Los habitantes de Iguala vieron arribar a su ciudad a los padres de los normalistas asesinados por la Policía Municipal de la localidad, así como de los otros 43 detenidos y desaparecidos por las fuerzas de seguridad pública. El miedo, sin embargo, los mantuvo dentro de sus viviendas y centros de trabajo, dejando solos en su reclamo de justicia a los familiares y amigos de las víctimas.
Paris Martínez (@paris_martinez)
Dominados por el miedo, como están, asomando apenas la cabeza por los
zaguanes o mirando furtivamente a través de las ventanas de sus casas, los habitantes de Iguala vieron arribar a su ciudad, este lunes 27 de octubre, a los padres de los normalistas asesinados por la Policía Municipal de la localidad, así como de los otros 43 detenidos y desaparecidos por las fuerzas de seguridad pública, el pasado 26 de septiembre.
La población de Iguala no fue indiferente al dolor de los padres y madres que, acompañados por alrededor de 500 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, acudieron ayer al punto donde sus hijos fueron emboscados –en la desembocadura de la calle Álvarez con la avenida Periférico–. El miedo, sin embargo,
los mantuvo dentro de sus viviendas y centros de trabajo, dejando solos
en su reclamo de justicia a los familiares y amigos de las víctimas.
Tres cruces de madera llevaban consigo los normalistas y padres de
familia, cada una con el nombre de uno de los estudiantes asesinados
hace ya un mes durante el ataque policiaco, Daniel Solís Gallardo,
Julio César Ramírez Nava y Julio César Mondragón Fuentes, que fueron
colocadas en los puntos donde murieron, las dos primeras juntas, y la
tercera a tres cuadras de distancia.
El acto arrancó con una misa encabezada por el párroco local, quien
cambió el altar de la Parroquia de San Francisco por una pared de
Álvarez y Periférico marcada por disparos de bala, y en la cual fue
colocada la playera escolar de uno de los jóvenes asesinados.
Ahí, los padres, madres y estudiantes, que portaban ramos de flores
blancas y pancartas con los rostros de sus 43 compañeros desaparecidos,
oraron por el descanso de los tres normalistas fallecidos, así
como de los tres transeúntes que también fueron asesinados durante la
emboscada policiaca, además de que rogaron por que los normalistas secuestrados sean liberados.
Aún cuando una patrulla de la Policía Federal custodió la ceremonia, ésta
fue desde el principio seguida de cerca por al menos ocho hombres que,
en parejas y a bordo de motocicletas, rondaban el punto de la
manifestación, tomando fotos y videos de los participantes.
“Son halcones”, comenta el integrante de una de las organizaciones
civiles guerrerenses que han venido apoyando a los normalistas y
familiares de las víctimas. Halcones, es decir, vigías del crimen
organizado, cuya presencia acosadora en toda la ciudad de
Iguala ha venido siendo denunciada lo mismo por organismos ciudadanos
que por la prensa.
Incluso cuando el contingente marcha a pie hacia el vado donde fue
abandonado el cuerpo desollado el estudiante Julio César Mondragón
Fuentes, a tres cuadras de distancia de Álvarez y Periférico, estas
parejas avanzan detrás, primero, y luego se mezclan entre los
manifestantes, siempre tomando fotos y video con teléfonos celulares. Su presencia podría explicar, quizás, la ausencia de la ciudadanía igualteca.
Tras fijar con cemento las tres cruces de madera, los padres y
normalistas parten de vuelta a Ayotzinapa, y tras ellos quedan, junto a
las cruces, dos mensajes.
El primero, junto a las cruces de Daniel Solís y Julio César Ramírez, dice: “Si sabes algo de nuestros hijos, llámame: 7441787626. Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
El segundo, frente a la cruz de Julio César Mondragón, y escrito
sobre un cuaderno escolar, reza: “Ayotzinapa vive, vive, vive. Querido
amigo, siempre estarás en nuestro corazón; no importa cuánto tiempo
pase, siempre serás nuestro amigo. A nuestros muertos no los
enterramos, los sembramos para que florezca la LIBERTAD”.
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