Las vicisitudes y profundas
consecuencias acarreadas por esta feroz pandemia han acelerado el debate
público tornándolo ríspido. Y no sólo el debate, sino también ha
desatado la toma de decisiones prácticas de numerosos grupos opositores
de la sociedad. La misma reciedumbre presidencial para robustecer las
posibilidades de sus esfuerzos transformadores provocan alteraciones en
ciertos segmentos poblacionales. Éstos han resentido, en sus creencias,
deseos e intereses, afectaciones de variada índole. Debido al convulso
presente de la República, afloran hasta en atropellado tropel tanto
antipatías como posturas contrarias a la forma y contenido del nuevo
modelo de convivencia en acelerada construcción.
La conjunción de la emergencia de salud con las afectaciones
económicas han radicalizado sentimientos y dolores sociales que ya
venían fraguándose de tiempo atrás. Ahora se ha visualizado el momento
propicio para pasar a la acción política. Acciones que se despliegan por
numerosas rutas. Unas atizando la crítica a las maneras presidenciales
de dar contestación a los cuestionamientos formulados. Otras, más
elaboradas, dirigidas a desentrañar tanto las motivaciones del liderazgo
oficial como las mismas bases de su pensamiento y voluntad de cambio.
Han recalado también en asegurar que topan con franco rechazo al
reformismo y la cancelación de todo diálogo. Suponen entonces que hay,
en el mero fondo del discurso público oficial y las políticas prácticas
en curso, una arraigada tentación revolucionaria. Esta crítica al poder
niega, por tanto, cualquier chance de contacto y abre la puerta a la
radicalización de posturas.
Armados con nombres de consagrados teóricos de la ciencia política,
como Isaiah Berlín o Antonio Gramsci, desarrollan críticas que
sobrepasan toda lógica práctica, realista, pues. Se instalan, de
sopetón, en las motivaciones íntimas que impulsan al Presidente como el
eje rector de todo. Un verdadero núcleo decisor que no requiere de
matices adicionales para imponer su voluntad. Desea AMLO, según
aprecian, evitar toda molestia a su ruta ya trazada. El aislamiento lo
ha desconectado de esa realidad que no concuerda con la razón opositora.
Como todo el planteamiento crítico se prejuzga verdadero, lo que no
se amolde a este tinglado de suposiciones, pues tiene que encasillarse
en un
romanticismo reaccionario. Una feliz clasificación extraída, en voz crítica, de lecturas sabias. Han encontrado la graciosa manera de encasillar la conducta y la actuación del Presidente. El uso de etiquetas, sacadas del ensayo político ya consagrado en la historia, les auxilia para desentrañar, certeramente, las ensoñaciones revolucionarias del gobierno. Gobierno que postulan, con seguridad inaudita, como de un solo hombre. Todos los que lo rodean son, para estos superiores críticos, un conjunto de aduladores serviciales. Por tanto, concluyen con incisivo talante, que AMLO no tiene quién le matice, quién balancee sus dictados que, afirman, son inapelables. Ya entrados en estos meandros detectivescos del alma misma, tanto del Presidente como de su equipo de gobierno, los derivados que adelantan como verdades, son tan sutiles y penetrantes que se tienen que aceptar. Si AMLO y su cuarta República encuentran sustento en este romanticismo, todo lo que sigue también lo es, es decir, flotarán en el éter de lo inasible.
No hay más que catalogar las acciones, proyectos o programas como
asuntos faltos de imaginación. No importa que éstos se hubieran extraído
de larvadas y penosas faenas de interlocución con miles de sujetos
afectados por el impacto del modelo concentrador. No interesa, tampoco,
que se basen en necesidades colectivas y en arraigadas aspiraciones de
decoro y bienestar. Todo lo diseñado para concretar la visión
transformadora queda reducido, según asientan los críticos, al simple
rubro de voluntariosas intenciones.
La búsqueda de los parámetros o formulaciones que auxilien al manejo
práctico del modelo justiciero será en vano. La economía moral se ha
evaporado, aseguran sin duda alguna. La aspiración de trabajar para
mejorar la distribución no tiene asideros porque se rayan los reinos de
las intenciones vagas. Los ánimos igualitarios se quieren purificar,
adelantan con tranquilidad del genio, con la honestidad y sublimes
intenciones del que aspira al heroísmo. Un, supuestamente irrebatible
razonamiento crítico, porque ya enclavó a todo el accionar
gubernamental, en aires inalcanzables. Tan, tan. Al empeño de cambio y
sus modalidades operativas, vistos como una portada, un frente de
trabajos consecuentes, se le ha opuesto un reverso de etiquetas que
pretenden desbaratar el todo.
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