Hermano Evo: Llegas a un país herido y desangrándose en medio de unas guerras de las que nadie le consultó para ser parte. De todas ellas, una de las mayores es contra los 62 pueblos indígenas que forman parte del Estado mexicano. Múltiples son los frentes por donde se les ataca. El más importante es el del capital internacional que busca despojarlos de la poca riqueza que todavía les queda: la minera, las aguas y sus conocimientos sobre la naturaleza. Y a quienes se oponen a ello se les trata como criminales, se les difama, se les encarcela injustamente, se les priva de su libertad y se les asesina. Tú sabes bastante de esto, porque en tu país fueron las luchas contra las empresas privatizadoras del agua, el gas y los hidrocarburos las que crearon las condiciones para que arribaras al poder. En México, como en Bolivia antes que fueras presidente, la clase política se ha aliado a los saqueadores y el movimiento social no cuenta todavía con la fuerza suficiente para evitar que se salgan con la suya. Las luchas de los pueblos indígenas en México siguen siendo de resistencia, preparando las condiciones para arribar a luchas por la emancipación.
Claro, la clase política seguramente te dirá que esto no es cierto, que le interesan los derechos de los pueblos y que trabaja para que se hagan efectivos. Pero eso no es cierto. La mayor prueba de ello es que en 1994 los hermanos mayas del sureste mexicano declararon la guerra al Estado como única manera de que se tomara en cuenta a los pueblos indígenas y se reconocieran sus derechos específicos. Se trata de una guerra que no se ha solucionado porque el Estado incumplió los acuerdos firmados con los rebeldes. Al contrario, se ha dedicado a practicar una especie de gatopardismo en donde se realizan cambios superficiales para que lo esencial se mantenga. El mejor ejemplo de esto son sus leyes y las instituciones encargadas de aplicarlas: las primeras ignoran los derechos fundamentales, se aprobaron antes de la reforma constitucional de 2001 y por lo mismo son obsoletas; las segundas se han dedicado a difundir un discurso de nueva relación entre los pueblos indígenas y el Estado, así como una pretendida transversalidad de las políticas indigenistas, mientras se dedican a subordinar a los pueblos y se continúa con las políticas integracionistas.
La realidad en el país que te toca conducir entiendo que es un tanto distinta. Por lo menos así lo indica el hecho de que durante tu primer mandato se nacionalizaran los hidrocarburos, reduciendo las ganancias de las trasnacionales que los explotaban; en agosto de 2008 ganaras el referendo revocatorio que te permitió continuar en el cargo de presidente del Estado boliviano y el año pasado el voto popular respaldara la nueva constitución aprobada por la Asamblea Constituyente, donde se plasman los derechos de los pueblos indígenas. Muchos en México entendemos que lo que sucede en Bolivia es parte de un largo proceso de descolonización de los pueblos indígenas en Latinoamérica. Por lo mismo en varios sentidos representa el ejemplo a seguir y esto, a su vez, depende de las decisiones que tomes ahora que los pueblos y la historia te han dado esa responsabilidad. Por eso, al darte la bienvenida, te deseamos que sigas abriendo camino, buscando el horizonte en donde los pueblos indígenas habrán de caminar, seguro de que en toda América Latina cuentas con el apoyo de los pueblos, que te habrán de reconocer si lo haces bien y te lo reprocharán en caso contrario. Por esas y otras razones, bienvenido a tierras mexicanas hermano Evo Morales Ayma.
El anuncio realizado ayer por el presidente de Bolivia, Evo Morales, en el sentido de que en la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe –que se inicia este domingo en Cancún, Quintana Roo– se gestará
una nueva Organización de Estados Americanos (OEA) sin la presencia de Estados Unidos ni Canadá, recoge una demanda añeja, sensata y procedente: la construcción de un nuevo foro político regional, ante la condición obsoleta e inoperante del organismo que encabeza José Miguel Insulza.
Desde su creación, en 1948, la OEA ha cargado con el estigma de ser, antes que una instancia multilateral para el concierto y el diálogo de las naciones del continente, un instrumento del control neocolonial de Washington. Un claro ejemplo de esta función vergonzosa tuvo lugar en 1962, cuando Estados Unidos empeñó todo su poderío para presionar, chantajear y convencer a la mayoría de los gobiernos latinoamericanos de entonces para que apoyaran la expulsión de Cuba del organismo –seis naciones se abstuvieron de votar, México entre ellas–, y provocó que todos los países, salvo el nuestro, rompieran relaciones diplomáticas con el régimen emanado de la revolución cubana. Además de la marginación diplomática de La Habana, la medida marcó el inicio de un aislamiento económico y comercial en contra de la isla que persiste hasta nuestros días, y que constituye, junto con los amagos permanentes de ofensiva bélica por parte de la Casa Blanca, el Pentágono y las agencias de inteligencia estadunidenses, una agresión injustificable al conjunto de la población cubana.
Esta misma condición impidió, entre otras cosas, que el organismo tuviera el peso necesario para evitar las intervenciones que Washington llevó a cabo a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado en contra de diversas naciones latinoamericanas. La inoperancia de la OEA quedó refrendada el año pasado, cuando ésta se mostró incapaz de revertir el golpe de Estado perpetrado en Honduras el 28 de junio.
Según puede verse, la clave principal de estas fallas radica en el empeño por hacer coexistir, en un mismo organismo, al poder hegemónico estadunidense y a las naciones latinoamericanas, que a lo largo de su historia han padecido las sistemáticas presiones e imposiciones –políticas, diplomáticas y económicas– de la superpotencia. Hoy, cuando en un buen número de naciones de América Latina han arribado gobiernos de signo progresista, alejados en mayor o menor medida de las directrices de la Casa Blanca, es inevitable que surja dentro de la OEA un choque de posiciones entre los intereses de Washington y el ejercicio de la soberanía de esos países.
En la actualidad, las relaciones diplomáticas y económicas entre Washington y el resto de las naciones del continente disponen de numerosas vías de comunicación e interacción. Sin embargo, es deseable y necesario que se avance en la creación de un mecanismo de deliberación política específico para Latinoamérica y el Caribe, a efecto de garantizar, o por lo menos acercarse lo más que sea posible, a un principio de equidad y democracia entre las naciones integrantes.
En ese sentido, cobra especial relevancia la presencia en nuestro país de personajes como Evo Morales, quien ha sabido inyectar a su gobierno fortaleza y voluntad para el ejercicio de un poder soberano y autónomo respecto de los designios de Washington, y podría desempeñarse como un actor decisivo para concretar la construcción de un nuevo foro regional. Cabe esperar que así sea.
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