Fabrizio Mejía Madrid
La desigualdad es inevitable y NADA podemos hacer al respecto
–escribía Ricardo Salinas Pliego, el tercer hombre más rico de México, en su cuenta de X del 4 de abril de 2022–. Debemos
adaptarnos a la realidad, nos guste o no. Lo importante es la actitud
con que enfrentas tu desigualdad, ¿como víctima o como héroe? Revisa tu
actitud: lamentarte del éxito ajeno no es NADA bueno
. También
escribió: “Los intentos de transformar a la sociedad para que todos
‘encajen en el mismo molde’ inevitablemente nos llevarán a la tiranía”.
Y, ya instalado en la contemplación de sus propias joyas de sabiduría,
agregó: La desigualdad es una condición natural de la vida y del ser humano
.
Es curioso que quien llama a no lamentarse y a resignarse como héroe
frente a lo natural
de la vida, ahora se queje de que el SAT le quiera cobrar los 63 mil millones de pesos que le debe a la hacienda pública: Esos pretendidos cobros son actos de injusticia
,
ha dicho en su último mensaje, por la televisión abierta de la que
detenta una concesión, en el que se niega a pagar los impuestos que
debe. Es curiosa su actitud de víctima
porque entraña lo que han tratado de vendernos los comerciantes de la libertad
del más rico: negarle las injusticias a los pobres para que las tomen
como infortunios personales. Es decir, despojar las desigualdades de
color de piel, clase social, géneros, discapacidades, y geográficas de
su carácter histórico y estructural para reducirlas al ámbito íntimo.
Así, si todo es cuestión de suerte –o, peor: de que eres menos listo y
preparado que el heredero Salinas Pliego para generar riqueza–, tu
desgracia es tuya y nada cambia con lamentarse en público, porque no
existe nadie responsable de ella. Esa es la diferencia entre la
injusticia y la mala suerte. Lo de él es puro infortunio: que ya no
exista la condonación de impuestos a las grandes empresas y que el
régimen de consolidación, una simulación de la evasión fiscal, se haya
terminado hace tiempo. En cambio, la de las desigualdades es una
injusticia que no depende de la mala fortuna, sino de la estructura del
poder. No es inevitable, como él asegura, sino que es el tema central de
la transformación.
No es, como pretenden los libertarios
, que la justicia sea la regla general y que, por lo tanto, la empatía social sea una actitud de víctima
de quienes resultaron desafortunados. En realidad, la injusticia que él
niega, la de la desigualdad, es la norma general, y por eso se pide, al
contrario de lo que él hace, la transformación de todo el sistema
judicial. Él lo defiende porque un magistrado, Aguilar Morales, guardó
su expediente de deudor durante casi nueve meses para que no se
desahogara. Ahora, como alguien que no puede pensar en la injusticia de
la desigualdad, cree que todo es cuestión de vengarse –no de justicia
general– y utiliza la concesión pública de un canal de televisión
abierta para hacerlo, mintiendo sobre la inseguridad, los libros de
texto gratuitos, Acapulco.
Pero resulta interesante el contraste. Si uno cree que la injusticia
es infortunio, cree en la resignación y no en la indignación. Cree en
apechugar y no en las responsabilidades sociales que permiten y callan
su sufrimiento. Es decir, no cree en el carácter político y económico de
la desigualdad. Los pobres no se deben a que así nacieron naturalmente
,
sino a una acción histórica: fueron empobrecidos. De igual forma,
alguien enriqueció a los ricos. En el caso de Salinas Pliego, fueron los
políticos del PRI que le remataron dos canales de televisión y uno del
PAN que le permitió hacerse por la fuerza de un tercero. También lo
enriquecieron los migrantes que enviaban su dinero, a quienes les
cobraban altas comisiones, y los que compran en abonos en sus tiendas.
Es decir, los pobres a los que él, convenientemente, no considera víctimas
,
sino héroes, porque se callan. Y a los géneros, racializados, a las
mujeres, los considera inventos, es decir, que los borra. Esos tampoco
nacieron invisibles: han sido sistemáticamente borrados, su legitimidad
como oprimidos, negada, y quien se engaña en una ignorancia activa, como
la llama la feminista Carole Pateman, es porque quiere, también,
invisibilizar su propio privilegio. Y, por tanto, su propia
responsabilidad en repararla.
La ultraderecha continental y española ha tildado de victimismo
el doble método de quienes reconocemos tanto la injusticia histórica
como la estructural. La dupla radica en reconocer que las injusticias
pasadas, desde la era colonial, la esclavitud y el sistema de castas,
siguen vigentes y, al mismo tiempo, identificar la propia posición en la
estructura de dominación y asumir la responsabilidad para cambiarla
colectivamente. A eso la derecha lo identifica como estar culpando al pasado
o, en el caso estructural, simplemente lamentarse del éxito ajeno
. Por eso es que la vocera del fascismo español, Cayetana Álvarez, tildó los programas de contención de la pobreza de el atajo de los mediocres
.
El caso Salinas Pliego es casi una alegoría de nuestro sistema de injusticias, donde los poderosos deciden qué es inaceptable, quién puede lamentarse públicamente, qué pasiones colectivas son legítimas. El heredero que no paga impuestos cree que su indignación y rabia son las únicas que merecen aparecer en televisión. No así la de los millones que trabajan generando riquezas, y que lo miran preguntándose por qué, si ellos pagan, no debería también este otro de pagar.
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