Le pedí un regalo de 24 mil pesos a mi amiga. Como es una cantidad
grande le prometí que le regalaría 192 mil pesos a cambio. Para darle
esa cantidad, le pedí 24 mil pesos a otras 8 amigas, prometiéndoles que
le pagaría también 192 mil pesos a cada una de ellas.
Eventualmente mi deuda creció a 1 millón 536 mil pesos, que yo desde luego no tengo. Es por eso que le pedí a esas 64 amigas que me ayudaran a convencer a 512 amigas más de prestarnos 24 mil pesos. Ahora debíamos 12 millones, 288 mil pesos. Por eso hoy quiero invitarte a nuestro proyecto de economía solidaria para mujeres.
Espero no ser la única que, al leer el párrafo anterior, sienta rechazo. Desde luego, decirlo así simplifica una operación que, aunque es fraudulenta a todas luces, tiene mucho éxito en nuestro país. La razón es, al parecer, una reiterada condición de precariedad en las mujeres que nos vuelve presa fácil de los remedios mágicos, los esquemas ponzi y el largo etcétera de fraudes a los que se enfrentan las poblaciones en crisis económica.
México es un país donde las mujeres somos más pobres que los hombres. Esto se debe a razones complejas que tienen como elemento común la división sexual del trabajo, un concepto que refiere a la discriminación laboral por género que se reproduce en los ámbitos público y privado.
El mercado laboral, el trabajo doméstico no remunerado y el trabajo de los cuidados, son crisoles en los cuales se funden todas las discriminaciones de clase, raza y género que atraviesan a las mujeres. Pensemos en los obstáculos que la estructura patriarcal nos impone a las mujeres: salarios más bajos, discriminación por fenotipo, transfobia, racismo, violencia sexual, entre otras.
Cada mujer, haciendo una concienzuda autobiografía laboral, puede encontrar aquellos momentos en los que se le ha discriminado por motivos de género.
Toda esta división comienza, claro, desde la familia, la escuela y el largo etcétera de espacios donde se reproducen las estructuras sociales. En estos espacios aprendemos todo lo que la ideología dominante requiere que sepamos reproducir para mantener nuestra propia subordinación.
Somos, pues, un país de personas empobrecidas, donde las mujeres somos las subordinadas de la clase trabajadora. Una clase que mantiene a sus verdugos sin encontrar esperanza ni en el progreso académico, ni en los líderes sindicales, ni en las coyunturas políticas que vienen y van con sus respectivas catarsis colectivas. Es en este país de desconsuelos laborales, donde se hacen posibles, entre otros fraudes y estafas, los esquemas piramidales.
Las pirámides son esquemas de negocios donde las personas entran abonando una cantidad de dinero bajo la promesa de recibir una cantidad mucho mayor eventualmente. Uno de los elementos distintivos de estos esquemas es que cada una de las personas que entra debe invitar, bien por una sola ocasión o bien constantemente durante todo el proceso, a otras personas que también deberán abonar cantidades de dinero para sostener el proyecto.
Desde luego, quienes nos invitan sostienen que nada puede salir mal mientras todas las personas depositen su dinero e inviten a otras. La cuestión es que estos proyectos son insostenibles dadas las condiciones poblacionales de cualquier lugar. Es más: cualquier esquema piramidal que cuente con más de 6 personas por pirámide, flor o telar sobreviviría menos de 20 generaciones debido a que antes ya habría excedido la capacidad poblacional mundial.
Uno de estos esquemas se ha hecho buena fama entre mujeres por su discurso de empoderamiento y solidaridad muy cercano a la crítica feminista de la estructura patriarcal de feminización de la pobreza y a la alternativa de sororidad como pacto político entre mujeres, se llama tejedoras de sueños y, claro, se acerca pero con una diferencia diametral: basa el empoderamiento en la mera obtención de dinero.
Lo más preocupante es que este esquema piramidal ha hecho uso del discurso de la hermandad entre mujeres y el empoderamiento para hacer de estos telares, telarañas mentales en la cabeza de las compañeras que, al ser etiquetadas como “malvibrosas” “mujeres sin liderazgo” “miedosas” “incapaces de recibir” o “pobres mentales”, se ven en complicaciones para no entrar a los telares de la abundancia o incluso para reclamar su dinero.
Se deposita toda la responsabilidad de un fraude insostenible en las mujeres (cosa muy común en el neoliberalismo, que sostiene que es pobre el que quiere) y la forma de hacerlo es convenciéndonos de que hay que soltar, de que hay que darle regalos a otras mujeres y de que tu buena voluntad hará que el dinero regrese.
Generalmente, las personas que caen en esta trampa no dimensionan el uso del discurso new age en función de este fraude.
Aunque la forma de corroborar que es insostenible es una sencilla operación matemática: para que una mujer gane 192 mil pesos en este esquema, otras ocho deben “regalarle” 24 mil pesos cada una, la relación 1 a 8 es exponencial, de modo que para que esas 8 ganen su “abundancia” necesitan a otras 64, y así hasta que decenas de miles de mujeres acaban sosteniendo la abundancia de unas cuantas.
El proceso es lento e insostenible, pero en tiempos de crisis este tipo de estafas suenan como una alternativa viable a nuestra precarización. La estructura capitalista patriarcal nos tiene al límite y por eso es que este tipo de estafas funcionan, sin embargo echar mano de la rebeldía, de la sororidad y de la ética, pueden ponernos al margen de estas prácticas que basan la abundancia en el despojo de otras mujeres.
¿Por qué no buscar formas reales y solidarias de economía, en lugar de despojar a las demás?
*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Especial Cimacnoticias | Ciudad de México.-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario