En la semana que concluye, el impasse en
que se había colocado el conflicto magisterial ha dado paso a una
aparente distensión que, sin ser definitiva, podría abrir perspectivas
de solución. Luego de las movilizaciones convocadas el martes por la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y su
entorno social de apoyo –cada vez más amplio, a juzgar por la diversidad
de actores no magisteriales que convergieron en las protestas–, la
Secretaría de Gobernación reactivó la mesa de diálogo con esa
organización, que había sido suspendida días antes entre amenazas del
titular de esa dependencia.
Ayer, la dirigencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Educación (SNTE) y las autoridades de la Secretaría de Educación Pública
efectuaron una reunión en la que se revisó
la implementación de la reforma educativa. Así, mientras en el discurso se rechaza la renegociación de la referida modificación constitucional y la legislación secundaria, en los hechos se asiste a una revisión de la misma entre las autoridades educativas y los distintos sectores del magisterio.
Es razonable vincular este viraje en la postura gubernamental a
cálculos políticos y hasta a tácticas dilatorias para distender el
conflicto en momentos en que comenzaba a desbordarse. Pero es un hecho
que detrás de ese aparente abandono de la cerrazón de las autoridades se
encuentra la extensión del descontento magisterial mucho más allá del
ámbito de actuación e influencia de los estados en los que la CNTE es la
fuerza hegemónica: mientras las expresiones contra la reforma en
entidades como Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Michoacán no han amainado
–sino todo lo contrario–, destacan como novedad las movilizaciones
efectuadas en Monterrey, Morelos, el sur de Veracruz y Yucatán, así como
la participación extendida de organizaciones de padres de familia,
grupos sociales diversos y sectores críticos de la iglesia.
En tal circunstancia, es claro que la única vía deseable para resolver el impasse actual
es el emprendimiento de un diálogo sin condiciones, en el que el
gobierno revise sus posiciones actuales, haga acopio de voluntad y
flexibilidad y negocie una solución al conflicto basada en concesiones
de ambas partes.
Es claro, por lo demás, que el sector educativo está minado por
problemas y desacuerdos en diversos niveles y dimensiones, y que todos
pueden ser resueltos si se emprende un proceso de diálogo orientado a
formular, con participación de todos los sectores involucrados, una
política de educación pública capaz de ser punto de consenso nacional y
no, como ocurre ahora, fuente de conflictos.
En el momento presente es necesario que se contengan las campañas que
desde los medios han atizado el linchamiento social contra el
magisterio disidente e instigado a su represión, enarbolando un falso
afán legalista. Exacerbar los ánimos en la presente circunstancia no
conducirá al triunfo de ninguna de las partes sobre la otra y puede
causar, en cambio, un daño mayúsculo a la precaria estabilidad
institucional del país.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario