Más
de ocho siglos atrás un gran pensador cordobés, Ibn Rushd, más conocido
como Averroes por la castellanización de su nombre, impulsó la
implementación de los derechos de las mujeres tanto en el más reducido
ambiente familiar como en el más amplio de la política al punto de
aseverar que el mundo de los humanos iba a ser mejor cuando las féminas
tuviesen una activa participación en el manejo de las cosas públicas.
La sabia Ismat ad-Din Khatun, contemporánea y seguidora de sus ideas,
influyó su esposo, el kurdo Salah ad-Din, también más conocido por su
castellanización como Saladino, gran jefe musulmán de aquellos tiempos,
quién debió atender sus planteos en esa dirección en tiempos en los que
también difundía sus ideas en la misma El Cairo el gran filósofo judío,
también cordobés, Amr Ibn Maymun (Maimónides).
El
rol de las mujeres heroicas pasó de las leyendas de las Amazonas
griegas, a las que Heródoto de Halicarnaso reconoció existencia real y
hasta participación en la Guerra de Troya, con personajes con Hipólita
(la que libera los caballos), hasta tiempos más cercanos con personajes
de existencia real comprobable como Juana de Arco, hasta luchadoras
sociales, no guerreras, como Mary Burns, la irlandesa esposa sin
papeles de Friedrich Engels, feminista y militante integrante de la
Hermandad Feniana, el movimiento nacionalista celta que pugnó por la
independencia de su país, por entonces totalmente subordinado al Reino
Unido, y que con el tiempo logró, en 1916, la separación del actual
Eire, o Irlanda del Sur.
También
hubo muchas que llegaron a gobernar sus países y que jugaron roles
decisivos como Isabel I de Castilla, bajo cuyo reinado se inició la
colonización de América o Isabel I de Inglaterra, verdadera propulsora
de los cambios que modernizaron a su país y que fueron decisivos para
poder sentar las bases de la futura Revolución Industrial, sobre todo
con la Ley de Pobres de 1601 que sentó las bases de una proto clase
obrera esencial para ese proceso transformador. Pero si bien estas y
otras tantas reinas gobernaron sus estados en el marco social el poder
familiar y político seguía concentrado en los hombres.
La
historia americana tiene como figura notable a la princesa Aqualtune,
la guerrera princesa congoleña que participó en guerras tribales en el
Africa hasta que fue tomada prisionera por los portugueses y vendida
como esclava en el Brasil. En esos tiempos se había conformado en
Alagoas la República de los Palmares hacia donde huyó para sumarse a
las luchas del primer estado libre de América de la dominación colonial
que tuvo como gran líder, a lo largo de un siglo de existencia, a Zumbi
dos Palmares, probablemente hijo suyo, epónimo de la nueva universidad
nacional que privilegia la educación de los afro descendientes. Y en él
ámbito hispanoamericano a la gran luchadora altoperuana Juana Azurduy.
En
lo que hoy es la Argentina la presencia femenina en la política tuvo
protagonistas importantes como Encarnación Ezcurra, la esposa de Juan
Manuel de Rosas, alma mater de la Revolución de los Restauradores que
derrocó a Juan Ramón González Balcarce en 1835 y creadora de la
Sociedad Popular Restauradora, lo que dio lugar a la permanencia de
aquél al frente del gobierno bonaerense, motivo por el cual se le
otorgó la distinción de Heroína de la Santa Federación.
Unas
décadas más tarde la intervención femenina se hizo manifiesta en el
término electoral a través de Julia Magdalena Angela Lanteri, más
conocida como Julieta, quién había nacido en Italia y llegado de niña
al país en el que, no sin dificultades, logró inscribirse como
estudiante de medicina y convertirse en la sexta graduada en dicha
disciplina en el país. Fue la primera abanderada del voto femenino en
estas tierras cuando en 1911 el gobierno porteño convocó a un
empadronamiento para las próximas elecciones. En el mismo se estableció
que podían hacerlo: “los ciudadanos mayores, residentes en la ciudad
por lo menos desde un año antes, que tuvieran un comercio o industria o
ejercieran una profesión liberal y pagasen impuestos comunales por
valor de 100 pesos como mínimo”. El 15 de julio Julieta recibió la
carta de ciudadanía y el 16 se inscribió ya que la norma no establecía
limitaciones sexuales. El 26 de noviembre se presentó en la Iglesia San
Juan Evangelista del barrio de La Boca y votó en una mesa presidida por
el historiador Adolfo Saldías. Este expresó su alegría “por ser el
firmante del documento del primer sufragio de una mujer en el país y en
Sudamérica”.
A
raíz de ello el entonces Concejo Deliberante porteño prohibió el voto
femenino, pero Julieta siguió su lucha y al observar que la
Constitución Nacional impedía el voto de las mujeres pero no que se
candidatearan creó el Partido Nacional Feminista y si bien no logró ser
elegida no le faltaron votos masculinos como el del escritor Manuel
Gálvez, uno de los 1.730 cosechados en 1919. Luego se sumó al Partido
Socialista cuyas listas también integró.
En
1921 en Santa Fe, bajo el liderazgo de Lisandro Nicolás de la Torre, se
reformó la constitución provincial y se otorgó el derecho a sufragar a
las mujeres en las elecciones comunales. El paso, si bien restringido,
marcó una ruptura con los esquemas tradicionales. Esa constitución no
fue implementada por los gobiernos santafesinos de entonces y recién se
aplicó en 1932 al llegar a la primera magistratura el demócrata
progresista Luciano Florencio Molinas.
En
1926 Aldo Cantoni, que en 1918 había sido cofundador del Partido
Socialista Internacional, luego Partido Comunista, llegó a la
gobernación de San Juan por la Unión Cívica Radical Bloquista, hoy
Partido Bloquista. Un año más tarde convocó a una reforma
constitucional que otorgó el voto a las mujeres. De hecho ya en 1862 en
la capital de esa provincia cuyana se había habilitado el voto para las
que pagaran impuestos; es decir, un voto censitario. La constitución
bloquista hizo que en 1928 por primera vez una mujer, Emilia Collado,
fuera electa intendente, en la ciudad de Calingasta, y que otra, la
riojana Emar Acosta, obtuviese una banca como diputada provincial, la
primera en el país y en América Latina. Claro que eso duró poco ya que
Hipólito Yrigoyen intervino San Juan y ello quedó en la nada.
Aunque
en 1938 Imelda Romero fue designada como interventora en la comuna
riojana de Aimogasta, en realidad hubo que esperar casi dos décadas
hasta que otra gran luchadora, María Eva Duarte (Evita), la esposa del
presidente Juan Domingo Perón, lograse que el Congreso de la Nación
sancionase con valor universal en el país el voto femenino el 23 de
septiembre de 1947 la ley 13.010 que se aplicó por vez primera el 11 de
noviembre de 1951 cuando 3.816.654 mujeres sufragaron y de resultas de
ello el Partido Justicialista incorporó al Congreso de la Nación a 23
de ellas en un verdadero homenaje a la que pudo ver plasmado con
alegría otro de sus grandes aportes cuando sólo le quedaban unos pocos
meses de vida.
Fernando Del Corro
Historiador,
periodista y docente universitario. Vocal de la Comisión Directiva del
Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano
Manuel Dorrego.
http://alainet.org/active/76888
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