Sara Sefchovich
Hablar bien o mal de México
En enero de este año, el presidente Calderón afirmó: “Yo nunca he escuchado a un brasileño hablar mal de Brasil y sí he escuchado a muchos mexicanos hablar mal de México en el mundo”.
Según el mandatario, esto se debe a razones culturales y sicológicas, pues asegura que “por desgracia, a menudo los mexicanos juzgamos a nuestro país con la mayor severidad que podemos, incluso, por encima de la severidad respecto de otros temas”. Pero si en lugar de ver las cosas así, nos abocamos a lo que realmente sucede, tal vez podríamos entender.
Según la revista inglesa The Economist, la economía brasileña ha crecido a un ritmo anual de más del 10% y para el año que corre las previsiones aseguran que no será menor al 7%. Este crecimiento lo atribuye a los estímulos del gobierno cuando la crisis les llegó a fines del 2008, que se reflejaron en la fuerza de la industria y en las inversiones.
En días pasados, el gobierno brasileño anunció que el crecimiento del PIB durante el primer trimestre del año había sido de un 2.7%, lo cual significa un 9% de aumento con relación al mismo periodo de 2009.
Ese resultado supera todos los pronósticos, supera o se acerca a países considerados los gigantes del crecimiento como son India y China y definitivamente supera a las mayores economías del mundo.
Es interesante, porque al mismo tiempo que a nosotros nos dijeron que la pulmonía de la crisis mundial aquí sería sólo un catarrito, Lula dijo que para Brasil el maremoto “sería sólo una marejadilla”. Pero en su caso fue verdad y como dijo exultante: “Brasil fue el último en entrar en la crisis y el primero en salir de ella”. Lo mismo afirma el Banco Mundial, cuyo economista Augusto de la Torre habla de ese país como uno de los que ya remontaron y están en franca recuperación económica, mientras que México es el más rezagado de la región.
Brasil creó casi un millón de nuevos empleos formales entre enero y abril del año que corre, ha puesto en práctica nuevas formas para combatir la delincuencia, asistir a la comunidad y llevarle servicios públicos y ha generado formas originales de conseguir que más niños y jóvenes de los grupos pobres de la población tengan acceso a la educación.
Por supuesto, esto no quiere decir que Brasil haya superado todos sus enormes problemas, pero sí ha significado que los brasileños estén contentos con su gobierno, al menos más que los mexicanos. José Antonio Crespo cita las mediciones del Latinobarómetro que lo confirman: 66% de brasileños piensa que su país está progresando frente a 14% de mexicanos; 22% de brasileños considera que su economía va mal mientras que de los mexicanos es el 63%; 75% de brasileños se dicen satisfechos de la forma en que su gobierno enfrenta la crisis económica y sólo 32% de mexicanos lo están; 33% de brasileños cree que la crisis va para largo mientras que 80% de los mexicanos lo piensan; 42% de brasileños piensa que se gobierna para bien de todo el pueblo y en cambio sólo 21% de mexicanos lo ven así. Es impresionante, pero a ocho años de mandato, la aprobación de Lula es del 83% y la de su gobierno de 75%.
El mandatario mexicano asegura que hay recuperación económica (eso les dijo a los banqueros en su más reciente convención) pero que el problema radica en que aún no sube el índice de confianza de los consumidores. Él y sus funcionarios afirman que la violencia no es tanta y que la inseguridad no afecta ni a la actividad económica ni al turismo. Una y otra vez insiste en que los mexicanos tenemos una percepción equivocada de la realidad.
Pero como lo demuestran las estadísticas arriba citadas, para que los ciudadanos hablen bien y confíen en su gobierno, se requiere más que regaños y exhortos presidenciales: hacen falta acciones y sobre todo, resultados.
Es Felipe Calderón quien pone a Brasil como ejemplo y quien lo usa una y otra vez como su país favorito de comparación. Y es Felipe Calderón quien nos exige a los mexicanos “hablar con información objetiva y veraz”. Siguiendo sus lineamientos y obedeciendo sus instrucciones, es lo que acabo de hacer.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
Según el mandatario, esto se debe a razones culturales y sicológicas, pues asegura que “por desgracia, a menudo los mexicanos juzgamos a nuestro país con la mayor severidad que podemos, incluso, por encima de la severidad respecto de otros temas”. Pero si en lugar de ver las cosas así, nos abocamos a lo que realmente sucede, tal vez podríamos entender.
Según la revista inglesa The Economist, la economía brasileña ha crecido a un ritmo anual de más del 10% y para el año que corre las previsiones aseguran que no será menor al 7%. Este crecimiento lo atribuye a los estímulos del gobierno cuando la crisis les llegó a fines del 2008, que se reflejaron en la fuerza de la industria y en las inversiones.
En días pasados, el gobierno brasileño anunció que el crecimiento del PIB durante el primer trimestre del año había sido de un 2.7%, lo cual significa un 9% de aumento con relación al mismo periodo de 2009.
Ese resultado supera todos los pronósticos, supera o se acerca a países considerados los gigantes del crecimiento como son India y China y definitivamente supera a las mayores economías del mundo.
Es interesante, porque al mismo tiempo que a nosotros nos dijeron que la pulmonía de la crisis mundial aquí sería sólo un catarrito, Lula dijo que para Brasil el maremoto “sería sólo una marejadilla”. Pero en su caso fue verdad y como dijo exultante: “Brasil fue el último en entrar en la crisis y el primero en salir de ella”. Lo mismo afirma el Banco Mundial, cuyo economista Augusto de la Torre habla de ese país como uno de los que ya remontaron y están en franca recuperación económica, mientras que México es el más rezagado de la región.
Brasil creó casi un millón de nuevos empleos formales entre enero y abril del año que corre, ha puesto en práctica nuevas formas para combatir la delincuencia, asistir a la comunidad y llevarle servicios públicos y ha generado formas originales de conseguir que más niños y jóvenes de los grupos pobres de la población tengan acceso a la educación.
Por supuesto, esto no quiere decir que Brasil haya superado todos sus enormes problemas, pero sí ha significado que los brasileños estén contentos con su gobierno, al menos más que los mexicanos. José Antonio Crespo cita las mediciones del Latinobarómetro que lo confirman: 66% de brasileños piensa que su país está progresando frente a 14% de mexicanos; 22% de brasileños considera que su economía va mal mientras que de los mexicanos es el 63%; 75% de brasileños se dicen satisfechos de la forma en que su gobierno enfrenta la crisis económica y sólo 32% de mexicanos lo están; 33% de brasileños cree que la crisis va para largo mientras que 80% de los mexicanos lo piensan; 42% de brasileños piensa que se gobierna para bien de todo el pueblo y en cambio sólo 21% de mexicanos lo ven así. Es impresionante, pero a ocho años de mandato, la aprobación de Lula es del 83% y la de su gobierno de 75%.
El mandatario mexicano asegura que hay recuperación económica (eso les dijo a los banqueros en su más reciente convención) pero que el problema radica en que aún no sube el índice de confianza de los consumidores. Él y sus funcionarios afirman que la violencia no es tanta y que la inseguridad no afecta ni a la actividad económica ni al turismo. Una y otra vez insiste en que los mexicanos tenemos una percepción equivocada de la realidad.
Pero como lo demuestran las estadísticas arriba citadas, para que los ciudadanos hablen bien y confíen en su gobierno, se requiere más que regaños y exhortos presidenciales: hacen falta acciones y sobre todo, resultados.
Es Felipe Calderón quien pone a Brasil como ejemplo y quien lo usa una y otra vez como su país favorito de comparación. Y es Felipe Calderón quien nos exige a los mexicanos “hablar con información objetiva y veraz”. Siguiendo sus lineamientos y obedeciendo sus instrucciones, es lo que acabo de hacer.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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