Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
“El trabajo doméstico y de cuidados no remunerado en México suma tres billones de horas a la semana, y el 86 por ciento de esas horas las devengan mujeres. Eso quiere decir que, al final de su jornada, las mujeres disponen de poco o nada de tiempo para actividades de asueto, y a veces incluso tampoco disponen de tiempo para el trabajo remunerado”.
“Para venir a hablar a este foro, tuve que buscar a alguien que cuidara a mi hija de cinco años”, dice la investigadora Lourdes Jiménez Brito, de la Conferencia Interamericana de Seguridad Social (CISS), en una mesa sobre el Sistema Nacional de Cuidados, un tema en el que la CISS tiene investigación de avanzada.
Como la pequeña hija de la doctora Jiménez, todos necesitamos, hemos necesitado, o necesitaremos que nos cuiden. Si todo sale bien, y llegamos a ser adultos mayores, necesitaremos alguien que nos ayude a traer el mandado o a subir las escaleras, así como de pequeños necesitamos que alguien nos diera de comer o evitara que nos enfermáramos o nos accidentáramos. Quienes tienen una discapacidad, suelen requerir también algún tipo de ayuda. Y quienes se enferman temporal o crónicamente, necesitan atención también. ¿Cuántos mexicanos necesitamos ser cuidados? Según Nadine Gasman, titular del Instituto Nacional de las Mujeres, unos 58 millones. ¿Y quiénes nos cuidan? En la mayor parte de los casos, mujeres: el 77 por ciento de las personas que cuidan son mujeres y el 23 por ciento son hombres. Las mujeres dedican, en promedio, 40 horas semanales a cuidar a otras personas -hijos, padres, etc.-, mientras que los hombres dedican unas 26 horas semanales a esta actividad. Se trata, pues, como dice Gasman, de un trabajo feminizado, pero además, invisibilizado, porque se concibe, primero, como una obligación de las mujeres por su rol de género y, en segundo lugar, como una actividad que, al no ser remunerada, se hace desinteresadamente, “por amor”.
Tiene razón Gasman cuando dice que las labores de cuidado, aunque sean un trabajo que se hace con amor, no dejan de ser trabajo: preparar la comida para la familia, cambiar los pañales, lavar la ropa, limpiar la casa, gestionar el gasto y las actividades del hogar, atender a los enfermos, acompañar en las tareas de la escuela, etc., son labores que toman tiempo y esfuerzo y que las mujeres tienden a realizar gratuitamente, a la par o en lugar de su actividad laboral remunerada. Y la tradición de los roles de género también nos ha llevado a pensar que se trata de actividades de la esfera personal, pero lo personal deja de serlo cuando vemos que las mujeres suelen dedicar semanalmente más horas al trabajo no remunerado que al remunerado, como expone Luis Munguía, presidente de la Comisión Nacional de Salario Mínimo.
El trabajo doméstico y de cuidados no remunerado en México suma tres billones de horas a la semana, y el 86 por ciento de esas horas las devengan mujeres. Eso quiere decir que, al final de su jornada, las mujeres disponen de poco o nada de tiempo para actividades de asueto, y a veces incluso tampoco disponen de tiempo para el trabajo remunerado. Por eso más de una cuarta parte de las mujeres son emprendedoras, y de ellas, el 82 por ciento trabaja en la informalidad, es decir, sin seguridad social, sin atención médica, sin derecho a una pensión, sin derecho a un crédito de vivienda, etc. (Todos estos datos tomados de Gasman en el Foro “Salario Digno y Bienestar Laboral” de los Diálogos por la Transformación).
Sabemos entonces quiénes requieren cuidado, y quiénes lo proporcionan. También sabemos qué pasaría si las personas que dedican su vida a cuidar a alguien tuvieran una alternativa: según los cálculos de Munguía, entre 1.2 y 1.5 millones de mujeres que no tienen una actividad remunerada por dedicarse al cuidado de alguien, se integrarían a la población económicamente activa en cuanto tuvieran la alternativa de hacerlo. Esta fuerza laboral generaría crecimiento económico y, con ello, el sistema de cuidados que les permitiría integrarse al mercado laboral podría ser mucho menos costoso de lo que se piensa. Lourdes Jiménez lo pone de una manera todavía más radical: si pensamos que proporcionar servicios de cuidado es costoso para el Estado, pensemos también en el costo de no proporcionarlo: todas esas horas de trabajo no remuneradas que al final impactan en la salud y calidad de vida de millones de mujeres.
Exactamente cómo sería un Sistema Nacional de Cuidados es algo que está por verse: si se trata de capacitar a las personas cuidadoras para que el Estado cubra su salario por cuidar a otras personas, o si se trataría de que el Estado proporcione tanto el personal como la infraestructura y la inspección para reforzar los servicios de cuidados, por ejemplo, de los hijos de mujeres tanto afiliadas como no afiliadas a la seguridad social; si se comenzaría por un sector específico de quienes necesitan los cuidados (los adultos mayores, o los menores de cinco años, por ejemplo), o si se requiere empezar con un grupo de las mujeres (por ejemplo, las que por cuidar a alguien no pertenecen a la población económicamente activa).
En su discurso de cierre de precampaña, Claudia Sheinbaum mencionó entre sus 18 propuestas la de “fortalecer y formar un verdadero sistema de cuidados para las mujeres de México”. Para que la idea tenga aceptación, primero hay que difundirla, discutirla y combatir la inercia de los roles de género que han normalizado la explotación laboral de las mujeres como cuidadoras.
Hay muchas posibilidades para implementar una política de cuidados como derecho de las personas y obligación del Estado, pero antes de tomar decisiones y ponerlas en práctica, hace falta socializar la idea de que el trabajo de cuidados es trabajo, y como tal, merece ejercerse en condiciones dignas, justas y equitativas.
Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York y profesora-investigadora en El Colegio de México. Se especializa en el estudio del significado en lenguas naturales como el español y el purépecha. Además de su investigación académica, ha publicado en diversos medios textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje, ideología y política.
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