Carlos Bonfil

Años después, su encuentro en Nueva York con su primo Attila (Alessandro Nivola), un exitoso empresario dueño de un negocio de diseño de muebles, mejora la suerte del inmigrante recién llegado, quien hasta el momento había vivido precariamente en compañía de un fiel amigo afroestadunidense Gordon (Isaach de Bankolé), y presa de un malestar existencial que le mantiene enganchado a la morfina y negado a toda gratificación sentimental o sexual efectiva como saldo de la experiencia vivida en el encierro. Attila propicia el encuentro de László con el millonario Harrison Van Buren (Guy Pearce), quien luego de una fuerte reticencia inicial termina por reconocer el talento artístico del húngaro y le encarga la construcción de un gran centro cultural (biblioteca, teatro y capilla religiosa) de estilo brutalista, como tributo monumental a su madre fallecida. Es a partir de ese momento y de ese virtual pacto fáustico, que inicia la intensa relación de poder, de fascinación y rechazo, y resentimientos mutuos, que marcarán una dialéctica de amo y esclavo entre Van Buren y el arquitecto renacido. László Tóth ha sobrevivido el horror nazi sólo para enfrentarse ahora a los caprichos y brutalidades de un plutócrata engreído, para disfrutar las ilusiones vanas y fugaces del éxito a cambio de las humillaciones nuevas que le deparan un antisemitismo tenaz y el desprecio hipócrita al extranjero en el pretendido paraíso de las oportunidades.
El brutalista ha suscitado no pocas controversias (mínimas en comparación con el linchamiento mediático patriotero que padeció en México la cinta Emilia Pérez). Se le reprochan inconsistencias en el diseño del personaje de Tóth (en realidad, amalgama ficticia de varios arquitectos), o el reservar sólo alusiones insuficientes o imprecisas al contexto histórico y a temas medulares de la cinta (el Holocausto y el estilo brutalista en arquitectura). Sin embargo, la apuesta del realizador parece haber sido concentrar su atención en personajes como László, Erzébeth y Van Buren que representan, cada uno a su manera, actitudes de resistencia o sumisión a la arbitrariedad incontrolada de dictadores o plutócratas. Erzébeth es la conciencia lúcida que, al regresar del oprobio nazi, conserva la entereza moral suficiente para contrarrestar las vacilaciones y ambiciones vanas de su esposo. Por su parte, László debe afirmar su talento artístico en un país pragmático sin paciencia para la originalidad o la temeridad creadoras. En cuanto a Van Buren, personaje fascinante, se trata de una encarnación más de la soberbia del empresario triunfador que cultiva un resentimiento y una envidia corrosiva ante cualquier expresión de talento artístico susceptible de escapar a los límites estrechos de su comprensión apresurada. Personajes como él explican la intolerancia hacia lo diferente, la cacería de brujas macartista o el aplastamiento de la protesta antisoviética en Budapest en los años mismos en que transcurre la película –incluso la persistencia hoy de aquella tentación fascista. A todo esto alude, de todo esto habla, sin vociferar, El brutalista.
Se exhibe en la Cineteca Nacional Xoco (sala 3, 18.30 horas) y en salas comerciales.
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