Las cosas andan mal en México y si alguien lo duda que revise con atención las noticias de las últimas semanas. A la crisis por los desaparecidos de Ayotzinapa, se suma la mala imagen internacional, la baja en el precio del petróleo, la inflación por arriba del 4% y el tipo de cambio más cerca de los 14 que de los 13 pesos por dólar. Todo en medio de una creciente movilización social que en los últimos 15 días ha sacado a las calles a miles de mexicanos.
La pregunta ante este malestar es quién será capaz de darle cauce.
La respuesta no es cosa menor. El principal candidato a resolverlo se ve rebasado. Me refiero al gobierno del presidente Peña Nieto. En la crisis de Guerrero reaccionó tarde y al menos le ha llevado un mes responder a las preguntas básicas de toda crisis: qué pasó, quién es el responsable y qué garantías hay de que no volverá a ocurrir. Quizá en esta misma semana tengamos respuestas a las dos primeras, ojalá, pero de la tercera no se ha dicho nada.
Y ni hablar de lo que ocurre con el tema económico del que se habla muy poco. Como suele ocurrir, es probable que atribuyan todos nuestros males al entorno internacional, pero después del bienestar prometido —que dista mucho de la realidad— las autoridades tendrían que estar dando muchas explicaciones.
Pero el problema no es exclusivo del gobierno. Los perredistas se encuentran en el corazón de la misma crisis de confianza; incluso Morena y AMLO han quedado atrapados con el caso de Iguala, y de los panistas se puede decir muy poco. Más allá de su propuesta de desaparición de poderes en Guerrero no han sido capaces de articular una propuesta que dé señales de que están entendiendo el momento por el que atraviesa el país.
Hasta la sociedad civil ha tenido descalabros. Ahí está el rechazo de las familias de los desaparecidos al Padre Alejandro Solalinde, que había emergido como una especie de vocero de la causa.
El resultado es que tenemos a miles de personas muy molestas y no se ve a nadie que esté reaccionando ante la situación. Ni del gobierno, ni de la oposición.
Tradicionalmente se diría que hay dos formas de canalizar la situación: las respuesta de las instituciones y la competencia electoral. El problema es que las primeras no han sabido leer lo que pasa, su nivel de empatía es muy bajo o nulo, y no han podido articular una solución, ya sea en seguridad o en economía.
Y ante las elecciones de 2015, para muchos mexicanos la clase política parece hecha de lo mismo más allá de las siglas con las que se presentan. Así que tampoco está claro a quién premiar en protesta ante lo que no va bien. Si todos son vistos como lo mismo, para qué votar.
Por eso la preocupación, porque México parece por momentos como una olla en la que no está claro quién ni cómo se puede liberar un poco de presión.
Ojalá en la próxima marcha algún integrante de los grupos gobernantes se dé una vuelta para descubrir que al menos una parte de México está gritando. Aunque de momento no está claro que alguien la escuche.
Politólogo y periodista.
@MarioCampos
Facebook.com/MarioCamposCortes
No hay comentarios.:
Publicar un comentario