Abel Jesús Barrera Hernández*
El 29 de abril, ejidatarios de
las comunidades de Tehuixtla, Ahuehuetla, Tule y Zacuapa bloquearon los
accesos de la empresa minera Capela, perteneciente al grupo Peñoles,
que se asienta en la primera comunidad, del municipio de Teloloapan,
Guerrero. La empresa no sólo incumplió con el compromiso que contrajo
con los pobladores de aplicar pruebas PCR a sus empleados foráneos y a
sus proveedores, para evitar la propagación del Covid-19, sino que
mantuvo sus actividades extractivas, contraviniendo al acuerdo nacional
publicado el 31 de marzo en el Diario Oficial de la Federación, donde se ordena la suspensión inmediata de las actividades no esenciales.
Por su parte, la Asociación de Ingenieros de Minas, Metalurgistas y Geólogos de México protestó por esta medida y explicó que
el proceso productivo dentro de la industria minera tiene un entorno de bajo perfil para el contagio de la pandemia, primero porque se realiza en lugares de poca densidad poblacional y el mismo proceso en forma natural garantiza la sana distancia, debido a que los puestos de trabajo están distantes unos de otros. Para la asociación, las empresas mineras instrumentan
medidas de control sanitario tanto al ingreso de la unidad como dentro de ella, que incluye el uso obligatorio de gel antibacterial, el control de la temperatura del personal y la permanente supervisión médica.
Para los pobladores, la mina, además de ser un foco de contagio, está
generando un problema mayor, porque continúa invadiendo más terrenos de
Tehuixtla y Ahuehuetla, y con las perforaciones de los túneles, están
causando graves daños a sus viviendas. Son comunidades sin agua y sin
caminos transitables. Los trabajadores de las cuatro comunidades están
demandando el aumento de sueldos, porque no ganan lo que la empresa les
prometió. Tampoco el Instituto Mexicano del Seguro Social atiende a sus
enfermos. Los transportistas locales no son tomados en cuenta, para
participar en el acarreo del material que extraen fuera de la mina, y en
la parte de los molinos.
Los cinco días de bloqueos no fueron suficientes para que la mina
parara los trabajos. Continuaron sin dar cumplimiento a las 16 demandas
de los pobladores, que cedieron ante la intervención del presidente
municipal de Teloloapan, Efrén Romero Sotelo. El miércoles 27 de mayo
como a las 8:30 de la noche, cuando una máquina maniobraba para abrir un
canal en la presa de El Jale, el desprendimiento de un talud de tierra
sepultó a cinco trabajadores: tres pudieron ser rescatados y dos
murieron.
En un comunicado escueto la mina se deslindó de su responsabilidad,
arguyendo que no eran sus trabajadores y que, además, el accidente
sucedió fuera de los túneles. Por su parte, la delegación estatal de la
Secretaría del Trabajo y Previsión Social, manifestó que investigaría el
caso para corroborar si la empresa contratista Vilsa violaba el plazo
para iniciar las labores el 1º de junio. En plena cima de la pandemia y
antes de entrar a la nueva normalidad, la minera Capela no sólo
desobedeció el acuerdo de la emergencia sanitaria e ignoró los
compromisos asumidos con los ejidatarios, sino que sepultó dos vidas,
por su afán irrefrenable de la ganancia.
Por su parte, la empresa minera Equinox Gold, asentada en las
comunidades de Carrizalillo, Mezcala y Xochipala, municipio de Eduardo
Neri, el 16 de mayo, convocó de forma precipitada a los trabajadores
subcontratados que provienen de varios estados del país. A pesar de que
en Guerrero la curva de la pandemia sigue ascendiendo, la minera
movilizó a 500 trabajadores para preparar el inicio de sus actividades.
Implementó un protocolo de seguridad sanitaria que no previó la
instalación de campamentos para el resguardo de los trabajadores que se
realizarían la prueba PCR. Partieron del supuesto de que la poca
densidad poblacional no implicaba riesgos entre los trabajadores, por el
bajo perfil de la pandemia que se mostraba en esa región. En la
aplicación de las 170 pruebas, dieron positivo al coronavirus 42
trabajadores. No creyeron que el número de personas asintomáticas sería
alto. Los resultados los tomaron por sorpresa y en lugar de
proporcionarles un lugar seguro, la empresa obligó a que los
trabajadores se resguardaran en sus domicilios. No se responsabilizaron
de atenderlos y confinarlos en lugares seguros. Ante este descontrol,
las comunidades de Carrizalillo, Xochipala y Mezcala cerraron sus
puertas a los trabajadores subcontratados para evitar la proliferación
de los contagios.
Los resultados de esta primera prueba obligaron a la empresa a
ajustar el protocolo. Los trabajadores sindicalizados, que en su mayoría
pertenecen a las comunidades donde se asienta la mina, también fueron
considerados para aplicarles la prueba PCR. El número de contagios se
elevó a 51 y lo más grave es que dos superintendentes de la empresa, que
han estado dentro de la mina, dieron positivo al Covid-19.
La empresa minera diseñó su protocolo sin tomar en cuenta la opinión
de las comunidades. También ignoró que los municipios circunvecinos,
como Chilpancingo e Iguala, son los de mayor contagio, después del
puerto de Acapulco. La convocatoria masiva de los trabajadores foráneos a
una región sumamente contaminada por los estragos de la minería a cielo
abierto, propició la expansión del contagio dentro de las comunidades.
Las empresas mineras asentadas en Guerrero, además de omitir los
acuerdos de la emergencia sanitaria, de parar esta actividad y de
ajustarse a los tiempos y protocolos presentados por las autoridades de
salud, han profundizado los conflictos intracomunitarios al erigirse
como detonadoras del desarrollo a costa de vidas humanas, de la
explotación laboral y la contaminación del ambiente. La minera a cielo
abierto para los pueblos es una actividad depredadora que debe
mantenerse en semáforo rojo.
* Director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan
No hay comentarios.:
Publicar un comentario