Esta es la historia de dos mujeres. Unidas por el mismo dolor: de diversos matices. Con las que conversé esta tarde.
En la mañana estuve en las mesas de trabajo previas para concretar el plan social para Ciudad Juárez que anunciará el miércoles el presidente Calderón.
Una, Luz María Dávila, me cuenta que hoy lunes fue su primer día de su chamba, tras el asesinato de sus dos únicos hijos en la masacre estudiantil de la colonia Villas de Salvárcar.
El regreso fue "un poquito difícil. Salí corriendo de la fábrica". Hasta hace 16 días lo hacia con su hijo mayor, Marcos, de 19 años. Ahí los dos unían pieza con pieza para dar forma a las bocinas de los carros.
Al finalizar la jornada laboral, ella se iba para la casa para enchilar a toda su familia con sus deliciosos platillos mexicanos. Y él, para la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, donde estudiaba Relaciones Internacionales. A veces, les alcanzaba el tiempo de poder abrazar a su esposo, padre, José Luis Piña, un guardia de seguridad en la misma maquiladora que tenía el turno de la noche.
Ahora Luz María, esta mujer que acaparó la primera noticia de los medios de información cuando se desahogó su dolor e impotencia delante del presidente Calderón, recibe llamadas de decenas de medios de información de todo el mundo e incluso, el gobernador de Chihuahua José Reyes Baeza la invita personalmente a una reunión para mañana martes a las 11 de la mañana en un hotel de Ciudad Juárez.
"Disculpe pero yo entro a trabajar y no puedo", le contestó Luz María, que gana 700 pesos a la semana, unos 60 dólares.
El dolor por la masacre de Salvárcar se ha convertido en una pesadilla para Jessica Rodríguez, de 23 años, la esposa del Israel Arzate Meléndez, de 24, el presunto sicario convertido en culpable antes de ser juzgado.
Jessica intenta buscar un abogado, pero nadie quiere tomar su caso. "Es algo político ", dice. Está defraudada de la defensa pública ofrecida por el estado Arzate, la abogada Rosa Bailón Payán que tardó más en maquillarse después de una audiencia previa celebrada el pasado miércoles, que en defender a su cliente de las acusaciones del ministerio público.
El esposo de Jessica dice que confesó la autoría de los hechos tras torturas físicas como quitarle una uña o toques eléctricos. Lo que le llevó a aprenderse de memoria lo que los soldados querían fue la amenaza de violar a su esposa y matar a su madre, según la familia.
-"Procuradora Patricia González, ?me permitiría hacerle una pregunta?"
-"Con mucho gusto", me contesta.
-"Israel Arzate Meléndez dice que confesó los crímenes porque lo habían torturado.....?cuál es su respuesta?"
-"Hablamos mejor en mi oficina"
-"?Pero lo torturaron?"
-"No, no hubo torturas".
Un trabajador del establecimiento Del Río, situado en la calle Insurgentes, dice que Israel compró hacia las 11,30 de la noche -la hora cercana a la masacre- unas sodas y doritos, que compartió en una reunión familiar. El vídeo en el que se graban los acontecimientos ya no existe, según Federico de la Vega, el dueño de estos establecimientos y uno de los empresarios más ricos de Ciudad Juárez.
"Se borró a las 36 horas", dice el millonario.
El cajero teme declarar. Teme a las represalias. Como una veintena de vecinos del presunto sicario que no puden creen que aquel hombre tan servicial, trabajador, que prefería quedarse con su familia en lugar de salir, y que bebía jugos de piña en lugar de alcohol, fuera un sicario. También muchos de ellos vieron cómo soldados y hombres vestidos de civiles lo levantaron en una camioneta, la misma que se le acusa de haber robado y de haber cometido la masacre.
Las represalias ya han comenzado. Hoy, el hermano de Jessica, un estudiante de criminología de 19 años de edad, no pudo realizar sus prácticas en el Servicio Médico Forense (Semefo).
"Le quitaron el gafete, el derecho de admisión y le dijeron que ya sabía por qué era", asegura Jessica Rodríguez, la esposa del presunto sicario.
Ayer domingo salió publicado un extenso reportaje sobre la inocencia de Israel Arzate Meléndez en el semanario Emeequis, de la Ciudad de México al universo. Lo escribí yo.
En las mesas de trabajo alcancé a escuchar al Secretario de Educación Lujambio proponer partidos de fútbol entre las escuelas. Lo hizo acompañado de la primera dama Margarita Zavala, el gobernador del estado de Chihuahua y el presidente municipal en una ciudad militarizada donde han muerto más de 4,500 personas desde que comenzó hace casi dos años la llamada guerra contra el narcotráfico del presidente Calderón. Que comenzó a reaccionar tras llamar pandilleros a los mejores estudiantes y deportistas de la colonia obrera de Salvárcar asesinados en la masacre estudiantil.
El ambiente que se siente en esta ciudad de edificios incendiados por no pagar extorsiones, un tercio de las casas abandonadas y con unos 150 mil -del millón 300 mil de habitantes- que han huido al interior de México o a EE.UU por la violencia, es de un cóctel a punto de explotar.
Luz María Dávila pide justicia. También para el esposo de Jessica Rodríguez, el que según las autoridades mató a sus hijos.
"Es un chivo expiatorio para callarnos la voz", dice Dávila, la mamá de Marcos y José Luis.
Tomado del blog de la compañera Judith Torrea
http://juarezenlasombra.blogspot.com/
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