Jordy Micheli*
Ha habido una mirada
escrutadora sobre la península de Yucatán por el proyecto del Tren
Maya. Las preocupaciones sobre las afectaciones ambientales y sociales
que puede provocar en subregiones de la península han sido difundidas y
ha dado pie a posicionamientos, en algunos casos, contrarios al proyecto
en su conjunto. En un texto previo (https://www.jornada.com.mx/2020/ 02/06/opinion/018a2pol)
expuse que éste era un tren que enfrentaba demonios, unos moraban en la
preocupación socioambientalista y otros en el estancamiento y creciente
desigualdad entre los tres estados de la península.
Los tres estados son distantes de la economía nacional y también lo
son entre sí. Con datos de 2017, Campeche ocupaba el lugar 12, con 3.10
por ciento del PIB nacional; Quintana Roo el lugar 20, con 1.58 y
Yucatán en el 22, con 1.44. Pero en esta fotografía hay que tomar en
cuenta que Campeche ha tenido una profunda caída en los pasados años, en
tanto que Quintana Roo y Yucatán han tenido comportamientos de
crecimiento. Campeche cayó a una tasa de 5.3 por ciento anual en su
sector petrolero; Quintana Roo creció 4.7 por ciento anualmente en el
grupo de sectores de la economía turística y Yucatán creció 4.0 por
ciento en la manufactura. Todo esto referido al periodo 2003-2018; es
decir, que estos fríos números constituyen prácticamente la historia de
la estructura económica peninsular en lo que llevamos del siglo. Esta
diversidad, de continuar, producirá un mayor desequilibrio y presiones
sobre el territorio. Campeche llegará al bajo nivel de los otros dos
estados y éstos se conformarán con un modelo concentrador basado en la
expansión de sus regiones urbanas.
En medio del fragor mediático que produce el Tren Maya, avanza sin
tanta exposición el proyecto energético, que es, sin duda, una de las
intervenciones de relevancia para la geografía económica del país, cuya
polarización norte-sur fue el resultado de décadas de subordinación del
Estado a los intereses económicos dominantes, a escala nacional y
también global. Curiosamente, este proyecto se ha mantenido al margen de
las líneas argumentales que, desde posiciones diferentes, coinciden en
conservar una política territorial previa a la 4T. Es decir, el proyecto
energético para la península no es ni un
elefante blanconi un
megaproyecto.
La península ha sido sometida a un subdesarrollo energético que ha
obstaculizado su crecimiento y el desarrollo económico y social. Entre
los estados con mayor pobreza energética en los hogares se encuentran
los tres de la península. Los costos de producción de energía eléctrica
son más elevados que en el resto del país.
El corazón energético para la península ha sido, desde 1999, el
gasoducto Mayakán, que lleva el combustible desde Ciudad Pemex hasta
Valladolid. El gas por allí transportado ha sido insuficiente tanto para
su conversión en electricidad por parte de cinco plantas de CFE como
para su uso en la industria de transformación. Ahora mismo se construye
un ducto de 16 kilómetros que conectará a Mayakán con el sistema troncal
de gas natural que recorre la costa del Golfo y eso permitirá el
transporte del volumen necesario de gas. Este proyecto se une a la
construcción de una sexta planta de generación eléctrica a partir del
gas, la cual aumentará la oferta eléctrica a la península.
El proyecto energético privilegia necesariamente un destino urbano:
la zona metropolitana cuyo centro de gravedad es Mérida. Con gas natural
en mayor cantidad y energía eléctrica a menor precio, la urbanización
crecerá y presionará las capacidades de planeación y las políticas
sociales del Estado.
La única manera en que la energía sea una fuerza de desarrollo es que
se creen nuevos polos de actividad económica: parques industriales que
usen gas natural, electrificación del transporte urbano, redes de frío,
instalaciones turísticas y de esparcimiento con tecnologías
inteligentes, mejores y más infraestructuras de salud y de educación, y
un etcétera de intervenciones privadas y público-privadas. La conversión
energética basada en gas natural y electrificación no debe significar
la desatención de transiciones energéticas locales hacia fuentes
renovables, pero es innegable que es el peso de la matriz energética
tradicional basada en hidrocarburos la que va a causar una modificación
en la economía.
El tren encarna un proyecto de movilidad a gran escala que puede
orientar el desarrollo territorial y vertebrar respuestas económicas que
permitan salir de la trampa de la desigualdad que, por si sola, no va a
ser abatida por la conversión energética de la península. El Tren Maya
puede jugar un papel compensador, porque sin él, la fuerza expansiva de
la metropolización de Mérida y de Cancún, acelerada por la conversión
energética, fortalecerá los desequilibrios en la zona norte de la
península y entre ella y el sur. Este desequilibrio es el caldo de
cultivo para los fenómenos ya conocidos de territorios folclorizados,
las
últimas fronterasy en general de nuevas formas de ruralidad que tienen como común denominador el avasallamiento de territorios, indígenas o no, por la subordinación del mercado. En el cambiante mundo de las fuerzas productivas y del papel del Estado moderno, no todo está escrito sobre cómo se defiende la territorialidad social. Las iniciativas del tren y la energía en el mundo maya pueden abrir las puertas de un desarrollo innovador. Ésa es la apuesta.
*Investigador de la UAM
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