Feminista, profesora de inglés y antes profesional del marketing. Vive actualmente en Cádiz tras más de veinte años en Estados Unidos, cuatro en Reino Unido y tres en Japón.
Hace cosa de unos días terminé de leer un libro llamado Tiempos de Confusión, del profesor y ensayista Josep Burgaya. Es este uno de esos libros que te ayudan a entender lo que está ocurriendo en el mundo, particularmente a personas como yo, quienes, debido al edadismo, entre otras razones las cual exploraré abajo, hemos tenido que reinventarnos laboralmente y nos enfrentamos a un futuro en absoluto halagüeño. Burgaya expone que en este mundo post-industrial se crea poco trabajo, y en especial muy poco empleo estable y digno, que permita a los trabajadores el hacer un proyecto de futuro. La clase obrera como grupo y como concepto ha desaparecido, lo primero por la deslocalización de las fábricas y lo segundo porque el sistema neoliberal ha introducido con éxito una mentalidad ultra individualista que ha eliminado el sentido de la colectividad, de pertenencia. Por un lado, la brecha tecnológica hace que muchos de nosotros no podamos acceder a los trabajos más codiciados, y esto resulta en la exclusión económica y social. Por otro, fenómenos como la gentrificación están expulsando a personas de modestos recursos, muchos de nosotros en realidad, de nuestros barrios.
Burgaya indica que la izquierda ha cambiado de sujeto político. Este no es ya la clase obrera, esta clase, que, como comenté arriba ha desaparecido casi en su totalidad, sino que prefiere esa burguesía progre, conservadora en cuanto a lo económico pero muy abierta a las identidades y a los principios de la diversidad y el multiculturalismo. Eso hace que, prácticamente los perdedores de la globalización, llámense desposeídos o el precariado, no tengamos a nadie que nos represente, y por otro lado abre un vacío político y cultural que la derecha ha sabido aprovechar. Lo que resulta de todo esto es un mundo, ayudado por los algoritmos que nos controlan por los móviles y medios sociales, muy vulnerable a noticias falsas, demagogia, teorías de conspiración, una ciudadanía confundida y desilusionada que no presta atención, mientras quienes nos gobiernan y la clase política de todos los bandos, se dedica a servir los intereses de la elite económica reduciendo la política a espectáculo. Otros de los nefastos efectos es el producir sentimientos de sufrimiento y frustración que la derecha canaliza y aprovecha.
El libro cubre muchos otros aspectos de esta sociedad disfuncional, desde el consumo desenfrenado como derecho y su compañero el narcisismo, hasta el nacionalismo y el populismo, haciendo hincapié en el cambio ideológico de la izquierda, que, abandonando a la clase obrera y sus preocupaciones, prefiere apostar por la individualidad, los subjetivismos y las identidades. Las problemáticas de la pobreza y de la desigualdad son ignoradas por la clase política, excepto para poner una tirita aquí y allí, y por la sociedad en general.
En este nuevo mundo que ha nacido tras décadas de política neoliberal y más recientemente tras la crisis de 2008, la epidemia del Covid, y en plena guerra entre Rusia y Ucrania, la globalización y la tecnología han creado una nueva clase social de personas prescindibles. Los procesos productivos actuales están siendo robotizados y automatizados, eliminando mucho empleo a su paso y precarizando el trabajo restante. Muchas posiciones no desaparecerán del todo, pero estarán peor pagadas y consideradas, y la brecha tecnológica será demasiado grande para muchos trabajadores, que deberán competir por menos posiciones. La inquietante paradoja es que la producción sigue aumentando en las empresas, pero las ganancias no son distribuidas de forma equitativa, y esto se debe a que los salarios siguen cayendo significativamente, por la falta de representación sindical. En resumidas cuentas, las personas de una cierta edad somos devaluadas en la sociedad debido al edadismo, sí, pero también por culpa de los pocos trabajos dignos que hay. En este mercado laboral en el que los perdedores del mundo nos hemos de afanar por las míseras migajas hay una competencia feroz. Si hay pocas posiciones para gente preparadísima de 30 años, menos habrá para trabajadores mayores, y menos en una sociedad que devalúa la experiencia y los años, o sea, una sociedad edadista. Y es que, en mi experiencia, el edadismo no es más que un producto del neoliberalismo y el individualismo; como las personas no somos ya ciudadanas sino consumidores, y se nos estima principalmente por nuestra capacidad de producir y consumir, se considera a una persona de una cierta edad como prescindible porque no es rentable. En un mercado laboral cada vez más precarizado, las personas de edad madura somos los perdedores, y muy en especial, las mujeres.
Actualmente resido en la ciudad de Cádiz, y veo en primera persona los efectos de una economía estancada, con altos niveles de paro, donde la población sobrevive gracias a las rentas de una minoría, los pequeños comercios, el trabajo de funcionario y una extensa red de trabajo “en negro”, o sea sumergido. Esta situación afecta a los jóvenes, y especialmente, a las mujeres de mediana edad, una tendencia en aumento. En una ciudad que intenta posicionarse como un gran centro turístico, las típicas posiciones de azafata de congresos y camarera en uno de los muchísimos bares de la ciudad (posiciones temporales y precarias también), expulsa a ese grupo demográfico. Aparte de locales de restauración, Cadiz tiene una gran población muy anciana, por consiguiente el cuidar de los muchos nonagenarios que residen en la capital de la provincia es en gran parte el único empleo que la mujer de mediana edad puede conseguir por aquí, independientemente de su nivel de estudios. Es este un tipo de empleo, el de cuidadora, muy feminizado tradicionalmente, situado muy bajo en la escala de estatus social, mal pagado, temporal y precario, aunque sea tan necesario. En resumidas cuentas, si una es mujer en Cádiz y necesita ganar dinero, como joven puede optar a trabajar en algún supermercado o restaurante, pero si pasa de los cuarenta y pocos, es muy posible que termine teniendo que ejercer de cuidadora. Teniendo en cuenta los factores que he comentado arriba, como la automatización de tantos empleos, y la brecha tecnológica, la deslocalización de las fábricas y la globalización, esta desafortunada tendencia va en alza. La alternativa suele ser emigrar a otras regiones de España o fuera de nuestras fronteras.
Por desgracia, aunque las economías de otros lugares sean más boyantes que las gaditanas, los prejuicios hacia las personas de edad madura, especialmente mujeres, prevalecen.
Muchos de los temas que Josep Burgaya explora en Tiempos de Confusión los traté yo en mi libro, La Mujer Obsoleta, ya que yo soy una de estas personas prescindibles a las que se refiere ese autor. Mi antigua carrera de marketing, a la que dedique 20 años de mi vida, solo quiere gente joven (como ya escribí en un artículo anterior, la edad media en la industria suele ser de unos treinta y pocos años), y en general las posiciones son menos estables. Buscando trabajo en Inglaterra y en Estados Unidos, me horroricé al comprobar que muchas posiciones en la industria son ahora temporales, por proyectos, y que, en el caso de Estados Unidos, ni siquiera ofrecían seguro médico, lo cual es muy preocupante en un país en el que la sanidad es privada. A duras penas me he reciclado laboralmente, aunque he de mencionar aquí que, en el campo de la enseñanza del lenguaje inglés, mi actual ocupación, a pesar de la necesidad de profesionales bilingües y bien preparados, el edadismo abunda. El neoliberalismo nos remata, a las mujeres de mediana edad.
El panorama intelectual español está inmerso en una tendencia de positivismo toxico y basurilla cultural que le sirve a los lectores lo que quieren leer y no promueve el pensamiento crítico. En este contexto, Tiempos de Confusión es un brillante libro que muestra la sociedad que habitamos de forma demoledora. Está muy bien escrito, muy matizado a la vez que ameno. Su principal cualidad es presentar la realidad como es, como sus luces y con sus muchas sombras, lo cual es un consuelo. En un mundo ultra-capitalista y post-industrial con tantísima información y tan poco conocimiento, donde se premia a personas que contribuyen tan poco al bien general (futbolistas), donde a medida que decaen el trabajo digno y los derechos aumenta el narcisismo, donde en plena barbarie tantas personas se refugian en unas identidades inventadas e irreales, donde los privilegiados insisten en la meritocracia mientras enchufan a sus hijos en los mejores trabajos, mientras la izquierda mira para otro lado, Tiempos de Confusion es un alivio.
Es un alivio porque en este mundo neoliberal donde el individualismo feroz nos deja desamparados en un mercado laboral que cada vez nos necesita menos y nos echa la culpa de nuestras desgracias, este libro nos ayuda a pensar, entender los contextos, y especialmente a los perdedores, a los excluidos, a los desplazados nos ayuda a darnos cuenta de que no todo es nuestra culpa. Y eso es importante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario