Gustavo Gordillo
La reforma del Estado.
Casi toda la conversación pública en las últimas semanas se relaciona
de distintas maneras con la debilidad, las deformaciones y las ausencias
del Estado. El tema de su reforma es clave, porque sin ella
difícilmente se podrán implementar muchas de las exigencias que ya
estaban presentes en el horizonte y que se han agudizado con la
pandemia. La pregunta clave es: ¿cuál Estado se busca reformar?
Los resabios. Rafael Segovia, en su texto La crisis del autoritarismo modernizador
(1996), señalaba agudamente que la función del Estado mexicano ha
venido creciendo, incluso en contra de su voluntad; la multiplicación y
diversificación de los grupos sociales y económicos ha dejado a lo largo
del camino modernizador una trama de residuos institucionales
engastados en el aparato estatal. Tratar de librarse de ellos, añade el
autor, equivale a arrancar una planta trepadora que sostiene el viejo
edificio que en parte ha destruido.
La enredadera. Fernando Escalante añade que esos residuos
institucionales eran, según Segovia, los instrumentos para articular y
agregar intereses, para ordenar el proceso de cambio social, para
hacerlo gobernable. Pero precisa que esos residuos institucionales a los
que se refiere Segovia son, en realidad, los recursos de gobernabilidad
del régimen revolucionario –el andamiaje político de la sociedad
mexicana (2018).
La máquina disfuncional. Hoy, la pregunta relevante es por dónde
avanzamos. No es que se haya dañado una pieza fácilmente sustituible,
menos que la pieza dañada no se encuentre en el mercado. Ojalá sólo
fuera que la máquina esté completamente deteriorada. Realmente se han
dañado los mecanismos que permitían que la máquina funcionara y que
podrían permitirle desempeñarse de otra manera.
La confianza. Uno de estos dos mecanismos es la dotación mínima de
confianza entre los ciudadanos y sus gobiernos, y entre los ciudadanos
mismos, que constituye el lubricante para que la maquinaria funcione.
Por medio de diversas encuestas y análisis de opinión, se constata la
baja confianza ciudadana y en continua caída con respecto a casi todas
las instituciones en al menos los últimos 10 años. Una excepción en lo
que va de este sexenio: la confianza en AMLO, con todos los matices y
asegunes que se quiera.
La intermediación. El otro tipo de mecanismo es el que desempeña la
función de agregación de intereses, que expresan demandas y propuestas y
conduce a la representación política. Nuestro país transitó de un
régimen autoritario con inclusión desigual a partir de mecanismos
corporativos de representación a otro en donde esa intermediación
política recayó en el sistema de partidos que terminó en oligarquía. En
ambos casos, hay que decirlo, esa representación expresaba a parte de la
sociedad.
Cuchos y chuecos. El hecho es que ambas formas de intermediación
están severamente dañadas. Una porque el corporativismo se fragmentó y
perdió en mucho su capacidad para influir en las decisiones políticas.
Otra, porque generó un sistema de partidos sustentado en vetos cruzados y
pactos de colusión, y que terminó colapsado en las elecciones de 2018.
La máquina camina sin rumbo.
Precavernos contra reformas anteriores. La advertencia de Escalante
es válida para cualquier tipo de reforma del Estado hoy, al señalar que
la ilusión de que había un edificio resistente, sólido, capaz de
sostenerse, fue seguramente lo que movió el intento de arrancar las
trepadoras” (2018).
La crisis sanitaria y económica ha impulsado una gran cantidad de
propuestas desde distintos ámbitos. Revisarlas todas con ojo crítico es
indispensable para no caer en un monólogo. Pero más importante aún es
preguntarse ante cada propuesta o conjunto de propuestas quién las va a
ejecutar. Y aún los más neoliberales concluirán que el Estado tendrá un
papel relevante.
De ahí que tenemos que preguntarnos por el estado del Estado mexicano.
Twitter: gusto47
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