QUINTO PODER
Con la prostitución no se compra un servicio sexual sino a la mujer
misma; lo que se compra, no es un servicio sino “tú haces lo que digo”
Catharine MacKinnon
En opinión de especialistas que promueven la Ley de Trata, entre la
prostitución y la trata hay una “delgada línea” que se puede confundir,
aunque se diluye en las subjetividades desde la mirada de los
privilegios de género; y por supuesto, de la idea formada a partir de
nociones sexistas de creer que una decisión de autonomía la constituye
el decidir “vender el cuerpo”, y que realmente puede elegirlo por propia
voluntad, como una forma de vida, cuando es una de las actividades más
riesgosas.
Pero en realidad ese planteamiento de la “delgada línea” no existe,
aunque difícilmente lo acepten quienes defienden que la prostitución
pueda ejercerse bajo supuestas condiciones que las mujeres deciden por
sí mismas: dónde, cuándo y por qué razón, administrando el “único bien
que poseen” frente al patriarcado: su cuerpo. Aunque, por supuesto, es
el mismo cuerpo en el que el Estado continúa decidiendo legalmente.
En el supuesto de que la postura de quienes están a favor esté definida
concediendo la existencia de esa “división” entre la trata y la
prostitución, resulta contradictoria, pues reconoce que alguien más
obtiene un beneficio y las mujeres no concurren de manera voluntaria.
Para entrar “al negocio” deben contar con un “administrador o
administradora” que es en realidad parte del negocio y que obtiene una
ganancia de lo que ellas están haciendo.
Mi postura por supuesto, no es a favor de la prostitución, pero en esta
ocasión centro esta reflexión a mirar que la trata precisamente al igual
que la prostitución, es el reconocimiento de todos los riesgos que
viven las mujeres y los contextos del abuso que se ejerce sobre ellas, y
entender que no es una opción a la cual se pueda recurrir.
Es decir, en tanto que sea la única alternativa, no es alternativa. En
tanto que sea el cuerpo la única moneda de cambio, hay implícito un
contexto social que sólo otorga a las mujeres una única posibilidad en
relación con su sexualidad.
Y la sexualidad de las mujeres es justamente en torno a lo que gira toda
la opresión y el control que se construyó sobre ellas: al expulsarlas
de los ámbitos laborales como el trabajo artesanal, los conocimientos de
la medicina tradicional, la propiedad de la tierra y el control de su
propio placer. Es decir, se le privó de tener el placer para sí misma y
en cambio se la condujo hacia una única posibilidad de usar su cuerpo
para el placer y disfrute de otro, no de ella.
En Calibán y la Bruja, de Silvia Federici, un texto abundante en
historia del feudalismo a la actualidad, se nos dan los pormenores de
cómo las mujeres fueron despojadas de la propiedad de la tierra,
violadas y condenadas a la pobreza y se les obligó a la prostitución,
para con ello, ser minimizadas y controladas, conferidas a lo privado o
al escarnio de “ser públicas”, ser de todos y de nadie.
El mismo sistema les quitó toda posibilidad de subsistencia
arrinconándolas en una única posibilidad -diseñada por él mismo- para
continuar y extender el control sobre su sexualidad como un bien más del
gran capital.
Sonia Sánchez, una mujer que vivió la explotación sexual comercial y hoy
es una abolicionista lo enuncia así: “ninguna mujer nace para puta”.
Ella manifiesta que “es una acción directa violenta sobre el cuerpo de
niñas y niños, la prostitución no es un trabajo, es la violación de los
derechos económicos, sociales y culturales, y el primero en violar esos
derechos es el propio Estado”, pues es responsable de que haya una mujer
prostituida.
Esto se trata de entender que la postura abolicionista parte de la
defensa de la dignidad de las personas, no apuesta por la penalización
de la persona que es prostituída, pero sí a quienes lucren con su
explotación sexual.
En la trata y en la prostitución, el que tiene la libertad es el que
prostituye y quien compra, quien usa, porque no existe esa libertad para
quien sólo tiene una moneda de cambio: su propio cuerpo como única
posibilidad de subsistencia, y es al mismo tiempo en donde vive la
violencia.
Lo que entraña la prostitución, como la trata es que se naturaliza la violencia como una forma de sexo.
Una de las razones por las que más se “castiga” a las lesbianas, es
porque a decir de algunas autoras son “prófugas” del patriarcado, es
decir, sus cuerpos no están al servicio de éste y no hay acto más
transgresor que quitar al Sistema la potestad sobre la sexualidad
femenina. Visto así, la prostitución, la trata y la explotación sexual,
son al mismo tiempo la tutela y el usufructo de la sexualidad femenina a
manos del patriarcado cuando el cliente es un hombre y bajo las reglas
de “comercio” establecidas en el sistema capitalista-patriarcal.
Para finalizar, desde esta perspectiva, la prostitución es una
institución patriarcal basada en la desigualdad entre varones y mujeres.
Mackinnon sostiene: “Desde 1970, las feministas hemos dejado al
descubierto una enorme cantidad de abusos sexuales perpetrados por los
hombres contra las mujeres. Violación, maltratos, acoso sexual, abuso
sexual, abuso sexual infantil, prostitución y pornografía-vistos por
primera vez en su verdadera magnitud e interconexión- conforman un
patrón distintivo: el poder de los hombres sobre las mujeres en la
sociedad”, sin olvidar por supuesto su afirmación de que: “la violencia
es sexo cuando se practica como sexo”.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
Imagen retomada del sitio patagonialibertaria.wordpress.com
Cimacnoticias | Campeche.-
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