Acapulco, Gro. Lorena Dolores Reyes es originaria de
Chilapa de Álvarez, se encuentra embarazada. En ese municipio del
estado de Guerrero, sólo puede recibir atención en el Hospital del
Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del
Estado (ISSSTE), pero sólo hay una doctora para los pacientes de
cualquier tipo de enfermedad, incluso para las embarazadas. Antes de que
sucediera la pandemia del COVID-19 sólo 3 doctores laboraban ahí. Dos
de ellos pertenecientes al grupo vulnerable al coronavirus, por ser
adultos mayores, recibieron un permiso para ausentarse con tiempo
indefinido.
Para poder acceder a una cita médica, cuenta Lorena en entrevista con
Cimacnoticias, los pacientes llegan a las cuatro o cinco de la
madrugada, hacen largas filas, pero sólo 16 personas son atendidas al
día. A las 7 les abren las puertas, pero es hasta las 8 cuando les dan
un horario para que regresen más tarde y ser atendidos.
Cuando Lorena, a una semana de dar a luz a su primer hijo que desea
llamar José Luis, regresa al hospital, tiene que esperar afuera del
nosocomio, parada junto a los demás pacientes, entre ellos niños y
adultos mayores.
“Con todo esto que se esta viviendo, ya no nos dejan estar adentro,
estamos afuera en la calle paradas esperando pasar. Creí que por mi
estado me dejarían pasar, pero no. Esperamos a que griten nuestros
nombres”, relató.
Sale únicamente para acudir a sus consultas y es su madre la que
realiza las compras. Su pareja trabaja fuera del estado y sólo se
comunican a través de videollamadas o por teléfono, le pide que no
salga, que no reciba visitas en la casa y que use constantemente gel
antibacterial.
Pese a este panorama, Lorena se encuentra contenta con la llegada de
su primogénito que desea llegue en parto natural, pero con el miedo,
zozobra e incertidumbre de acudir a la clínica.
En Acapulco, la escritora y catedrática guatemalteca radicada en el
puerto desde hace 5 años, Lauri García Dueñas siente aprehensión,
angustia y miedo. Llora de a ratos, pero trata de mantener la moral en
alto. Reconoce en entrevista que es difícil.
Escribe en sus redes “No le digan al miedo que tengo miedo porque el
miedo puede verme a los ojos. Quiero ser una mujer embarazada de casi 8
meses, valiente, que sea capaz de dar a luz sin temer a la muerte.
Diosas, háganme fuerte, aunque ya tenga vecinos fallecidos, aunque haya
diez muertes por COVID en mi ciudad, aunque los hospitales públicos
estén saturados”.
En medio de esta pandemia, Lauri espera a segundo hijo. En febrero
alcanzó a realizarse una última revisión rutinaria en una clínica
privada pues el 24 de marzo fue declarada la Fase 3 del coronavirus,
después de esa fecha y hasta ahora, decidió no presentarse a consultas
como una medida de precaución.
Para ella, este virus cambió su panorama por completo. Como un
ritual, acudía a la playa a relajarse, frecuentaba el acompañamiento de
sus amigas y a su primer hijo le realizó tres baby shower, uno de ellos
en El Salvador, junto a sus abuelos. Ahora, se encuentra confinada en su
hogar, experimentando cambios emocionales, físicos, económicos y sobre
todo de cuidados. No tiene ropa para su bebé porque todas las tiendas
están cerradas y lo poco que ha logrado adquirir su pareja son pañales.
Antes de la llega del SARS-COV2, Lauri estaba segura de realizarse un
parto humanizado, que se caracteriza por el respeto a los valores,
creencias, sentimientos y autonomía de los padres. Ahora se ha creado un
plan B y C: parir en el la Hospital privado Magallanes o en la clínica
del Instituto Mexicano del Seguro Social, respectivamente. Dejando
fuera el Hospital Vicente Guerrero, luego de que se enteró que ahí se
atienden a pacientes con COVID-19.
Para Nagary Zárate Liquidano también es su segundo hijo. Se encuentra
en su octavo mes de gestión y espera dar a luz a mediados del mes de
junio. Lo que la tumba es el encierro. Cuando se enteró de su embarazo,
la empresa para la que trabajaba la dio de baja y es el salario de su
pareja el que sostiene su hogar.
Disfrutaría su segundo y último embarazo, después se realizaría una
salpingoclasia. Todo eso cambió con la llegada del COVID-19, dice que se
preocupa más, hay más sensibilidad y llanto. “Me desespero con
facilidad y me siento encerrada completamente, cuando sales te despejas
la mente, pero estar encerrada es muy desesperante. Estos sentimientos
están afectando la gestación de mi bebé”.
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