CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cubierto por una densa nube de dudas,
el enfrentamiento del 19 de junio en Nochixtlán, Oaxaca, entre las
fuerzas de seguridad y la CNTE imprime un signo trágico al conflicto
magisterial derivado de la reforma educativa. Al parecer, el saldo de
nueve muertos y más de 100 heridos se debió a “un error táctico” de la
Gendarmería (Proceso 2069). Sin embargo, aún no se aclara la posible
participación de grupos de choque –ajenos o vinculados a la CNTE, o
“halcones” contratados por el propio gobierno– que pudieron haber
provocado la matanza.
En cualquier caso, la violencia es totalmente ajena al derecho humano
fundamental de más de 30 millones de alumnos a recibir una educación de
calidad, e igualmente contraria al interés nacional. Hoy más que nunca,
el futuro educativo del país está hundido en un mazacote de ambiciones
políticas torcidas. No será fácil superar la competencia de necedades
que ello implica.
La tragedia de Nochixtlán obligó al gobierno a reanudar las
negociaciones en la Secretaría de Gobernación con los representantes de
la CNTE, suspendidas hace un año, cuyo reinicio había sido rechazado por
el secretario de Educación, Aurelio Nuño. No obstante, hasta ahora
(miércoles 29) dichas reuniones han sido estériles debido a la cerrazón
de ambas partes, contraria al diálogo que supone la buena disposición de
los interlocutores para llegar a un acuerdo. Los sonrientes líderes de
la coordinadora sienten tener contra las cuerdas al secretario Miguel
Ángel Osorio Chong y exigen derogar toda la reforma.
Escasos de argumentos propositivos, los representantes de la CNTE
saben que su poder radica en la capacidad para crear un caos vial en
varias ciudades y carreteras de la República y, si hiciera falta,
incendiar al país en una ola de violencia para provocar una respuesta
represiva que el gobierno quisiera evitar a toda costa, sobre todo
después del funesto fracaso del operativo en Nochixtlán. A ello se debe
que la defensa de sus derechos y prebendas esté basada en la
confrontación, casi siempre violenta.
Por su parte, el gobierno de Enrique Peña Nieto no quiere dar marcha
atrás a una de las pocas reformas que podrían significar un motivo de
orgullo para su malograda gestión. La estrategia para recuperar la
necesaria rectoría del Estado en materia educativa incluyó la
elaboración de una reforma constitucional enfocada a rediseñar la
estructura laboral del magisterio, al tiempo de acotar el enorme y
corrupto poderío del SNTE. Se encarceló a su líder vitalicia y se nombró
a un sucesor previamente domesticando, se promulgaron las leyes de
Educación, del Servicio Profesional Docente y del Instituto para la
Evaluación de la Educación. La reforma educativa fue aprobada en el
Congreso por amplia mayoría, pero sin haber sido previamente negociada
con la disidencia magisterial. Ese es el origen de las protestas de la
CNTE.
A ello hay que agregar la cerrazón y altivez del secretario Nuño,
quien montó una intensa campaña de comunicación, especialmente a través
de la televisión, supuestamente para divulgar los logros de la reforma
educativa, pero orientada a exhibir y estigmatizar a los maestros de la
CNTE (cuyos métodos violentos lo facilitan) y, sobre todo, a promover su
imagen y ambiciones presidenciales. Arrogante, adoptó una actitud
desdeñosa y retadora frente a la disidencia magisterial –reveladora de
su falta de visión política y de su vocación autoritaria–, que desembocó
en los sangrientos hechos de Nochixtlán.
Además de la injustificable violencia utilizada por la CNTE en sus
reclamos –destrucción de oficinas, secuestro y quema de camiones para
obstruir carreteras e incluso la humillación y rape de maestros a
quienes consideran “traidores”–, así como de los descarados casos de
abusos y corrupción de muchos de sus líderes, también existen argumentos
que fundamentan su disidencia. Son esas ideas y propuestas las que
tendrían que discutirse en la mesa de negociación, contrastándolas
respetuosa y racionalmente con las del gobierno. ¿Será posible?
Uno de los temas centrales a debatir es si la reforma educativa es o
no punitiva. Manuel Gil Antón, especialista del Colegio de México,
argumenta que, además de punitiva, la reforma concibe a los maestros
como objetos, no como sujetos, colocándolos en una situación límite:
someterse o perder el empleo. Adicionalmente, opina que los criterios
rectores y las prácticas de evaluación son imperfectos y poco
confiables.
En contraste, la resolución de la Suprema Corte de Justicia sobre el
tema sostiene que la Ley General del Servicio Profesional Docente no
transgrede los derechos de los maestros debido a que les otorga tres
oportunidades de ser evaluados. En caso de no ser aprobados en la
primera y la segunda, serán incorporados a programas de regularización
con la tutoría correspondiente. Si el resultado de la tercera evaluación
fuera insuficiente y el maestro contara con un nombramiento definitivo,
no perderá su plaza y será readscrito a otras tareas. A quien tenga un
nombramiento provisional y alcance un resultado satisfactorio en
cualquiera de las tres evaluaciones se le otorgará la plaza definitiva;
sólo si el resultado es insuficiente en la tercera evaluación será
separado del servicio público.
Así como es necesario acabar con el sindicalismo rapaz y corrupto
inserto en el SNTE y la CNTE, es menester reconocer que, como lo apunta
Gil Antón, “ni la violencia ni la administración selectiva de la
justicia con fines políticos son formas adecuadas para resolver la gran
polarización que ha provocado la reforma gubernamental”. Es imperativo
que los líderes sindicales y autoridades gubernamentales, causantes de
la tragedia de la educación, expliquen y debatan de cara a la
ciudadanía, con apego a la ley, rigor ético y sensatez, a fin de
encontrar la solución al desastre que ellos han provocado. Deben asumir
la responsabilidad que a cada uno le corresponde: sus excesos y torpezas
han originado la debacle educativa y han puesto en riesgo la paz social
de la nación. La sociedad debe exigirles que así sea.
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