo tendimos nuestras manos sobre su espalda. Su impotencia y su enojo nos contagiaron ante tantas tropelías. Le infundimos ánimo y le expresamos nuestra solidaridad. Su generosidad la saboreamos con unos panes bien calientitos. Satisfecho, nos dijo: acaban de salir del horno. Apenas hace tres días lo terminamos de hacer. Con el apoyo de mi hija, vamos a hornear nuestro pan, porque el que ahora vendemos, es de mis consuegros.
Doña Joaquina, amable y sencilla, mira al cielo para exigir que investiguen a los militares, porque tienen que probar lo que están diciendo. La cantidad de dinero que supuestamente les dio el Ejército, y que apareció desglosada en las pantallas de televisión, contrasta con su vida de campesinos pobres, que no cuentan con casa propia y que sólo tienen como patrimonio una parcela de riego y tres sillas de plástico para recibir a las visitas.
* Director del Centro de Derechos Humanos Tlachinollan
** Abogado de los familiares de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa

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