Feliciano Hernández
felicianohg@yahoo.com.mxLos sótanos de México, y del mundo, también encierran sus monstruos de Amsteten, aunque posiblemente ninguno como el maldito Josef Fritzl, de Austria, pero eso por ahora no se sabrá. La “gente decente” no quiere echar luz sobre su propia vida. Prefiere el silencio cómplice. Pareciera que sigue siendo tema vedado hablar de incesto. ¿Éste es el tabú? Aparte de la conmoción mundial que estalló al conocerse las infamias de ese engendro sin igual, pocos días duró la noticia en los medios.
Las autoridades civiles y eclesiásticas debieron pronunciar una condena expresa y unánime, y sobre todo un exhorto a los gobiernos y sociedades de todos los países para encender las luces y las alarmas de todos los rincones del planeta. Porque sin duda la especie de este innombrable insecto pulula en los sitios obscuros de todo el mundo.
Los aludidos prefirieron el silencio culposo. Así, la terrible noticia dio paso a los asuntos de lo cotidiano. Sin embargo, el caso es como un muerto insepulto y lo mejor sería exorcizarlo, señalándolo, arrojándole encima los más lúcidos argumentos y todo lo que pueda ayudar. Posiblemente se lograría, cuando menos, reducirlo a su mínima expresión. Estas líneas pretenden contribuir al respecto.
Primero que nada, debe ponderarse la magnitud de este crimen. Se trata de un caso muy mayor y distinto a otros por sí mismos condenables. Lo hecho por el monstruo de Amsteten es un atentado contra todos los valores sociales y humanos, que trasciende lo político y lo cultural de cada pueblo: contra la ley terrenal y contra la espiritual, contra el amor filial, contra la libertad, contra la piedad y la misericordia. Un solo crimen con muchas víctimas humanas.
Una ofensa muy grave contra los más altos valores de la humanidad. Todos los códigos violados. Eso fue lo que cometió el innombrable contra su propia hija: secuestro prolongado (casi 24 años), violación sexual reiterada, incesto multiplicado, lujuria, esclavitud, violación de leyes civiles y espirituales. Todo esto lo cometió Fritzl también contra la sociedad. Los hijos son o deben ser –siempre que no resulten unos monstruos– lo más sagrado para los seres humanos.
Por lo dicho, valga la pregunta, ¿parece poco lo cometido por Josef Fritzl? Si no, ¿por qué el “desinterés” por analizarlo públicamente, por maldecirlo, por sepultar el tema rápidamente?
Muchas sorpresas habría si se abrieran los sótanos, si se iluminaran los armarios, los baúles, los áticos y todos los rincones donde suelen ocultarse los antivalores, los fantasmas, los impulsos más bajos e inconfesables que no nos son ajenos ni como personas ni como sociedades. Porque el ser humano tampoco está vacunado contra la maldad y por lo tanto es susceptible de fragilidades. Pero se prefiere el silencio en esta tierra de la desesperanza.
Muchos piensan que los males nunca se acabarán y para qué amargarse la vida, hablando de cosas negativas o deprimentes. Eso dicen. Pero con semejante actitud provocan un enorme daño a la sociedad y a sí mismos. Porque el evadir los asuntos espinosos o repudiables, lo único que genera es el manto encubridor, el blindaje, que durante algún tiempo logra proteger a los demonios como Josef Fritzl.
En México hay un monstruo descubierto llamado Jean Succar Kuri, el protagonista de Los demonios del Edén, que denunció Lydia Cacho en su extraordinario reportaje sobre abusos sexuales contra niños. No es ninguna exageración llamarlo monstruo, luego de saber que –de acuerdo con los testimonios rendidos por las víctimas de sus abusos sexuales– entre otras aberraciones obligó a dos hermanitos de escasos 12 años a copular frente a él para saciar sus más enfermizos impulsos.
Pero la gente tampoco quiere hablar de este innombrable y sus cómplices mencionados también en esas páginas. Prefiere el silencio cómodo y cobarde.
Quedan sin respuesta muchas preguntas en torno al caso de Amsteten. ¿De qué fortalezas está hecha la hija de Fritzl para resistir tanta humillación y tanto encierro? Hay que decirlo: es inaceptable que los familiares del execrable Josef argumenten que ignoraban todo. Ya les manchó el apellido.
El caso está siendo juzgado por la autoridad austriaca. La sociedad espera respuestas. Ni 500 años de cárcel serían suficientes para castigar a Fritzl, pero no sobra advertirle al gobierno de Austria que es obligado dictar un castigo ejemplar.
En México, a pesar del cómodo y repudiable silencio de muchos, también es preciso señalarle al gobierno, a las autoridades que llevan el caso de Succar Kuri, que miles o millones de ojos están puestos sobre ellos y también se les exige un castigo ejemplar.
Aplausos y abucheos
Bien por Humberto Hernández Haddad, el excónsul general en San Antonio, Texas, que con información del IFAI logra exhibir los abusos de José Ángel Gurría: el hoy secretario general de la OCDE cobra en Nafinsa una jugosa pensión desde 1994; a la fecha esta suma es de arriba de 10 millones de pesos, y le carga al erario mexicano incluso gastos médicos, deportivo, arcón navideño, alimentos y caja de ahorro. Todo a pesar de que cobra también un alto sueldo como funcionario del organismo internacional.
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