2/15/2010


Horizonte político
José Antonio Crespo

Juárez: ¿palos de ciego?

La trágica ejecución de 15 jóvenes en Ciudad Juárez —que no eran miembros de narco-pandillas, aunque ello hubiera convenido al gobierno para seguir manejando la complaciente tesis de que “se están matando entre ellos”— llevó a Felipe Calderón a incorporar en su cambiante diagnóstico algunas variables que no habían sido plenamente contempladas y que obligarían a dar una orientación distinta a esta guerra. Varios especialistas y los partidos de izquierda habían destacado la importancia de llevar a cabo un programa social, asumiendo que la criminalidad organizada tiene un caldo de cultivo en la pobreza, el desempleo y la marginalidad juvenil. Pero el gobierno había señalado que por ahí no iba la cosa, si bien en 2007 había ya planteado un programa integral para Juárez, que incluía el plano social, y simplemente fue relegado. Desde luego, no es posible esperar a que la nueva política social rinda frutos en la economía y la educación de esa ciudad, pues ello, en el mejor de los casos, tardará bastante tiempo.

Falta también incluir, en el enfrentamiento al narcotráfico, el combate decisivo a la corrupción. Calderón recordó en Juárez aquello de que “la corrupción se limpia como las escaleras: de arriba a abajo”, y ofreció hacerlo con las policías. Pero no basta combatir la corrupción asociada al narco para obtener resultados; se requiere una estrategia integral que combata la corrupción en todos sus ámbitos. El problema es que dicha estrategia tocaría los intereses de muchos políticos (de todos los partidos) y de otras personas “decentes” de la sociedad mexicana (los no asociados directamente con el narcotráfico). Mientras no se dé un combate serio a la corrupción en general (que constituye el modus vivendi del país), no hay mucho que hacer contra el narcotráfico. Afirma Francesco Forgione, presidente de la Comisión Parlamentaria Antimafia de Italia, que uno de los fuertes obstáculos en el combate al narcotráfico en México es que “la corrupción ha alcanzado todos los niveles, desde la policía hasta los empresarios”, por lo que, “antes que la captura o la muerte de los capos del narco, lo más importante es debilitar la estructura financiera de sus organizaciones delictivas” (20/I/10). Sin un combate integral a la corrupción, la actual estrategia equivale a cortar las plantas malignas sin tocar sus raíces: inevitablemente, aquéllas volverán a crecer.

Un ejemplo de ello lo vemos en Medellín, Colombia. Entre 2002 y 2007 los homicidios cayeron de 4 mil 700 a 980 al año, lo cual se logró, no sólo con acciones policiaco-militares, sino mediante un programa integral (el Plan Medellín). Pero, de entonces a 2009, el número de homicidios volvió a crecer a mil 850 (un incremento de 90 %). En esa ciudad se registran hoy 80 homicidios por cada 100 mil habitantes, en tanto que en Juárez, según datos de la SSP, esa cifra es de 101. Es decir, mientras la raíz del problema siga ahí, basta con que las fuerzas que lo combaten se tomen un respiro para que éste vuelva a resurgir. Paradójicamente, los golpes al narcotráfico suelen incrementar la violencia (al menos por un tiempo) en lugar de reducirla. La nueva escalada de violencia en Medellín en parte se explica (oficialmente) por la extradición, en 2008, del jefe de paramilitares (un grupo organizado para atacar a las guerrillas que terminó volcándose contra la ciudadanía y el Estado) conocido como “Don Berna”, lo cual provocó fisuras y pugnas por el liderazgo vacante, según explica la subsecretaria de Gobierno, Marcela Varón (Reforma, 7/II/10).

Sobre los relativos éxitos de la estrategia colombiana, el ex presidente de Colombia, César Gaviria, recientemente dijo en Monterrey: “Colombia ha logrado que el narcotráfico no sea una amenaza permanente para la democracia y redujo el fenómeno de secuestros y de muertos, pero el narcotráfico está ahí, igual, vivo; y es algo que los mexicanos tienen que tener presente, el problema del narcotráfico no lo van a controlar”. Debido a ello, como otros ex presidentes de la región que enfrentaron el problema, recomienda la legalización.
MUESTRARIO: Ante el creciente número de homicidios, Margarita Zavala nos da un triste consuelo: debemos celebrar que la violencia no sea mayor, considerando que la tasa de impunidad en este país es de 95 por ciento. Así, en realidad, debemos celebrar que el nivel de violencia en México no sea tan alto como llevaría a pensar nuestro elevado índice de impunidad (8/II/10). Cosa de poner buena cara al mal tiempo.

Mientras no se dé un combate serio a la corrupción en general (que constituye el modus vivendi del país), no hay mucho que hacer contra el narcotráfico.

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