La novela de Collins es tributaria a varias fuentes. El relato El juego más peligroso, de Richard Connell, por supuesto, el primero en plantear el concepto de la cacería humana. También podría citarse a El señor de las moscas, de William Golding, y sus guerras tribales entre niños. Por no hablar de las varias películas de ciencia ficción que han planteado una futura sociedad totalitaria en la que, como eco del imperio romano, se apacigua a las masas con juegos violentos, generalmente transmitidos por televisión.
En su versión cinematográfica, Los juegos del hambre nos sitúa en la nación de Panem, que ha resultado de una revolución sofocada. Cada año, los amanerados líderes organizan la competencia titular en la que 24 chavos –dos de cada uno de los 12 distritos– serán elegidos al azar para participar en una lucha a muerte en medio de un bosque, donde sólo puede haber un vencedor. La transmisión televisiva de ese combate es de visión obligatoria para la reprimida población. En la edición 74 de los juegos, la joven Katniss (Jennifer Lawrence) se ofrece como tributo
en lugar de su hermana; ella y el también adolescente Peeta (Josh Hutcherson) son los representantes del Distrito 12, una pobre zona minera y rural.
Otro director más imaginativo podría haber aprovechado el tema para darnos una visión aguda de una sociedad distópica, al parecer gobernada por conductores de reality shows. Pero en manos de Gary Ross, autor ocasional de películas tan fofas como Amores a colores (1998) y Seabiscuit (2003), ese mundo se ve pasmosamente acartonado, en estos tiempos en que la tecnología digital es susceptible de ilustrar cualquier ocurrencia visual. Como si quisiera ocultar carencias de presupuesto –que no es el caso–, Ross nos escamotea los detalles de Capitolio, la capital de Panem, para concentrarse en sus personajes en interiores decorados en el más puro estilo art nacó. Los diseñadores de producción y de vestuario también se han quedado cortos, por ofrecer una relamida corte hi tech, poblada por aparentes seguidores de Lady Gaga.
El limitado repertorio visual del cineasta consiste en ceñirse a su protagonista con insistentes acercamientos que, con brusco paneo de la cámara en mano, incluye a su alternante en un two-shot igualmente monótono. (Ayuda un poco que Lawrence sostiene la película con la misma determinación que mostró en Invierno profundo. Pero es una lástima el desperdicio de buenos actores –Elizabeth Banks, Woody Harrelson, Toby Jones, Donald Sutherland– en papeles casi incidentales. El único sobresaliente es Stanley Tucci, quien interpreta a un conductor televisivo tan untuoso que, en comparación, hace ver como sincero a Juan José Origel.)
En su segunda parte, ya iniciada la competencia, el encuadre de Ross se abre algo más pero aún así se muestra incapaz de construir una relación espacial entre sus personajes. Nunca tenemos una noción de las distancias ni del tiempo transcurrido. Y como es un espectáculo destinado a un público adolescente, hasta la violencia es atenuada a estándares televisivos. Aunque no he leído las novelas de Collins he sabido que su prosa se distingue, al menos, por su fiereza. La película, en cambio, carece totalmente de garra. Y de aliento épico.
(En la función matutina en que vi Los juegos del hambre, un público de pubertos de pinta, miembros activos de la generación Ritalin, no prestaba tanta atención a la película como a sus propios y particulares juegos del hambre. Toda la función se caracterizó por el incesante desfilar de adolescentes en cacería de palomitas, refrescos y nachos con queso.)
Los juegos del hambre
(The Hunger Games)
D: Gary Ross/ G: Gary Ross, Suzanne Collins, Billy Ray, basado en la novela homónima de Suzanne Collins/ F. en C: Tom Stern/ M: James Newton Howard, T-Bone Burnett/ Ed: Christopher S. Capp, Stephen Mirrione, Juliette Welfling/ Con: Jennifer Lawrence, Josh Hutcherson, Stanley Tucci, Elizabeth Banks, Woody Harrelson/ P: Color Force, Larger Than Life Productions, Lionsgate, Ludas Productions. EU, 2012.
Twitter: @walyder
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