Por fin comienzan las campañas, y con éstas el enfrentamiento con la realidad de parte de los contendientes por la primera magistratura. Muy pronto, la población se dará cuenta de que la verdad dista mucho de las encuestas, al ir conociendo la verdadera capacidad de los candidatos, y quedar al descubierto los intereses que verdaderamente están atrás de ellos. Quedará en evidencia la calidad de simples “gerentes” de la oligarquía de Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota, pues no tienen libertad para nombrar su gabinete, mucho menos para tomar cualquier decisión que fuera en contra de sus verdaderos patrocinadores.
Se la pasarán haciendo promesas, al fin y al cabo una vez en Los Pinos no importará incumplirlas, tal como así lo hizo Felipe Calderón durante su malhadada “administración”, quien se vio forzado a traicionar sus convicciones elitistas para poder cerrarles el paso a los políticos progresistas, como Marcelo Ebrard, quien ha seguido sembrando la semilla del desarrollo social en la capital del país, proceso que fue iniciado por Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, y ampliado eficazmente por Andrés Manuel López Obrador. Así que lo bueno que hizo Calderón durante su mandato, la población beneficiada se lo debe a la izquierda. Esto debe quedar muy claro.
Es preciso que la ciudadanía entienda que no habrá otra oportunidad para recomponer a la nación por la vía pacífica. Otro sexenio más con la derecha en el poder, necesariamente habrá de conducirnos a la pérdida total de la escasa gobernabilidad que todavía se tiene. Esto por la sencilla razón de que se agudizarían las contradicciones que caracterizan a México después de tres décadas de mantener una política económica antidemocrática y excluyente. Es imposible que Peña Nieto pudiera cambiar esta realidad, por las ataduras que tiene con el grupo que lidera Carlos Salinas de Gortari.
No hay que pasar por alto que proviene de un grupo político caracterizado por su proclividad a la corrupción, como lo demuestran los hechos, y que durante su gobierno fue incapaz de cambiar un ápice esta situación. Al contrario, fue un firme protector de la pandilla de la que procede, empezando por su tío Arturo Montiel. Suena a burla sangrienta comprometerse a crear una comisión nacional anticorrupción, y a cinismo descarado decir que habrá de lograr un México incluyente y sin pobreza. ¿Acaso hizo algo para corregir los graves problemas sociales del estado de México cuando fue gobernador?
Y qué decir de la señora Vázquez Mota, también sin vínculos con la realidad de una nación marginada y empobrecida, a pesar de haber sido titular de la Secretaría de Desarrollo Social cuando el desgobierno de Vicente Fox. Esto porque no se puede improvisar la conciencia social, de la cual carecen la mayoría de militantes panistas, aristócratas que añoran los tiempos dorados del Porfiriato. ¿Cómo podría “robustecer la transformación del país”, como lo promete, si está firmemente comprometida con los sectores ultraconservadores de la nación?
Pueden ambos hacer tales señalamientos porque están seguros de que es de tal magnitud la despolitización y desinformación del pueblo, que no hay ningún impedimento para decir toda clase de sandeces, nomás que suenen bonito. Por lemas no habrán de parar unos y otros, al fin que lo que sobra es dinero para atosigar a los votantes con espots que profundizarán, estos sí, la incultura política de las clases mayoritarias. Por eso ambos partidos han caminado muy juntos durante este sexenio, sobre todo en el Congreso, donde han sacado adelante iniciativas de leyes antidemocráticas y retrógradas.
Esto es lo que cuenta realmente en la actualidad: el peligro de que la ultraderecha se fortalezca y se afiance para seguir esquilmando a la nación y hundiendo al pueblo en el pantano de la animalidad y la vida instintiva, canallesca. Entonces, sería imposible poder corregir tal realidad por la vía pacífica, y no habría de otra que instaurar una dictadura, como sucedió en Brasil y Argentina en los años ochenta. Quizá esto es lo que quiere la oligarquía, con el fin de actuar abiertamente en contra de los intereses mayoritarios. Cabe esperar que las fuerzas armadas quieran evitarlo, no prestándose a tales “soluciones”, pues a la larga serían derrotadas. Así lo patentiza la historia.
De ahí el imperativo de que los sectores democráticos, incluidos los empresarios no comprometidos con la oligarquía ni con intereses trasnacionales, actúen con pleno sentido de la realidad, con patriotismo y visión de futuro. De salir triunfante Peña Nieto regresaríamos a etapas que se creían superadas, pero con más graves problemas para el pueblo, que perdería sus derechos más elementales. Con Josefina no hay riesgos, pero por la imposibilidad de que triunfara, a menos que Calderón quiera jugarse la carta del fraude. Las consecuencias serían nefastas. En cuanto a la posibilidad de victoria por parte del priísta, existe en la medida que la ciudadanía se deje llevar por la inercia de un fatalismo absurdo y por la fuerza del dinero.
3/31/2012
Peña Nieto y Vázquez Mota, gerentes de la oligarquía
No habrá otra oportunidad para recomponer a la nación por la vía pacífica
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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