Mujeres y política
Los sismos
Soledad JARQUIN EDGAR
Los sismos
Soledad JARQUIN EDGAR
Desde el día en que ocurrió el terremoto en Haití duermo menos que de costumbre. Oaxaca tiene su propia producción de sismos, el jueves El Imparcial reportó que en esta entidad ocurren el 35 por ciento de los sismos que se registran en el país y sí, aunque desde el día que la tierra tembló el 19 de septiembre de 1985, decimos que México es otro en la cultura de prevención, pero las medias como por las generalidades se oculta la realidad.
Recientemente en la Casa de la Ciudad, un espacio cultural que existen en la capital oaxaqueña, hubo una muy buena exposición sobre cómo quedó derruida Oaxaca y algunos municipios conurbados en 1931, cuando un sismo de 7.8 grados en la escala de Richter la sacudió y en nuestra memoria reciente está todavía aquel temblor del 30 de septiembre de 1999 de 7.4 grados.
Sin embargo, hacemos –como sociedad y como gobierno- muy poco para enfrentar esas catástrofes. Hace apenas unos años se invirtió una millonaria suma del erario en unas alarmas sísmicas que se quedaron al paso de un breve lapso como verdaderos monumentos a la corrupción y peor aún en la impunidad, nadie ha sido llamado a cuentas, nadie fue detenido, como siempre se apostó a la corta, muy corta memoria, al olvido.
Frente a esa impunidad la población oaxaqueña no puede ser avisada y así mitigar los daños, principalmente humanos. Stuart Sipkin, geofísico del Servicio Geológico de EEUU, este sábado señaló que "un promedio de entre 16 y 18 sismos de 7 grados y más de magnitud ocurren cada año en algún punto del planeta, pero la mayoría en zonas escasamente pobladas (El Universal), de ahí la importancia de las alertas sísmicas.
En Oaxaca, las estadísticas no mienten. El siglo pasado ocurrieron 15 temblores de más de siete grados y otros 10 de entre seis y siete grados. La tragedia de Haití por eso me hace dormir tan poco, quizá luego recupere un poco más el sueño y vuelva a dormir esperando que esa noche no nos sorprenda un sismo, como los que aquí ocurren tan comúnmente, todo mientras apostamos al perdón ciudadano, que llega con el silencio o al menos así se interpreta.
Hoy, en Oaxaca, estamos más apurados frente a los sismos políticos y los huracanes electorales, ni siquiera los frentes fríos nos han hecho detener la marcha, por el contrario el mundo político sigue pisando fuerte el acelerador frente a lo que ya se instaló, mientras el resto de la población sigue mirando el desenlace de la telenovela política de nuestros días y viendo con cierto temor lo ocurrido en Haití, pero seguimos sin prevención real.
Los sismos tendremos que vivirlos sin las alarmas convertidas en monumentos a la corrupción, alguien debería colocarles la placa de la vergüenza, con los nombres y apellidos de los autores del robo intelectual y material, que a diferencia de muchas y muchos de nosotros seguramente duermen tranquilos porque carecen de vergüenza y están llenos de cinismo.
Esto que pasa en Oaxaca pasa en todo el país. Ahí están las mujeres asesinadas en Cuidad Juárez y las activistas pro derechos humanos, a las que se suman otras muchas mujeres a lo largo y ancho del país. Hacia el sur de México poca gente se acuerda de la tragedia de la guardería, donde el número de víctimas mortales llegó a más de 40 niñas y niños y otros muchos vivirán el resto de sus días con las cicatrices grabadas en sus cuerpos. En el mismo Oaxaca, a excepción de sus familias, ya casi nadie se acuerda de Virginia y Daniela Ortiz Ramírez desaparecidas el 5 de julio de 2007, cuyos casos nadie investiga y en la misma región triqui hay olvido a las locutoras de la Voz que rompe el Silencio, Teresa Martínez y Felícitas Bautista.
Quién se acuerda de la señora Ernestina Ascencio quien fuera torturada sexualmente por soldados. Son muchos los crímenes que se cometen contra las mujeres en México para quienes la justicia no existe. Sus vidas son sismos que nos hacen mirar y luego buscamos cómo olvidar. Hace unos días nos enteramos que en Tabasco preparan la iniciativa para la ley antiaborto, la embestida sigue y de cómo existe un pleno reconocimiento de la violación a los derechos humanos, principalmente de las mujeres, por parte de elementos del ejército mexicano pero no pasa absolutamente nada, la impunidad es la mejor arma de los hombres del poder. Las descargas mediáticas son letales, sufrimos el impacto y olvidamos.
Mientras vemos la tragedia de Haití y vemos la realidad de las mujeres, recordamos a cuenta gotas la tragedia de ese país sumido en la pobreza y los golpes de estado en los últimos años, hay quien todavía recuerda cómo los cascos azules de la ONU utilizaban sexualmente a niñas por un miserable pago y eso es todo.
Todo esto es resultado de esa "nueva sociedad" donde cada vez estamos más cerca del otro, gracias a las tecnologías de la comunicación e información pero vivimos la individualización, gracias a la competencia y el mercado capital voraz que nos enseña a competir y a derribar al que está a lado, incluso a pasar por encima si es necesario para alcanzar el objetivo final, ser parte del producto. La individualización nos lleva a no ver al resto de la población, la que está cerca o la que está lejos, y si la vemos es a través de medios como la televisión, lejanos, desconectados de nosotros. Ignoramos o pretendemos ignorar fenómenos como la violencia que Felipe Calderón echó a andar en las calles y que ha costado la vida a varios cientos de hombres y mujeres en el llamado fuego cruzado, cuyas familias no reciben ni un "usted perdone".
Es el mismo problema que nos empuja a mirar el feminicidio como un asunto que pasa en "ciertos" sectores de la sociedad y no dentro de nuestras familias, porque ahí sólo se grita de vez en cuando; una importante capa de la sociedad mexicana sigue pensando que la defensa de la libertad a decidir de las mujeres sobre sus cuerpos es un asunto que las feministras deben resolver por ellas mismas y, peor aún, cuando se cree como lo piensa la jerarquía católica, la derecha y los priistas que la decisión no es de las mujeres sino un asunto político que se debe imponer con energía persiguiendo y encarcelando. Las sociedades tenemos que mirarnos de otra manera.
Tenemos que empujar para que la corrupción no haga que las alarmas sísmicas sean elefantes blancos, debemos sensibilizarnos para ser más ciudadanos y menos espectadores frente a la impunidad que envuelve los casos de Ciudad Juárez, Hermosillo o la zona Triqui de Oaxaca y debemos actuar para que se devuelva a las mujeres su derecho a decidir que le ha sido arrebatada por fuerzas que creímos no gobernaban en México: el conservadurismo priista y la derecha persignada de los panista, el patriarcado y la misoginia. ¿Por qué? Porque si seguimos creyendo en el proyecto que nos individualiza, pronto estaremos más solos y solas que nunca frente al poder.
Veamos qué ha pasado en Haití y no dejemos que solos resuelvan su tragedia a expensas de los poderes que buscan arrebatar lo único que hoy tienen: su dignidad y su libertad, lo mismo que tenemos que cuidar en México.
Recientemente en la Casa de la Ciudad, un espacio cultural que existen en la capital oaxaqueña, hubo una muy buena exposición sobre cómo quedó derruida Oaxaca y algunos municipios conurbados en 1931, cuando un sismo de 7.8 grados en la escala de Richter la sacudió y en nuestra memoria reciente está todavía aquel temblor del 30 de septiembre de 1999 de 7.4 grados.
Sin embargo, hacemos –como sociedad y como gobierno- muy poco para enfrentar esas catástrofes. Hace apenas unos años se invirtió una millonaria suma del erario en unas alarmas sísmicas que se quedaron al paso de un breve lapso como verdaderos monumentos a la corrupción y peor aún en la impunidad, nadie ha sido llamado a cuentas, nadie fue detenido, como siempre se apostó a la corta, muy corta memoria, al olvido.
Frente a esa impunidad la población oaxaqueña no puede ser avisada y así mitigar los daños, principalmente humanos. Stuart Sipkin, geofísico del Servicio Geológico de EEUU, este sábado señaló que "un promedio de entre 16 y 18 sismos de 7 grados y más de magnitud ocurren cada año en algún punto del planeta, pero la mayoría en zonas escasamente pobladas (El Universal), de ahí la importancia de las alertas sísmicas.
En Oaxaca, las estadísticas no mienten. El siglo pasado ocurrieron 15 temblores de más de siete grados y otros 10 de entre seis y siete grados. La tragedia de Haití por eso me hace dormir tan poco, quizá luego recupere un poco más el sueño y vuelva a dormir esperando que esa noche no nos sorprenda un sismo, como los que aquí ocurren tan comúnmente, todo mientras apostamos al perdón ciudadano, que llega con el silencio o al menos así se interpreta.
Hoy, en Oaxaca, estamos más apurados frente a los sismos políticos y los huracanes electorales, ni siquiera los frentes fríos nos han hecho detener la marcha, por el contrario el mundo político sigue pisando fuerte el acelerador frente a lo que ya se instaló, mientras el resto de la población sigue mirando el desenlace de la telenovela política de nuestros días y viendo con cierto temor lo ocurrido en Haití, pero seguimos sin prevención real.
Los sismos tendremos que vivirlos sin las alarmas convertidas en monumentos a la corrupción, alguien debería colocarles la placa de la vergüenza, con los nombres y apellidos de los autores del robo intelectual y material, que a diferencia de muchas y muchos de nosotros seguramente duermen tranquilos porque carecen de vergüenza y están llenos de cinismo.
Esto que pasa en Oaxaca pasa en todo el país. Ahí están las mujeres asesinadas en Cuidad Juárez y las activistas pro derechos humanos, a las que se suman otras muchas mujeres a lo largo y ancho del país. Hacia el sur de México poca gente se acuerda de la tragedia de la guardería, donde el número de víctimas mortales llegó a más de 40 niñas y niños y otros muchos vivirán el resto de sus días con las cicatrices grabadas en sus cuerpos. En el mismo Oaxaca, a excepción de sus familias, ya casi nadie se acuerda de Virginia y Daniela Ortiz Ramírez desaparecidas el 5 de julio de 2007, cuyos casos nadie investiga y en la misma región triqui hay olvido a las locutoras de la Voz que rompe el Silencio, Teresa Martínez y Felícitas Bautista.
Quién se acuerda de la señora Ernestina Ascencio quien fuera torturada sexualmente por soldados. Son muchos los crímenes que se cometen contra las mujeres en México para quienes la justicia no existe. Sus vidas son sismos que nos hacen mirar y luego buscamos cómo olvidar. Hace unos días nos enteramos que en Tabasco preparan la iniciativa para la ley antiaborto, la embestida sigue y de cómo existe un pleno reconocimiento de la violación a los derechos humanos, principalmente de las mujeres, por parte de elementos del ejército mexicano pero no pasa absolutamente nada, la impunidad es la mejor arma de los hombres del poder. Las descargas mediáticas son letales, sufrimos el impacto y olvidamos.
Mientras vemos la tragedia de Haití y vemos la realidad de las mujeres, recordamos a cuenta gotas la tragedia de ese país sumido en la pobreza y los golpes de estado en los últimos años, hay quien todavía recuerda cómo los cascos azules de la ONU utilizaban sexualmente a niñas por un miserable pago y eso es todo.
Todo esto es resultado de esa "nueva sociedad" donde cada vez estamos más cerca del otro, gracias a las tecnologías de la comunicación e información pero vivimos la individualización, gracias a la competencia y el mercado capital voraz que nos enseña a competir y a derribar al que está a lado, incluso a pasar por encima si es necesario para alcanzar el objetivo final, ser parte del producto. La individualización nos lleva a no ver al resto de la población, la que está cerca o la que está lejos, y si la vemos es a través de medios como la televisión, lejanos, desconectados de nosotros. Ignoramos o pretendemos ignorar fenómenos como la violencia que Felipe Calderón echó a andar en las calles y que ha costado la vida a varios cientos de hombres y mujeres en el llamado fuego cruzado, cuyas familias no reciben ni un "usted perdone".
Es el mismo problema que nos empuja a mirar el feminicidio como un asunto que pasa en "ciertos" sectores de la sociedad y no dentro de nuestras familias, porque ahí sólo se grita de vez en cuando; una importante capa de la sociedad mexicana sigue pensando que la defensa de la libertad a decidir de las mujeres sobre sus cuerpos es un asunto que las feministras deben resolver por ellas mismas y, peor aún, cuando se cree como lo piensa la jerarquía católica, la derecha y los priistas que la decisión no es de las mujeres sino un asunto político que se debe imponer con energía persiguiendo y encarcelando. Las sociedades tenemos que mirarnos de otra manera.
Tenemos que empujar para que la corrupción no haga que las alarmas sísmicas sean elefantes blancos, debemos sensibilizarnos para ser más ciudadanos y menos espectadores frente a la impunidad que envuelve los casos de Ciudad Juárez, Hermosillo o la zona Triqui de Oaxaca y debemos actuar para que se devuelva a las mujeres su derecho a decidir que le ha sido arrebatada por fuerzas que creímos no gobernaban en México: el conservadurismo priista y la derecha persignada de los panista, el patriarcado y la misoginia. ¿Por qué? Porque si seguimos creyendo en el proyecto que nos individualiza, pronto estaremos más solos y solas que nunca frente al poder.
Veamos qué ha pasado en Haití y no dejemos que solos resuelvan su tragedia a expensas de los poderes que buscan arrebatar lo único que hoy tienen: su dignidad y su libertad, lo mismo que tenemos que cuidar en México.
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