La economía, estúpido
William J Clinton, 1992
Los para-lelos históricos
Durante el proceso electoral estadunidense de 1992, James Carville, el estratega de la campaña de William Clinton, acuñó tres expresiones que resultaron determinantes en el triunfo del demócrata ante George Bush, padre, que en ese entonces era considerado como un guerrero invencible, merced a los resultados alcanzados en su política exterior: el derrumbe estrepitoso del llamado bloque socialista y la derrota de Irak durante la guerra del Golfo Pérsico. El lema más popular fue “La economía, estúpido”. Los otros: “Cambio versus más de lo mismo” y “No olvidar el sistema de salud”. Con esas consignas, Clinton puso de manifiesto su preocupación por los problemas inmediatos de la población, agobiada por la recesión interna de 1990-1992, el alto desempleo, el peor desde 1982, y el deterioro de sus ingresos reales y sus niveles de vida. Dicha estrategia contrastó con la del cruzado anticomunista, quien delegó a un segundo plano el bienestar social y sólo se interesó por cobrar los trofeos de la guerra y consolidar la hegemonía mundial del imperialismo de su nación. Según las encuestas, poco antes de las votaciones, la popularidad de Bush había llegado hasta el 90 por ciento de aceptación, considerada en ese momento como un récord histórico. Aun así, las tribulaciones cotidianas gravitaron sobre los sentimientos patrióticos, y los electores cavaron la tumba donde yace el héroe de la Guerra Fría.
Con su arrasadora reelección en noviembre de 2004, el Baby Bush devengaba los dividendos de los oscuros acontecimientos de 2001, el pánico que fabricó entre sus ciudadanos con su terrorismo interno y externo, y sus genocidas agresiones militares contra Afganistán e Irak. Sin embargo, en 2005 su capital político declinaba aceleradamente. En abril de ese año, el economista Paul Krugman señaló que “lo que está pasando es bastante simple: Bush y su partido hablan solamente con sus bases –los empresarios y la derecha religiosa– y son indiferentes a las preocupaciones de todos los demás”. La pirotécnica “guerra contra el mal” no ensombreció la realidad interna: la declinación del crecimiento, los ingresos reales, el consumo y la inversión productiva, el alza de los réditos y de los déficits externo y fiscal, y la inflación de la burbuja especulativa. Los juegos de guerra de los 3 billones de dólares, según Joseph Stiglitz, exigían recursos inmensurables y fueron obtenidos por medio del recorte del gasto público no militar, entre ellos el bienestar y el productivo, y la mayor deuda estatal. Los graves costos sociales provocados por el colapso financiero y recesivo, iniciado en 2008, fueron vistos con apatía por Bush y sus neoliberales. No hicieron nada. Como buenos fundamentalistas de Chicago, esperaron que el dios mercado y el dios de los cristianos resolvieran todo con sus manos invisibles. Más osado, Barack Obama prometió desempolvar los instrumentos keynesianos para enfrentar la crisis, el activismo fiscal y monetario, y los angustiados electores lo encaramaron sobre la sepultura de los republicanos.
En América Latina, la mayoría de los Chicago Boys fueron arrojados al basurero de la historia por sus patológicas obsesiones como el balance fiscal cero, los regresivos impuestos al consumo, el recorte del gasto social y productivo, la jibarización del Estado y la entrega de las empresas públicas y los sectores estratégicos a la depredación y la corrupción de los grupos oligárquicos. Con su neoliberalismo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo prepararon las condiciones que provocaron la derrota del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 2000. Zedillo se encargó de la alternancia autoritaria, neoliberal y clerical panista.
Con su propuesta económica y presupuestal para 2011, Felipe Calderón y sus monetaristas decidieron ahondar aún más la fosa donde serán enterrados en 2012. Optaron por “Más de lo mismo versus cambio”. Las divisas “La economía, estúpido” y “no olvidar el sistema de salud” oponen la continuidad de la economía del estancamiento, vigente desde 1983, ya que seguirá privilegiándose la reducción de la inflación (de 5 por ciento en 2010 a 3 por ciento en 2011), el equilibrio fiscal a cualquier costo, la inequidad tributaria, el ascetismo en el gasto y el Estado autista sobre el crecimiento y el empleo. La búsqueda del equilibrio en las finanzas públicas (-2.3 por ciento del producto interno bruto, PIB, con inversión de Petróleos Mexicanos o -0.3 por ciento sin ella en 2011) descansará en la restricción del gasto (el total apenas subirá 1.5 por ciento; el programable 1.1 por ciento y el costo financiero de la deuda pública, 2.4 por ciento, 315 mil millones de pesos), porque el alza de los ingresos también será marginal (3 por ciento) y no se plantea eliminar o reducir los generosos privilegios otorgados a las grandes empresas y los sectores de altos ingresos. La inflación mayor a la programada reducirá o eliminará el aumento del gasto programable proyectado y ampliará el costo de los débitos estatales.
En una parodia bushiana, Felipe privilegiará su guerra santa en contra de la inseguridad, así como el derroche del dinero. El gasto adicional destinado al uso del garrote, a la seguridad pública, será el tercer renglón más beneficiado, después de los poderes y entes autónomos y la salud, con 7 mil 440 millones de pesos más, para llegar a 65.3 mil millones. Porcentualmente (12.9 por ciento), sólo será superado por el primer concepto citado. En términos reales, en 2006-2010 se elevó 220 por ciento, el más alto después del ramo de consejería jurídica del Ejecutivo Federal. El social, por ejemplo, mejoró 105 por ciento, en salud 61 por ciento, en comunicaciones y transportes, 39 por ciento, o en educación, 21 por ciento. El aumento del gasto corriente será de 2.1 por ciento, contra el 1.1 por ciento del programable total, debido a los voraces salarios y prestaciones pagados a los aristocráticos funcionarios panistas que, como chacales devoran y se enriquecen con el presupuesto.
Sin aumentos significativos en los ingresos fiscales y con mayores recursos destinados a la deuda pública, al garrote y al gasto corriente, otros ramos tendrán que ser republicanamente sometidos a la austeridad. El gasto social se reducirá en 1.3 mil millones de pesos (MDP), -0.1 por ciento (el total será por 1.5 billones); en educación 5.9 mil MDP, -1.2 por ciento; en urbanización, vivienda y desarrollo regional, 10.6 mil MDP, -6.6 por ciento; agua potable y alcantarillado, 3.6 mil MDP, -15.5 por ciento; en asistencia, 1.9 mil MDP, -2.3 por ciento; en comunicaciones y transportes, 16.2 mil MDP, -19.5 por ciento; en desarrollo agropecuario y forestal, 17.8 mil MDP, -20.7 por ciento; y desarrollo sustentable, 488 millones, -3.2 por ciento, entre otros conceptos. Aunque se propone una alza real de la inversión pública física en 3.8 por ciento, parte de los recursos serán empleados para pagar las obras realizadas por los empresarios (los proyectos de infraestructura diferidos en el registro del gasto), así como concederles más contratos, pese al manejo oscuro de los mismos, como sobresale en los casos del sector energético.
Es el presupuesto del garrote contra el bienestar social, la infraestructura, el campesinado, los trabajadores y la naturaleza. La restricción de recursos no se debe a la falta de recursos fiscales como sugieren los calderonistas. Es producto de la política fiscal regresiva que grava menos a los que más tienen, además de los subsidios que reciben adicionalmente, el trato privilegiado y la existencia de mecanismos legales que le permiten deducir o evadir el pago de impuestos. El castigo presupuestal a los conceptos como los señalados, desde 1983, es deliberado y tiene una razón: provocar su criminal deterioro para justificar su reprivatización o justificar la participación del sector privado, lo que se ha convertido en una fuente inagotable de ganancias para los grandes hombres de presas, locales y foráneos. Los panistas y la oligarquía han tomado como botín al Estado. Es el capitalismo de amigotes.
Con la austeridad fiscal se mantendrá emasculado el gasto público, instrumento contracíclico y promotor del desarrollo y el bienestar, para acelerar la reactivación productiva y la creación de empleos formales. En 2006-2010, el crecimiento promedio real anual será de cero. Es decir, en lo que va del calderonismo, la economía se estancó. Aún cuando crezca 3.8 por ciento en 2011 y el 4 por ciento o 4.5 por ciento en 2012, porque quizá se amplíe el gasto para tratar de mejorar la desprestigiada imagen del Partido Acción Nacional (PAN), el crecimiento anual sexenal será de 2 por ciento. En todo el ciclo neoliberal priista-panista, el crecimiento medio anual será menor a 3 por ciento, un tercio del registrado con el anterior modelo de industrialización (poco más de 6 por ciento). Los calderonistas esperan crear 650 mil empleos el próximo año, cuando se necesitarán 1-1.2 millones. En el mejor de los casos, en el sexenio se generarán alrededor de 3 millones de plazas laborales, una gran parte serán temporales, mal pagadas, con menores prestaciones sociales y el 60 por ciento, sin servicios médicos. El calderonismo ha sido fecundo en crear desempleados, subempleados, emigrados, informales, “ociosos” forzados y delincuentes.
Eso explica el gasto en seguridad pública. Primero crea los delincuentes y sus candidatos y luego los reprime, los encarcela y los asesina. Otros miles de cadáveres ensangrentarán aún más al país.
El paquete económico y presupuestal puede considerarse como una especie de suicidio del calderonismo y la eutanasia adelantada del PAN. La única manera en que podrían mantener la Presidencia sería robándosela otra vez, como lo hizo Calderón y Carlos Salinas de Gortari, con la ayuda de la oligarquía y los priistas que le legitimaron sus triunfos en 2006. El problema es que el PRI tiene otras aspiraciones. Ahora les ayudará a bien morir. Ya olfateó el tufo corrompido del cuerpo panista y se prepara para recuperar la corona autoritaria y neoliberal. Hasta para la oligarquía que financió y acompañó el golpismo, la derecha clerical le resulta ya insostenible, y desde hace algún tiempo preparan al liliputiense cacique Enrique Peña como el príncipe-siervo heredero. Con las cámaras televisivas, Azcárraga y otros oligarcas tratan de hacer crecer su imagen, como en teatro de sombras chino, como en su momento lo hicieron con Fox y Calderón, quienes pagaron el servicio generosamente. La vieja elite política del Estado de México apuntala su oscura imagen. Él mismo señor feudal, con el erario y la estructura estatal y partidaria, el vasallaje que ejerce sobre los poderes locales, el cambio arbitrario de su pequeño reino y otros, trata de hacer crecer su fantasma. Su carrera, empero, está llena de obstáculos: los principales están dentro de su propio partido. Entre los recovecos del PRI, acechan enemigos que esperan su caída para ocupar la candidatura y que pueden derrumbar al propio partido.
La propuesta del PRI por reducir el impuesto al valor (IVA) agregado en 1 punto porcentual es demagógica. Es cierto que la reducción no afecta al presupuesto como braman los panistas; pero tampoco beneficia en gran cosa a la población. No aumenta sustancialmente su ingreso disponible ni beneficia significativamente su consumo y al crecimiento. No resuelve la crisis fiscal del Estado ni su inequidad. La redistribución fiscal equitativa pasa por gravar más a las grandes empresas y los sectores de altos ingresos y el mayor gasto en inversión y bienestar. Implica la reforma fiscal integral que el PRI y el PAN han obstaculizado. Los priistas saben que bajar el IVA es irrelevante. Pero puede darles votos, aun cuando hasta el momento han acompañado al PAN, como ellos lo hicieron antes con él, en las peores causas en contra de la sociedad y la nación. La oligarquía que acompañó a los últimos priistas neoliberales es la misma, va de la mano de los panistas y con la que el PRI negocia en las penumbras. ¿Cómo va actuar en contra de ella si la necesita para retornar a la Presidencia?
Las mayorías, mientras no se organicen para actuar colectivamente, como ciudadanos, tendrán que cargar sobre sus hombros a las elites dominantes y sus políticas contrarias a sus intereses.
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