10/29/2014

El país de la impunidad invisible

Según datos del INEGI, Guerrero registra una tasa de 63 homicidios por cada 100 mil habitantes. Si esa entidad federativa fuera un país, sería el cuarto más peligroso del mundo.


Es comprensible y hasta indispensable la indignación pública por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Las manifestaciones que hemos visto en estos días han sido fruto de la rabia, el dolor y la impotencia de no saber qué les pasó a esos jóvenes, y se han alimentado además por la certidumbre de muchas otras muertes de las que dan testimonio las decenas de fosas clandestinas encontradas no solamente en Guerrero, sino en muchas otras entidades del país.
Pero para ser completamente justos, lo cierto es que habría muchas otras razones para indignarse y protestar. México sigue siendo el país de la impunidad y de un alto grado de violencia con el que convivimos cotidianamente.
El Estado de Guerrero es un buen ejemplo. Según datos del INEGI Guerrero registra una tasa de 63 homicidios por cada 100 mil habitantes. Si esa entidad federativa fuera un país, sería el cuarto más peligroso del mundo. Y la violencia en ese Estado no es nueva, como lo saben quienes han estudiado los movimientos insurgentes de los años 60 y 70 del siglo pasado, así como la secuela de la guerra sucia que los acompañó casi desde su alumbramiento.
Ahora bien, esas muertes y la desaparición de los normalistas no surgen en el vacío, sino que son el resultado de décadas de atropellos, corrupción, malos gobiernos, complicidades de todo tipo y, sobre todo, de años y años de impunidad.
De hecho, hay muchos datos que son públicos y que nos debieron haber servido como llamada de alerta roja, pero muchos ciudadanos (entre ellos varios de los que ahora protestan y se sienten muy ofendidos por la tragedia de Ayotzinapa) decidieron ignorar.
Por ejemplo, ¿dónde están las marchas por el incumplimiento flagrante del Estado mexicano de la sentencia del caso “Campo Algodonero” sobre el feminicidio en Ciudad Juárez, Chihuahua? ¿dónde está la indignación respecto al dato proporcionado en el sexenio anterior por la Secretaría de Salud del gobierno federal, según el cual se producen cada año 20 mil violaciones sexuales en el país, el 95% de ellas en contra de mujeres? ¿Dónde están las voces que claman contra el inicio de un extenso feminicidio en varios municipios mexiquenses del oriente del Valle de México (más de 170 mujeres jóvenes han desaparecido en lo que va del 2014)? ¿Cuántos son los ofendidos por el clamoroso fracaso del estado mexicano en la investigación de los delitos, por la corrupción en los juzgados penales, por el florecimiento de la delincuencia dentro de las cárceles y reclusorios?
Lo de Guerrero es solamente una minúscula muestra del horror cotidiano con el que hemos aprendido a sobrevivir.
En realidad deberíamos estar más atentos a los datos disponibles y menos a lo que los medios nos dicen que debe ser lo importante. El INEGI ha señalado en los resultados de la ENVIPE 2014 que lejos de mejorar, la seguridad pública sigue empeorando: han aumentado el número de delitos que se cometen en México (33 millones en 2013) y la tasa de delitos no denunciados (93%). Pero de eso se habla poco, o casi nada. Toda la atención se va en la tragedia de hoy, en el árbol que nos impide ver el bosque, en lo que sale en los noticieros.
El feminicidio en Ciudad Juárez comenzó en 1993. Hace 21 años. Según algunas estimaciones, desaparecieron 4,500 mujeres y niñas (lo cual es una barbaridad partiendo del hecho de que el municipio tenía en esos años poco más de 1,5 millones de habitantes). Al día de hoy no hay nadie en la cárcel por esos crímenes. Tampoco hay nadie que los esté investigando, ni nadie que esté decidido a iluminar con la verdad lo que pasó en esos años atroces.
Ojalá que el tiempo no pase de la misma forma sobre la tragedia de Iguala. Ojalá que nos sirva como revulsivo y nos lleve a pensar mejor en lo que hacemos, cada uno de nosotros, para construir una sociedad mejor. O de otra manera no habrá futuro para este país tan lleno de problemas y tan incapacitado para hallarles solución.
Las alarmas existen para ponernos en alerta; si decidimos no escucharlas, tendremos más tragedias por las que seguir marchando. Marcharemos durante siglos, de hecho.

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