7/09/2016

La prostitución y la trata



   QUINTO PODER



Con la prostitución no se compra un servicio sexual sino a la mujer misma; lo que se compra, no es un servicio sino “tú haces lo que digo”
Catharine MacKinnon
 
En opinión de especialistas que promueven la Ley de Trata, entre la prostitución y la trata hay una “delgada línea” que se puede confundir, aunque se diluye en las subjetividades desde la mirada de los privilegios de género; y por supuesto, de la idea formada a partir de nociones sexistas de creer que una decisión de autonomía la constituye el decidir “vender el cuerpo”, y que realmente puede elegirlo por propia voluntad, como una forma de vida, cuando es una de las actividades más riesgosas.
 
Pero en realidad ese planteamiento de la “delgada línea” no existe, aunque difícilmente lo acepten quienes defienden que la prostitución pueda ejercerse bajo supuestas condiciones que las mujeres deciden por sí mismas: dónde, cuándo y por qué razón, administrando el “único bien que poseen” frente al patriarcado: su cuerpo. Aunque, por supuesto, es el mismo cuerpo en el que el Estado continúa decidiendo legalmente.
 
En el supuesto de que la postura de quienes están a favor esté definida concediendo la existencia de esa “división” entre la trata y la prostitución, resulta contradictoria, pues reconoce que alguien más obtiene un beneficio y las mujeres no concurren de manera voluntaria. Para entrar “al negocio” deben contar con un “administrador o administradora” que es en realidad parte del negocio y que obtiene una ganancia de lo que ellas están haciendo.
 
Mi postura por supuesto, no es a favor de la prostitución, pero en esta ocasión centro esta reflexión a mirar que la trata precisamente al igual que la prostitución, es el reconocimiento de todos los riesgos que viven las mujeres y los contextos del abuso que se ejerce sobre ellas, y entender que no es una opción a la cual se pueda recurrir.
 
Es decir, en tanto que sea la única alternativa, no es alternativa. En tanto que sea el cuerpo la única moneda de cambio, hay implícito un contexto social que sólo otorga a las mujeres una única posibilidad en relación con su sexualidad.
 
Y la sexualidad de las mujeres es justamente en torno a lo que gira toda la opresión y el control que se construyó sobre ellas: al expulsarlas de los ámbitos laborales como el trabajo artesanal, los conocimientos de la medicina tradicional, la propiedad de la tierra y el control de su propio placer. Es decir, se le privó de tener el placer para sí misma y en cambio se la condujo hacia una única posibilidad de usar su cuerpo para el placer y disfrute de otro, no de ella.
 
En Calibán y la Bruja, de Silvia Federici, un texto abundante en historia del feudalismo a la actualidad, se nos dan los pormenores de cómo las mujeres fueron despojadas de la propiedad de la tierra, violadas y condenadas a la pobreza y se les obligó a la prostitución, para con ello, ser minimizadas y controladas, conferidas a lo privado o al escarnio de “ser públicas”, ser de todos y de nadie.
 
El mismo sistema les quitó toda posibilidad de subsistencia arrinconándolas en una única posibilidad -diseñada por él mismo- para continuar y extender el control sobre su sexualidad como un bien más del gran capital.
 
Sonia Sánchez, una mujer que vivió la explotación sexual comercial y hoy es una abolicionista lo enuncia así: “ninguna mujer nace para puta”. Ella manifiesta que “es una acción directa violenta sobre el cuerpo de niñas y niños, la prostitución no es un trabajo, es la violación de los derechos económicos, sociales y culturales, y el primero en violar esos derechos es el propio Estado”, pues es responsable de que haya una mujer prostituida.
 
Esto se trata de entender que la postura abolicionista parte de la defensa de la dignidad de las personas, no apuesta por la penalización de la persona que es prostituída, pero sí a quienes lucren con su explotación sexual.
 
En la trata y en la prostitución, el que tiene la libertad es el que prostituye y quien compra, quien usa, porque no existe esa libertad para quien sólo tiene una moneda de cambio: su propio cuerpo como única posibilidad de subsistencia, y es al mismo tiempo en donde vive la violencia.
 
Lo que entraña la prostitución, como la trata es que se naturaliza la violencia como una forma de sexo.
 
Una de las razones por las que más se “castiga” a las lesbianas, es porque a decir de algunas autoras son “prófugas” del patriarcado, es decir, sus cuerpos no están al servicio de éste y no hay acto más transgresor que quitar al Sistema la potestad sobre la sexualidad femenina. Visto así, la prostitución, la trata y la explotación sexual, son al  mismo tiempo la tutela y el usufructo de la sexualidad femenina a manos del patriarcado cuando el cliente es un hombre y bajo las reglas de “comercio” establecidas en el sistema capitalista-patriarcal.
 
Para finalizar, desde esta perspectiva, la prostitución es una institución patriarcal basada en la desigualdad entre varones y mujeres.
 
Mackinnon sostiene: “Desde 1970, las feministas hemos dejado al descubierto una enorme cantidad de abusos sexuales perpetrados por los hombres contra las mujeres. Violación, maltratos, acoso sexual, abuso sexual, abuso sexual infantil, prostitución y pornografía-vistos por primera vez en su verdadera magnitud e interconexión- conforman un patrón distintivo: el poder de los hombres sobre las mujeres en la sociedad”, sin olvidar por supuesto su afirmación de que: “la violencia es sexo cuando se practica como sexo”.
 
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
 
Imagen retomada del sitio patagonialibertaria.wordpress.com
Cimacnoticias | Campeche.-  

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