Sarah (Emmanuelle Béart), una escritora de cuentos infantiles que muestra el mayor desapego ante su hijo recién nacido, vive a lado de Mehdi (Sami Boujila), policía francés de origen magrebí, y los dos se toleran, con más indolencia que convicción, las infidelidades mutuas. Adrien (formidable Michel Blanc) es un médico homosexual, amigo de la pareja y padrino del niño. En un parque de ligue, Adrien conoce a un joven recién llegado de provincia, Manu (Johan Libérau), y acepta resignado volverse amigo suyo al no calificar mínimamente como amante deseado; poco después lo integra a su círculo de amigos y lo presenta a la pareja, auspiciando para mayor desencanto suyo el sorpresivo entendimiento sexual del policía con el joven invitado. Esta primera parte, situada en 1984, lleva como título Días felices.
André Téchiné había abordado antes de modo tangencial la temática homosexual, y sólo en Yo no beso (J’embrasse pas, 1991), cinta aún inédita en México, mostró de modo directo, aunque sin mayor fuerza dramática, la relación de un prostituto y un hombre mayor. Era el mismo año de Las noches salvajes (Les nuits fauves), de Cyril Collard, formidable éxito de taquilla. Téchiné tardó 16 años en ofrecer en Los testigos su propia versión de lo que fueron los años de la mayor devastación física y moral de la comunidad gay internacional. Pero de modo inverso a lo propuesto por Collard, el relato no es aquí autobiográfico. Quienes rodean a Manu, el joven que bruscamente ve interrumpida su existencia, son los que elaborarán, cada uno a su manera, el balance de la experiencia vivida a lado suyo: el deseo compartido fugazmente (Mehdi), la frustración amorosa sublimada en amistad y duelo anticipado (Adrien), la inspiración que propicia un primer libro de madurez (Sarah). Y esto lo narra el director en las dos últimas partes, Invierno y El verano regresa, como marcara así los tiempos de la despreocupación jubilosa, el desamparo absoluto en el dolor y la serenidad moral.
Después de 1996, momento crucial en que las nuevas terapias transforman al sida ya no en una excepcional sentencia de muerte, sino en un padecimiento crónico, parecido a tantos otros y con mortalidad semejante, cambian en Francia, Italia y Estados Unidos las maneras de abordar el tema en el cine: hay indiferencia y también reciclamiento hacia otras patologías. El pariente heterosexual de un gay muere de leucemia en Su hermano (Patrice Chéreau, 2002), un gay elige el suicidio romántico frente a un cáncer generalizado, en Tiempo de vivir (Francois Ozon, ), en el mainstream fílmico se intensifica novedosamente el cuestionamiento de la homofobia (Secreto en la montaña, Ang Lee; Milk, Gus van Sant), mientras en México se afianza el desdén que siempre suscitó el tema del sida en nuestro cine, aun cuando las estadísticas dan cuenta de la persistente gravedad del asunto. André Téchiné no tiene por supuesto la mirada del sociólogo ni del militante comprometido. Los testigos registra simplemente, con inteligencia y sobriedad estilística, el clima moral de una época y su reflejo en la experiencia personal y colectiva de quienes –entre miedos, paranoias e impulsos vigorosos de solidaridad– se volvieron los espectadores y beneficiarios morales de una tragedia que intuyeron a la vez próxima y lejana.
Los testigos se exhibe el martes 16, a las 19 horas, en la sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario. Para mayores informes sobre el ciclo: www.filmoteca.unam.mx
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