Claudio Lomnitz
La
semana pasada el Senado brasilero aprobó por unanimidad una ley que
amplía los derechos de los (las, usualmente) empleados domésticos. La
nueva ley –dirigida a cocineros, jardineros, choferes, nanas y personal
de limpieza– dicta que los empleados domésticos tendrán jornadas
máximas de ocho horas diarias, y de 44 horas semanales; los trabajos
realizados por encima de estas cuotas recibirán remuneración de horas
extras. Los nuevos derechos de las y los empleados domésticos en Brasil
incluyen: sobresueldo por trabajo nocturno, seguro de desempleo en caso
de desocupación involuntaria, participación de las/los empleados en un
Fondo de Garantía por tiempo de servicio (especie de afores),
indemnización de 40 por ciento del saldo de lo que hay en ese fondo en
caso de despido sin causa justificada, tipificación como delito de la
retención dolosa de salarios por parte de empleadores, pago de seguro
social para los empleados, apoyo para guarderías y educación prescolar
de los hijos de las domésticas hasta los cinco años de edad, y seguro
contra accidentes laborales.
Existe, desde luego, la preocupación de que la ley no se aplique en una mayoría de los casos. Según el diario citado, sólo 27 por ciento de las y los trabajadores domésticos de Brasil están registrados formalmente (alrededor de 2 millones de un total de más de 7 millones de empleadas). Aun así, se nota una tendencia favorable, ya que la cifra de domésticas registradas en las grandes urbes es bastante mayor: en Sao Paulo, casi 39 por ciento de las/los empleados domésticos están ya formalmente registrados. Además, la nueva ley reconoce la vigencia de acuerdos colectivos con las asociaciones gremiales de empleadas domésticas, cosa que amplía el margen de acción para los sindicatos.
Queda claro que la nueva ley abre un horizonte de mejorías laborales y de vida que tendrá que ir siendo reclamado y conquistado a pasos, pero, aún así, se trata claramente de una victoria mayor para una forma de trabajo importantísima en toda América latina. Así, Eliana Menezes, presidente del sindicato de trabajadoras domésticas de Sao Paulo, recibió la aprobación de la nueva ley como
una segunda abolición de la esclavitud en Brasil. Con reportes de muchas empleadas domésticas que trabajan 16 y 18 horas diarias, la apreciación no parece demasiado exagerada.
Brasil
fue el último país esclavista de América, con fecha de manumisión
recién en 1888. El trabajo doméstico, que en ese país fue
frecuentemente trabajo de esclavas, es, por su naturaleza, más difícil
de proteger y de organizar que los trabajos en empresas, tanto porque
éstas son objeto de fiscalizaciones que obligan a reportar empleados,
como porque emplean números superiores de empleados por unidad. Y
todavía hoy Brasil es el país latinoamericano con mayor número de
empleadas domésticas, más de tres veces superior al de México, que le
sigue.
En un reporte reciente sobre el tema de trabajadores domésticos la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calculó una población mundial de más de 56 millones de trabajadores domésticos. Se trata, además, de un tipo de empleo cuyos números han aumentado en todo el orbe; entre 1995 y 2010 el total de empleadas y empleados domésticos aumentó por 19 millones, y eso sin contar la población de empleados menores de 15 años (que la OIT calcula en más de 7 millones a escala mundial). En América Latina una de cada seis mujeres empleadas es trabajadora doméstica, y 90 por ciento de los trabajadores domésticos son mujeres. Además, el empleo doméstico como porcentaje del total de empleos aumentó de 5.7 por ciento a 7.6 por ciento en América Latina entre 1995 y 2010, o sea que no se trata de una forma de trabajo en decadencia. Para 2010, uno por ciento de los hombres empleados en América Latina trabajaba de empleados domésticos, y 17 por ciento de las mujeres latinoamericanas laboraban en ese rubro.
Es obvio, evidente, que la nueva ley brasileña es de relevancia para México, segundo país latinoamericano en número de empleadas domésticas (la OIT calcula que había abajito de 2 millones de domésticas en México, comparados con unas 7 millones en Brasil). Se trata, en pocas palabras, de un tema que se debe poner en el candelero, pero ya, y tocaría al Congreso de la Unión estudiar la ley brasilera y proponer alguna adaptación para México.
Posdata. Hace unos días el diario El País reportó que en el sexenio de Felipe Calderón murieron 140 mil personas por accidentes automovilísticos, o sea, más del doble del saldo de la guerra del narco. ¿Dónde está la respuesta del gobierno? ¿Dónde se está desarrollando una alternativa al modelo de transporte por el que ha optado el país, sin discusión democrática alguna? Son tiempos para una campaña seria en pro del transporte público, y de formas alternativas de transporte. ¡Viva el Metro! ¡Vivan los autobuses y los trenes! ¡Vivan los peatones! ¡Vivan los bicicleteros!
En un reporte reciente sobre el tema de trabajadores domésticos la Organización Internacional del Trabajo (OIT) calculó una población mundial de más de 56 millones de trabajadores domésticos. Se trata, además, de un tipo de empleo cuyos números han aumentado en todo el orbe; entre 1995 y 2010 el total de empleadas y empleados domésticos aumentó por 19 millones, y eso sin contar la población de empleados menores de 15 años (que la OIT calcula en más de 7 millones a escala mundial). En América Latina una de cada seis mujeres empleadas es trabajadora doméstica, y 90 por ciento de los trabajadores domésticos son mujeres. Además, el empleo doméstico como porcentaje del total de empleos aumentó de 5.7 por ciento a 7.6 por ciento en América Latina entre 1995 y 2010, o sea que no se trata de una forma de trabajo en decadencia. Para 2010, uno por ciento de los hombres empleados en América Latina trabajaba de empleados domésticos, y 17 por ciento de las mujeres latinoamericanas laboraban en ese rubro.
Es obvio, evidente, que la nueva ley brasileña es de relevancia para México, segundo país latinoamericano en número de empleadas domésticas (la OIT calcula que había abajito de 2 millones de domésticas en México, comparados con unas 7 millones en Brasil). Se trata, en pocas palabras, de un tema que se debe poner en el candelero, pero ya, y tocaría al Congreso de la Unión estudiar la ley brasilera y proponer alguna adaptación para México.
Posdata. Hace unos días el diario El País reportó que en el sexenio de Felipe Calderón murieron 140 mil personas por accidentes automovilísticos, o sea, más del doble del saldo de la guerra del narco. ¿Dónde está la respuesta del gobierno? ¿Dónde se está desarrollando una alternativa al modelo de transporte por el que ha optado el país, sin discusión democrática alguna? Son tiempos para una campaña seria en pro del transporte público, y de formas alternativas de transporte. ¡Viva el Metro! ¡Vivan los autobuses y los trenes! ¡Vivan los peatones! ¡Vivan los bicicleteros!
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