2/20/2025

Elon, Milei y los nuestros




Fabrizio Mejía Madrid

Los estafadores de la tecnología, como Elon Musk, de la economía como Javier Milei, y los nuestros de la democracia como Felipe Calderón o de la academia como el exrector de la UNAM, José Narro, se hacen pasar por lo que no son mostrándonos los símbolos de lo que quieren que creamos y ocultando lo que, en realidad, son: estafadores. Iremos en orden descendiente: de los más habilidosos a los más mediocres y despreciables.

Esta columna es sobre los estafadores. Si recuerdan la película de Stephen Spielberg, Atrápame si puedes, los timadores usan los signos de una profesión para hacerse pasar por profesionistas. Así, el personaje de Leonardo Di Caprio, llamado en la vida real Frank Abagnale Jr. Y que aparece de policía francés al final de la película, se hace pasar por piloto usando las calcomanías de los aviones de juguete de Pan Am, por abogado imitando a las películas y por médico poniéndose un uniforme de cirujano. Logra desfalcar cuatro millones de dólares, es capturado en Francia, y más tarde empleado por el FBI para investigar falsificaciones. 

https://youtu.be/rEIqlS4ygpU?si=FhOEX9dM3fgJ8P1k

Lo traigo a cuenta porque los estafadores de la tecnología, como Elon Musk, de la economía como Javier Milei, y los nuestros de la democracia como Felipe Calderón o de la academia como el exrector de la UNAM, José Narro, se hacen pasar por lo que no son mostrándonos los símbolos de lo que quieren que creamos y ocultando lo que, en realidad, son: estafadores. Iremos en orden descendiente: de los más habilidosos a los más mediocres y despreciables.

Empecemos por Musk. Él se había declarado políticamente “moderado” y hasta había apoyado la candidatura de Barack Obama a la Presidencia de EU. Pero ocurrió la pandemia y él quiso violar las disposiciones de seguridad de los trabajadores, tal como todos los multimillonarios del planeta, como Zuckerberg y Jeff Bezos, lo hicieron. Entonces Musk se hizo “libertario” y vino a encarnar una especie de tiranía tecnocrática que le ha reportado millones de dólares sin mover un dedo. 

Hay que decir que Musk no es un buen empresario. Pensemos, por ejemplo, en que compró Twitter en 44 mil millones de dólares y ahora X vale tan sólo nueve mil millones. Es decir, que le perdió 35 mil millones en unos cuantos años. Pongamos por ejemplo a Tesla, su empresa de coches eléctricos que no ha logrado fabricar más de un millón de ellos al año. O su compañía de satélites, Starlink, que se declaró incapaz de llevar el Internet a las áreas rurales de los EU. Así que ya le vemos algo de embaucador con su estela, igual que la de Donald Trump, de empresario exitoso. 

Ambos, Trump y Musk dependen de ponerle su nombre a las empresas más que de propiamente construir empresas. Son marcas más que empresarios exitosos, pero necesitan del prestigio que les dan los medios de comunicación que los presentan como muy sagaces cuando no hasta como genios. Elon Musk contribuyó a la campaña de Donald Trump con 270 millones de dólares y se hizo del control de una agencia para el adelgazamiento de la burocracia a la que le puso el nombre de un meme de un perro llamado Doge y que también es el nombre de su criptomoneda. 

La Doge, Departamento de Eficiencia Gubernamental, por sus siglas en inglés, no toca los presupuestos ni de Inmigración ni del Pentágono, aunque sí cree que la salida es recortarle a la salud y educación públicas. La idea es hacer de todo para no cobrarle impuestos a los más ricos. Pero Musk se ha avorazado con contratos que son, a todas luces, un conflicto de interés porque, siendo funcionario público ahora, cobra millonadas por contratos gubernamentales: nueve mil millones por satélites para la defensa y el Internet en Ucrania; 20 mil millones para Space X con la NASA para la privatización de Marte; y una cantidad no acreditada para los túneles que abastecerán de agua a Las Vegas. 

Al mismo tiempo que se avoraza con los contratos del Gobierno, habla contra el Estado y sostiene que los tecnócratas que hicieron de X una plataforma con algoritmos que favorecen el fascismo, los anti-vacunas, y los negacionistas del cambio climático, podrían hacer lo mismo con los metadatos de los usuarios de servicios públicos en Estados Unidos, desde DOGE. Pero, desde su puesto clave en la administración de Trump, Elon Musk también puede evadir la acción de la justicia por las miles de demandas de acoso laboral que tiene, de ventas ilegales, de discriminación racial y de género, y las 12 muertes por accidentes con sus automóviles autotripulados. Al mismo tiempo que sus contratos y sus suspensiones judiciales, Musk está buscando junto con los otros empresarios de Silicon Valley irse contra las leyes que regulan los monopolios en Estados Unidos. 

Con Zuckerberg, Bezos, Sam Altman, el supuesto “genio” de la inteligencia artificial, Peter Thiel, el fundador de Pay Pal, todos apoyaron a Trump bajo la idea de que deshará las órdenes de Joe Biden contra los monopolios, sobre todo, el de banda ancha y los medicamentos. Tienen la idea de que son superiores a los demás seres humanos y que, por lo tanto, lo deseable sería que se juntaran en una sola corporación tecnocrática y gobernaran el planeta. Por cierto, Peter Thiel también cree que, siendo genéticamente superior a los demás, tendría derecho a la inmortalidad, pero en otra ocasión les hablaré de la mística del supermillonetas.

Lo cierto es que Elon Musk ha fingido estar muy preocupado por el gasto en burocracia para encubrir el buen negocio que ha sido para él estar al frente de una agencia como DOGE que terminará por saber lo que consumen los habitantes de Estados Unidos, de qué se enferman, a dónde se trasladan, y si son o no ilegales o hijos de ilegales. 

Tiene ahora en su poder los metadatos de todos y sin desembolsar un solo dólar. Todo lo contrario. Nada más apareciendo en la casa de Mar-a-lago del Presidente Trump el mismo Elon Musk hizo subir cada acción de Tesla de 251 a 320 dólares. Así que, como Leonardo Di Caprio poniéndose unos guantes para operar sin siquiera haber ido a la escuela de medicina, aquí tenemos a Elon Musk muy preocupado por rescatar la democracia en América.

Más torpe y zopenco resulta nuestro siguiente convidado, el Presidente de Argentina, Javier Milei. Todos lo recordamos por una foto de su cara maquillada de blanco como si fuera el rey sol, Luis XIV, de la Francia del Siglo XVIII y listo para entrar al baile de la corte imperial. Milei estaba por debutar en su baile cortesano con Donald Trump en la gala del Museo de la Biblia en Washington, DC, pero su maquilllista no llegó. 

Resulta que quien lo maquilla es una Diputada por la provincia de Buenos Aires del Partido que gobierna, el de “Viva la libertad, carajo”. Esta maquillista con puesto de legisladora se llama Liliana Adela Bolukalo Lemoine y es conocida como influencer como Lilian Lemoine. Buena, ella no llegó al baile de máscaras pero también es famosa en Argentina porque ha querido legislar para que los hombres renuncien a su paternidad ante un embarazo no deseado y por decir que no poderle llamar a un neonazi “patriota” es “una mordaza ideológica”. Hizo un negocio fraudulento de cirugías para cambiar el color de los ojos. La maquillista entró a la política porque es amiga de Karina, la hermana incómoda de Javier Milei.

Pero dejemos a esta boluda y vayamos sobre su jefe. Milei es acaso el único Presidente neoliberal que no ha leído a Hayek o a von Mises o, ya de perdida, a Milton Friedman. Él cita a Murray Rothbard, el creador del anarco-capitalismo, una superchería disfrazada de economía que establece que los monopolios son “naturales” porque cumplen con la regla de la supervivencia del más fuerte, una regla que le atribuyen al pobre de Charles Darwin que sólo habló de la persistencia de los mejor adaptados. 

Fue el antecesor del nazismo, Herbert Spencer, el que sí habló de ese embuste del más fuerte, y vean en lo que acabamos cada vez que tratamos de definir la moral con base en lo que vemos en la naturaleza. Este anarco-capitalismo también propone ver al Estado como una mafia que cobra impuestos a los más fuertes para subsidiar a los débiles y más haraganes. Así, todos deberíamos estar contra el Estado porque beneficia a unos sujetos que no son los más fuertes como sostiene el nazismo. Deberíamos juntarnos los supermillonarios y los pobres trabajadores contra el Estado y su burocracia inepta y dispendiosa. 

Por eso tanto el millonario Trump como el mayordomo Milei dicen venir de afuera del Gobierno al que pretenden conducir. Ahí se hermanan el sátrapa tecnocrático Musk y el bobo de Milei. Se hermanan, también, en una creencia también insostenible. Ha dicho Javier Milei: “La idea es minimizar el Estado, y el cero es parte del conjunto de la solución. Minarquista es que el Estado sólo se ocupe de seguridad y justicia. Y anarcocapitalista que, cuando la tecnología lo permita, se lo elimine. Incluso en temas como seguridad y justicia. 

Todo sería de dominio privado”. La engañifa de que a mayor tecnología mejores resultados puede desmentirse con casi cualquier invento y su repercusión desastrosa en el cambio climático, el aumento de enfermedades, y hasta las nuevas pandemias por la invasión que hacemos de hábitats de otras especies. Entonces, los anarco-capitalistas tienen una solución a esto: negarlo todo. 

Para ellos no existen ni la crisis climática, ni la contaminación ambiental, y el COVID era sólo una manera del estado para atentar contra nuestra libertad de tránsito y estornudarle en la cara al de junto. Pero, en el caso de la gestión pública, la del Estado que tanto aborrecen, ellos creen que las soluciones no son políticas sino técnicas, que hay una manera neutral y objetiva de resolver problemas y que eso se logra teniendo ejércitos de programadores de computadoras escribiendo códigos. Pero, he aquí que, como estafador, Milei se disfraza de economista y confunde valor y precio, libertad con monopolios, saqueo con supervivencia del más fuerte. 

Eso es lo que lo llevó a la estafa piramidal del fin de semana pasado en el que él, el Presidente de Argentina, invita a invertir en una nueva criptomoneda llamada Libra y a favor de Viva la Libertad Project, es decir, asociada a la libertad tóxica de su Partido Político. En unas cuantas horas nueve personas de la élite de las criptomonedas desfalcan a 74 mil personas. Todas las beneficiarias son cercanas a Milei y su hermana y a su Gabinete. En una entrevista él se defiende con una idea estúpida que separa la figura presidencial de su persona en la red X. Dijo: "Si vas al casino y perdés plata, ¿cuál es el reclamo? Es un problema entre privados porque acá el Estado no juega ningún rol". 

Lo que se le olvida a Milei es que él, el Presidente, pidió dinero para financiar un proyecto de Gobierno a través de criptomonedas. Hasta ahí es puro Estado, no los privados. Pero el escándalo siguió cuando el creador de la criptomoneda, Hayden Mark Davis ventiló sobre sobornos a Milei para que él y su hermana Karina, que además es su vocera y confidente, aceptaran este tipo de estafas piramidales donde, como en el neoliberalismo, los que pierden son el 99 por ciento de los de abajo. Milei usó no sólo su carácter de dirigente político sino su supuesta sapiencia en economía que él mismo ha dicho que debería ser premiada con el Nobel, para engañar a sus propios electores. 

Luego, ya en el control de daños que hizo la televisión propiedad de Mauricio Macri, dijo que los perdedores no eran argentinos, sino chinos y estadunidenses. Por alguna razón cree que la nacionalidad argentina te hace inmune a las estafas. Luego remachó Milei: “Si hay estafa que lo pruebe la justicia. Acá hubo un proceso de mercados en el que se hicieron intercambios voluntarios. Es un problema de privados, no del Estado. Yo difundí, no promocioné, no recomendé”. Pero se había descubierto su disfraz y el estafador quedó marcado por un meme: “Argentina ya no tiene Presidente. Tiene un faraón porque su única obra fue construir una pirámide”.

Ahora vayamos a nuestro espejo mexicano. Tal parece que el conflicto de interés, es decir, servirse de los bienes públicos para amasar fortunas privadas, es uno de los rasgos del neoliberalismo. Desde Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari la venta de empresas del Estado mexicano se hizo a quienes contribuían a las campañas del PRI. Nada más basta comprara la lista del pase de charola de Salinas para la canidatura de Colosio en noviembre de 1993 y los beneficiarios de las privatizaciones. 

De igual forma, en el Gobierno de Zedillo basta comparar a los Amigos de Fox con los beneficiarios del Fobaproa, dentro de los que se incluyó un préstamo en dólares que el propio candidato del PAN, Vicente Fox, no pagó y pasamos a pagar todos los demás mexicanos. Pero quizás más sinvergüenza fueron la privatización que Zedillo hizo de los ferrocarriles para, luego, ser contratado por una de la empresas norteamericana que él mismo benefició desde la Presidencia, la Kansas Railroad. De igual cinismo fue el que Felipe Calderón, que había hecho una labor consistente desde que fue legislador, secretario de Energía con Fox, y como Presidente ilegítimo de México, haya aceptado un puesto en una filial de la energética española Iberdrola, país en el que actualmente reside. 

Así, nosotros también hemos tenido nuestros propios estafadores que dicen no creer en el Estado, pero han aprovechado su posición preminente dentro de él para enriquecerse y hasta exiliarse protegidos por el manto del capital extranjero.

En una nota casi de color comparada con lo que hemos relatado en esta columna, asoma las narices un personaje que fue rector de la Universidad Nacional, José Narro Robles. Recientemente el director del ISSSTE, Martí Batres, ha denunciado que él, Narro, como Secretario de Salud de Peña Nieto fundó una compañía para extraerle recursos al servicio médico de los trabajadores del Estado. Le puso Fundación ISSSTE y pasó a hacer negocios paralelos de compra de equipos médicos y hacer uso gratuito de 27 espacios para los que normalmente debe existir un alquiler. Así, el doctor Narro Robles se convirtió en el pequeño Milei de nuestra historia patria, al servicio de sus propios intereses pero todo con dinero público.

Fabrizio Mejía Madrid

Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.

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