María Teresa Priego
Mujeres en el México posrevolucionario
“El exceso de sport en la mujer está creando un tercer sexo… neutro; lo cual en lugar de beneficiar a una raza tiende a destruirla. Esto podrá ser por el abuso que el sexo débil ha hecho de algunos deportes en su loco afán de masculinizarse”. Periodista (1924) citada por Anne Rubenstein, en su ensayo “La guerra contra las ‘pelonas’”, en “Género, poder y política en el México posrevolucionario”. Compiladoras: Gabriela Cano, Vaughan y Olcott. Prólogo de Carlos Monsiváis.
¿Podríamos imaginar que en los años veinte del siglo pasado, el derecho de las mujeres mexicanas a “cortarse las trenzas” causó debate nacional? El corte garçonne fue elegido por miles de mexicanas. Con los vestidos holgados que permitían mayor libertad de movimientos, y la “cultura” del ejercicio femenino. Una idea nueva de mujer irrumpía. Provocó las furias más intensas.
Amenazas rituales: la pérdida de la feminidad. El ocaso de los verdaderos valores. Sumisión a la influencia extranjera que saquea nuestra “idiosincrasia”. Anne cita a un arzobispo en una entrevista “En la que amenazaba con tomar medidas contra ‘las mujeres que olvidan la decencia, el natural recato, el decoro más elemental para vestirse’”. Las “medidas”, hubo quien las tomara. Un grupo de estudiantes secuestró a una muchacha de pelo corto. La raparon. Dos más fueron rapadas en el interior de la Escuela de Medicina, pese a la protección de sus compañeros.
El mismo castigo se infligió a las “traidoras” en Francia, al fin de la guerra. Raparlas. (“Las rapadas”. Brossat) Circunstancias muy ajenas. Interesante vínculo en común: la “traición” que se castiga rapando. Los cabellos como metáfora de la intimidad femenina. ¿Qué traicionaban las “pelonas”? Una idea “inmutable” de feminidad. ¿Qué una mujer hiciera ejercicio podía convertirse en el principio del fin de la familia? Por allí iban los argumentos de los adversarios de las mujeres de cabellos cortos (¿E ideas largas?)
El ensayo de Gaby Cano, “Inocultables realidades del deseo”, conduce hacia la vida del Coronel Amelio Robles. Luchador zapatista. Afiliado al Partido Socialista de Guerrero. Condecorado Veterano de la Revolución. Amelio. Nacida Amelia, y educada como tal, eligió su identidad masculina durante la lucha armado. Llevó la revolución –es la interpretación de la historiadora- hasta la intimidad de su deseo: reconocerse en esa virilidad que sentía suya. Lo logró en su vida cotidiana, y aún ante credenciales y condecoraciones. En 1927 Miguel Gil, de EL UNIVERSAL entrevistó a Amelio. Gaby escribe: “Gil ve a Robles como un espíritu masculino atrapado en una ‘envoltura corporal’ femenina: ‘La coronela es un hombre, y sin embargo, nació mujer’”.
Monsiváis hace un análisis del movimiento revolucionario. Sus significados y sus significantes. Y un recorrido de las reivindicaciones femeninas desde fines del siglo XIX. Las luchas sufragistas. Figuras entrañables como Elvia Carrillo Puerto. Julia Tuñón, indaga la búsqueda posrevolucionaria de una “identidad nacional”, en su ensayo “Feminidad, indigenismo y Nación” (la obra del Indio Fernández) Cito: “En los años cuarenta mexicanos un tema fundamental de la cultura refiere a la construcción imaginaria de la nación y la búsqueda de la identidad de los mexicanos, que las políticas oficiales intentan sustentar en la cultura indígena, en contradicción con las prácticas comunes en que subsisten el menosprecio y el racismo hacia los indios vivos”. ¿Qué tanto hemos cambiado en esa identidad tan escindida que señala Julia?
“Haciendo y deshaciendo familias. Adopción y beneficencia”, Anne Blue. “La lucha entre el metate y el molino de Nixtamal”, María Teresa Fernández. “La masculinidad de la clase obrera y el sexo racionalizado”, Susan Gauss. “Género fe y Nación. El activismo de las católicas mexicanas”, Kristina Boylan. “El activismo de base de las mujeres del campo”, Lynn Stephen. “Género, clase y ansiedad en la escuela vocacional Gabriela Mistral”, Patience Schell. “Género trabajo, sindicalismo y cultura de las mujeres de la clase trabajadora”, Heather Fowler.
El voto femenino fue considerado (cuando comenzó a ser considerado) como un atentado contra la familia, la fertilidad y la nación. ¿Una mujer podía “masculinizarse” al votar y ser buena madre? ¿Podía votar sin que las urnas condujeran a oscuros libertinajes? Cuando escucho “Yo soy femenina y no feminista” (¿Son excluyentes?) o “Ni feminismo ni machismo” (¿En qué consiste la equivalencia?) pienso en la importancia de conocer los largos y empecinados procesos que han ido transformando y re-definiendo los paradigmas “inmutables”.
¿Cómo se obtuvieron logros que damos por hecho? ¿Quiénes lucharon por ellos? ¿En qué circunstancias? ¿Esas mujeres lucharon por sus derechos porque odiaban a los hombres y “no eran femeninas”? ¿O intentaban abrir nuevos caminos para amarse a ellas mismas, y para amarlos a ellos? La educación. La equidad en la diferencia. Hay tanto por aprehender en este apasionante caleidoscopio que ofrecen las historiadoras feministas. Desde las especificidades de la her-story.
mariateresapriego@hotmail.com
Escritora
¿Podríamos imaginar que en los años veinte del siglo pasado, el derecho de las mujeres mexicanas a “cortarse las trenzas” causó debate nacional? El corte garçonne fue elegido por miles de mexicanas. Con los vestidos holgados que permitían mayor libertad de movimientos, y la “cultura” del ejercicio femenino. Una idea nueva de mujer irrumpía. Provocó las furias más intensas.
Amenazas rituales: la pérdida de la feminidad. El ocaso de los verdaderos valores. Sumisión a la influencia extranjera que saquea nuestra “idiosincrasia”. Anne cita a un arzobispo en una entrevista “En la que amenazaba con tomar medidas contra ‘las mujeres que olvidan la decencia, el natural recato, el decoro más elemental para vestirse’”. Las “medidas”, hubo quien las tomara. Un grupo de estudiantes secuestró a una muchacha de pelo corto. La raparon. Dos más fueron rapadas en el interior de la Escuela de Medicina, pese a la protección de sus compañeros.
El mismo castigo se infligió a las “traidoras” en Francia, al fin de la guerra. Raparlas. (“Las rapadas”. Brossat) Circunstancias muy ajenas. Interesante vínculo en común: la “traición” que se castiga rapando. Los cabellos como metáfora de la intimidad femenina. ¿Qué traicionaban las “pelonas”? Una idea “inmutable” de feminidad. ¿Qué una mujer hiciera ejercicio podía convertirse en el principio del fin de la familia? Por allí iban los argumentos de los adversarios de las mujeres de cabellos cortos (¿E ideas largas?)
El ensayo de Gaby Cano, “Inocultables realidades del deseo”, conduce hacia la vida del Coronel Amelio Robles. Luchador zapatista. Afiliado al Partido Socialista de Guerrero. Condecorado Veterano de la Revolución. Amelio. Nacida Amelia, y educada como tal, eligió su identidad masculina durante la lucha armado. Llevó la revolución –es la interpretación de la historiadora- hasta la intimidad de su deseo: reconocerse en esa virilidad que sentía suya. Lo logró en su vida cotidiana, y aún ante credenciales y condecoraciones. En 1927 Miguel Gil, de EL UNIVERSAL entrevistó a Amelio. Gaby escribe: “Gil ve a Robles como un espíritu masculino atrapado en una ‘envoltura corporal’ femenina: ‘La coronela es un hombre, y sin embargo, nació mujer’”.
Monsiváis hace un análisis del movimiento revolucionario. Sus significados y sus significantes. Y un recorrido de las reivindicaciones femeninas desde fines del siglo XIX. Las luchas sufragistas. Figuras entrañables como Elvia Carrillo Puerto. Julia Tuñón, indaga la búsqueda posrevolucionaria de una “identidad nacional”, en su ensayo “Feminidad, indigenismo y Nación” (la obra del Indio Fernández) Cito: “En los años cuarenta mexicanos un tema fundamental de la cultura refiere a la construcción imaginaria de la nación y la búsqueda de la identidad de los mexicanos, que las políticas oficiales intentan sustentar en la cultura indígena, en contradicción con las prácticas comunes en que subsisten el menosprecio y el racismo hacia los indios vivos”. ¿Qué tanto hemos cambiado en esa identidad tan escindida que señala Julia?
“Haciendo y deshaciendo familias. Adopción y beneficencia”, Anne Blue. “La lucha entre el metate y el molino de Nixtamal”, María Teresa Fernández. “La masculinidad de la clase obrera y el sexo racionalizado”, Susan Gauss. “Género fe y Nación. El activismo de las católicas mexicanas”, Kristina Boylan. “El activismo de base de las mujeres del campo”, Lynn Stephen. “Género, clase y ansiedad en la escuela vocacional Gabriela Mistral”, Patience Schell. “Género trabajo, sindicalismo y cultura de las mujeres de la clase trabajadora”, Heather Fowler.
El voto femenino fue considerado (cuando comenzó a ser considerado) como un atentado contra la familia, la fertilidad y la nación. ¿Una mujer podía “masculinizarse” al votar y ser buena madre? ¿Podía votar sin que las urnas condujeran a oscuros libertinajes? Cuando escucho “Yo soy femenina y no feminista” (¿Son excluyentes?) o “Ni feminismo ni machismo” (¿En qué consiste la equivalencia?) pienso en la importancia de conocer los largos y empecinados procesos que han ido transformando y re-definiendo los paradigmas “inmutables”.
¿Cómo se obtuvieron logros que damos por hecho? ¿Quiénes lucharon por ellos? ¿En qué circunstancias? ¿Esas mujeres lucharon por sus derechos porque odiaban a los hombres y “no eran femeninas”? ¿O intentaban abrir nuevos caminos para amarse a ellas mismas, y para amarlos a ellos? La educación. La equidad en la diferencia. Hay tanto por aprehender en este apasionante caleidoscopio que ofrecen las historiadoras feministas. Desde las especificidades de la her-story.
mariateresapriego@hotmail.com
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