Sara Sefchovich
Lamento
Parten el alma las imágenes de colonias enteras inundadas, el olor de las aguas negras brinca desde la pantalla de la televisión y penetra en nuestras narices; parte el alma la tristeza e impotencia en las caras de las personas, que con el agua hasta la cintura hacen lo que pueden por salvar algunas pertenencias; parten el alma los albergues abarrotados, los damnificados comiendo lo que sea, durmiendo como sea; parte el alma ver anegada una de las carreteras más importantes del país, columna vertebral de una economía de por sí herida de muerte, los vehículos ahogados o flotando, una semana y ni para cuándo bajen las aguas.
Parten el alma las escuelas llenas de lodo, el miedo de los niños que no quieren volver a ellas.
Si voltea uno la cabeza para otro lado, son los vientos que arrancan árboles, los arrastran y lanzan contra lo que sea, son los derrumbes de cerros, es la destrucción de caseríos. Parte el alma ver a los habitantes de Angangueo cuyo pueblo ha quedado tan inservible que lo tienen de plano que cambiar de lugar antes de reconstruirlo, a los de las montañas de Guerrero sin luz y totalmente incomunicados.
Y si entonces se voltea mejor para el lado opuesto, son los muertos, los asesinados en una fiesta, en un restorán, en una calle, bajo un puente. O los niños calcinados en una guardería.
¿A qué hora nos convertimos en esto? ¿A qué hora?
Parten el alma los ciudadanos furiosos gritándole al Presidente, al gobernador y a los funcionarios. Parte el alma la madre que le escupe su dolor a la cara a los políticos. Parten el alma los que sueltan su letanía de peticiones: nos falta esto, nos falta lo otro. Todos ellos esperan una respuesta y no se las van a dar.
Porque no se las pueden dar aunque estén allí sentaditos escuchando y prometiendo y también conmoviéndose. Imposible no.
Y es que no se puede reparar en un día años de errores. Porque todas esas tragedias son resultado de un viejísimo sistema corrupto, negligente, desinteresado, impune, mentiroso.
El sistema que permite a los que nos gobiernan dejar correr a cielo abierto un canal de aguas negras con todo y que ya una vez se desbordó, el que se hace de la vista gorda cuando se levantan casas a la orilla de lugares tan peligrosos como los ríos y las laderas de los cerros y las barrancas. El que deja estar escuelas y guarderías junto a gasolineras.
El que permite que se sigan vendiendo artefactos explosivos, metiendo armas por las fronteras, traficando con seres humanos, torturando animales, devastando bosques y llenando de basura cada rincón del territorio. El que no se atreve a enfrentar a las transnacionales y no puede ni parece que vaya a poder contra el narco y con la delincuencia, ni con la organizada ni con la espontánea.
Porque además, por si lo anterior no bastara, no hay recursos que alcancen. ¿Cuántos soldados, policías, médicos, enfermeras, maestros y ciudadanos voluntarios se requieren para atender las tareas urgentes? ¿De dónde van a salir para ocuparse de Juárez y Chalco y Michoacán y Guerrero y la carretera a Puebla al mismo tiempo? ¿De dónde va a salir el mucho dinero que cuesta esto? Y lo más importante: ¿de dónde va a salir el liderazgo para dirigir, organizar y resolver? Y después, pasada la emergencia, enterrados los muertos, lavado el lodo ¿cómo se van a evitar más tragedias?
El país está deshaciéndose entre las manos. Lo sabe el presidente municipal de Juárez que por eso se fue a vivir a El Paso. Lo sabemos los que nos atrincheramos en nuestros hogares y nos mandamos correos electrónicos de lo que hay que hacer o no hacer para evitar ser asaltados o secuestrados. Lo saben los que juran que la violencia no es tanta como parece. Lo saben los que nos gobiernan y nos piden hablar bien de México. Y mientras, los ciudadanos nos preguntamos con Carlos Monsiváis: “¿Pero qué es México? ¿Una catástrofe a corto, mediano y largo plazo?”.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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