3/31/2024

Injusticia

Fabrizio Mejía Madrid

La desigualdad es inevitable y NADA podemos hacer al respecto –escribía Ricardo Salinas Pliego, el tercer hombre más rico de México, en su cuenta de X del 4 de abril de 2022–. Debemos adaptarnos a la realidad, nos guste o no. Lo importante es la actitud con que enfrentas tu desigualdad, ¿como víctima o como héroe? Revisa tu actitud: lamentarte del éxito ajeno no es NADA bueno. También escribió: “Los intentos de transformar a la sociedad para que todos ‘encajen en el mismo molde’ inevitablemente nos llevarán a la tiranía”. Y, ya instalado en la contemplación de sus propias joyas de sabiduría, agregó: La desigualdad es una condición natural de la vida y del ser humano.

Es curioso que quien llama a no lamentarse y a resignarse como héroe frente a lo natural de la vida, ahora se queje de que el SAT le quiera cobrar los 63 mil millones de pesos que le debe a la hacienda pública: Esos pretendidos cobros son actos de injusticia, ha dicho en su último mensaje, por la televisión abierta de la que detenta una concesión, en el que se niega a pagar los impuestos que debe. Es curiosa su actitud de víctima porque entraña lo que han tratado de vendernos los comerciantes de la libertad del más rico: negarle las injusticias a los pobres para que las tomen como infortunios personales. Es decir, despojar las desigualdades de color de piel, clase social, géneros, discapacidades, y geográficas de su carácter histórico y estructural para reducirlas al ámbito íntimo. Así, si todo es cuestión de suerte –o, peor: de que eres menos listo y preparado que el heredero Salinas Pliego para generar riqueza–, tu desgracia es tuya y nada cambia con lamentarse en público, porque no existe nadie responsable de ella. Esa es la diferencia entre la injusticia y la mala suerte. Lo de él es puro infortunio: que ya no exista la condonación de impuestos a las grandes empresas y que el régimen de consolidación, una simulación de la evasión fiscal, se haya terminado hace tiempo. En cambio, la de las desigualdades es una injusticia que no depende de la mala fortuna, sino de la estructura del poder. No es inevitable, como él asegura, sino que es el tema central de la transformación.

No es, como pretenden los libertarios, que la justicia sea la regla general y que, por lo tanto, la empatía social sea una actitud de víctima de quienes resultaron desafortunados. En realidad, la injusticia que él niega, la de la desigualdad, es la norma general, y por eso se pide, al contrario de lo que él hace, la transformación de todo el sistema judicial. Él lo defiende porque un magistrado, Aguilar Morales, guardó su expediente de deudor durante casi nueve meses para que no se desahogara. Ahora, como alguien que no puede pensar en la injusticia de la desigualdad, cree que todo es cuestión de vengarse –no de justicia general– y utiliza la concesión pública de un canal de televisión abierta para hacerlo, mintiendo sobre la inseguridad, los libros de texto gratuitos, Acapulco.

Pero resulta interesante el contraste. Si uno cree que la injusticia es infortunio, cree en la resignación y no en la indignación. Cree en apechugar y no en las responsabilidades sociales que permiten y callan su sufrimiento. Es decir, no cree en el carácter político y económico de la desigualdad. Los pobres no se deben a que así nacieron naturalmente, sino a una acción histórica: fueron empobrecidos. De igual forma, alguien enriqueció a los ricos. En el caso de Salinas Pliego, fueron los políticos del PRI que le remataron dos canales de televisión y uno del PAN que le permitió hacerse por la fuerza de un tercero. También lo enriquecieron los migrantes que enviaban su dinero, a quienes les cobraban altas comisiones, y los que compran en abonos en sus tiendas. Es decir, los pobres a los que él, convenientemente, no considera víctimas, sino héroes, porque se callan. Y a los géneros, racializados, a las mujeres, los considera inventos, es decir, que los borra. Esos tampoco nacieron invisibles: han sido sistemáticamente borrados, su legitimidad como oprimidos, negada, y quien se engaña en una ignorancia activa, como la llama la feminista Carole Pateman, es porque quiere, también, invisibilizar su propio privilegio. Y, por tanto, su propia responsabilidad en repararla.

La ultraderecha continental y española ha tildado de victimismo el doble método de quienes reconocemos tanto la injusticia histórica como la estructural. La dupla radica en reconocer que las injusticias pasadas, desde la era colonial, la esclavitud y el sistema de castas, siguen vigentes y, al mismo tiempo, identificar la propia posición en la estructura de dominación y asumir la responsabilidad para cambiarla colectivamente. A eso la derecha lo identifica como estar culpando al pasado o, en el caso estructural, simplemente lamentarse del éxito ajeno. Por eso es que la vocera del fascismo español, Cayetana Álvarez, tildó los programas de contención de la pobreza de el atajo de los mediocres.

El caso Salinas Pliego es casi una alegoría de nuestro sistema de injusticias, donde los poderosos deciden qué es inaceptable, quién puede lamentarse públicamente, qué pasiones colectivas son legítimas. El heredero que no paga impuestos cree que su indignación y rabia son las únicas que merecen aparecer en televisión. No así la de los millones que trabajan generando riquezas, y que lo miran preguntándose por qué, si ellos pagan, no debería también este otro de pagar.

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