Mario Campa
En 2020, una tropa de babuinos armados de cuchillos y motosierras fue avistada en el safari de Merseyside, Inglaterra. Los administradores del parque nunca aclararon si los primates robaron los objetos de los autos estacionados o si fue una travesura alimentada por algún turista o empleado. Este episodio surreal, cubierto por algunos medios, pronto cayó en el olvido, aunque es probable que los temores de vecinos y visitantes persistieran algún tiempo. Cuando un arma cae en manos equivocadas, el instinto de protección personal es natural. El pánico da paso al olvido, pero no sin antes despertar curiosidad y ese placer que sólo lo anormal puede provocar. Sin embargo, el interés general por la seguridad y la sana convivencia queda dañado. Hoy, la temporada de austeridad extrema que recorre América es un oportuno recordatorio.
El regreso de Trump a la Presidencia de Estados Unidos vino con una motosierra bajo el brazo. Encarnado por Elon Musk, el hombre más rico del planeta, el recorte extremo del gasto sirve ahora como excusa para todo tipo de abusos. Bajo la bandera de la eficiencia gubernamental y reducción del déficit fiscal, Musk cerró programas y proyectos sin diagnóstico ni respaldo legislativo. Dependencias como USAID corren riesgos existenciales. Las protestas callejeras por despidos injustificados crecen en Washington, donde las solicitudes de subsidio por desempleo aumentaron un 36 por ciento en la última medición.
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Podría pensarse que una revisión del gasto es positiva dado el creciente endeudamiento público. Sin embargo, esto no exime a Musk de conflictos de interés, como los 15 mil millones en contratos de SpaceX con la NASA y la Defensa, o las compras gubernamentales de Cybertrucks blindadas. Su argumento de que los republicanos votaron por esta terapia de choque es cuestionable, ya que una mayoría rechaza su presencia en el gobierno. Además, la campaña no ofreció detalles suficientes, y los atropellos legales no pueden justificarse en las urnas.
Los republicanos presentan la motosierra como un camino inevitable. El déficit fiscal se explica en gran parte por los recortes tributarios del primer mandato de Trump, especialmente la reducción de la tasa corporativa y la progresividad del impuesto sobre la renta. Cuando Biden intentó revertir esto con una reforma fiscal, encontró parálisis legislativa. La regresividad acumulada, el gasto contracíclico de la pandemia y el aumento del gasto militar dispararon la deuda, aunque no se salió de control como afirman los republicanos. En resumen, el déficit es una elección política ideológica.
La antesala de la motosierra estadounidense es Javier Milei, hoy acosado por el escándalo LIBRA. Musk y Trump simpatizaron con la austeridad extrema vista en Argentina, que reduce salarios, recorta pensiones y privatiza todo a su paso. Inspirados por un contexto de deuda externa e inflación, los republicanos adoptaron la idea del desmembramiento del Estado. El resultado es una red continental de influencia aglutinada en torno a la CPAC. Hoy, el riesgo es que las motosierras se multipliquen como un virus.
México es una excepción parcial. La austeridad “republicana”, como la llamó López Obrador, es menos regresiva que la motosierra ultra. Lejos de mimetizar la variante europea, el sexenio pasado aumentó la base de pensiones y redujo la edad de jubilación. Creó nuevos programas sociales que más que compensaron aquellos sacrificados. Aumentó el salario mínimo y el salario medio real como pocas veces sin depender de “ajustes estructurales” del FMI. Además, registró un déficit primario en cada uno de los últimos cuatro años. También aumentó los ingresos tributarios en casi dos puntos porcentuales adicionales sobre el PIB sin elevar impuestos regresivos como el IVA. En resumen, protegió a los hogares de bajos ingresos de manera progresiva. Como prueba, la pobreza y la desigualdad disminuyeron.
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No obstante, la austeridad republicana conlleva riesgos. El más notable es que la economía pierde capacidad de respuesta contracíclica frente a una desaceleración causada por la incertidumbre electoral, la amenaza arancelaria y la restricción monetaria del Banxico. Además, una política industrial audaz como el Plan México podría verse limitada sin presupuesto. Políticamente, se arriesga legitimar la temporada de motosierras que amenaza al continente.
¿Qué hacer? Una opción es mantener la austeridad republicana intacta pero usar su legitimidad para avanzar reformas audaces como la reducción de la semana laboral o una fiscalidad progresiva. Otra es relajar temporalmente los recortes hasta recuperar el dinamismo económico. También se podría mantener el gasto controlado pero con mayor progresividad, como el congelamiento salarial en la élite burocrática. Una cuarta alternativa sería excluir a gobiernos subnacionales, empresas estatales y banca de desarrollo de la austeridad. En cualquier caso, el objetivo no se abandonaría, solo se ajustaría el enfoque.
Los gobiernos progresistas enfrentan el reto de mejorar la eficiencia del gasto sin caer en la retórica antiestatal de la ultraderecha. Las reformas fiscales progresivas son la mejor alternativa para relajar la austeridad a largo plazo, aunque a corto deben maniobrar la economía política. Para preservar popularidad, lo más efectivo es tributar más al 10 por ciento o uno por ciento más rico sin focalizar la tasa corporativa. Reduciría el ahorro y el consumo de lujo, no la inversión. Con una redistribución justa, se protegería el interés general mediante un estado de bienestar robusto. Sería dar la espalda a la motosierra para abrazar a la gente.
La austeridad regresiva es como un bisturí que opera sin anestesia. Aplica recortes como cirugías urgentes, pero sin diagnósticos certeros. Extirpa inversión en infraestructura, salud, educación o pensiones sin escuchar el grito de dolor de quienes dependen de los servicios públicos. Pone en riesgo órganos democráticos vitales, como la confianza pública y el bienestar. No es medicina: paraliza economías y traumatiza sociedades sin tocar los privilegios de la élite. El paciente sobrevive, pero mutilado y con cicatrices de exclusión. En manos de babuinos, la motosierra es puro horror.
Mario Campa
Mario A. Campa Molina (@mario_campa) es licenciado en Economía y tiene estudios completos en Ciencia Política (2006-2010). Es maestro (MPA) en Política Económica y Finanzas Internacionales (2013-2015) por la Universidad de Columbia. Fue analista económico-financiero y profesor universitario del ITESM. Es planeador estratégico y asesor de política pública. Radica en Sonora.
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