5/14/2012

Una marcha con 10 mil ausentes

madres desaparecidos
madres desaparecidos
 
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Son las ninguneadas del sexenio, las invisibles, las burladas, “las viejas locas”. No se cansan. No se rinden pese a los años que han pasado dando vueltas por las procuradurías, donde no les resuelven nada. Buscan a sus familias, esas que les arrebató el crimen organizado. Este jueves 10 llegaron a la Ciudad de México desde varios puntos del norte y del Bajío, y hasta de Centroamérica. Vinieron a exigirle lo mismo a las autoridades: que les devuelvan a sus hijos. Una de esas mujeres, las de la Marcha de las Madres, resume el sentir de todas: “Es un dolor latente, una muerte que queda suspendida”.

Mírelas juntas. Ahí están las locas, las chillonas, las que no saben comportarse en público. Se les ha visto marchando por carreteras, plantándose en plazas, bloqueando calles. Desde que se despiertan hablan con una persona ausente. Son las que incomodan a los feligreses al final de las misas con su testimonio y súplica. Tienen por costumbre hacer guardia afuera de oficinas de gobierno. A veces se cuelan en algún evento del Presidente, le piden ayuda o lo interpelan. Otras tantas consiguen meterse a la televisión para repetir las frases de siempre.

Se distinguen porque parecen uniformadas: Una camiseta, una pancarta con la foto del muchacho, de la jovencita con su misma expresión en los ojos, su mismo tipo de boca o forma de la ceja.

El lenguaje de estas mujeres es distinto: hablan siempre de corazones rotos, del vientre vacío, de un dolor en el alma, de intuiciones y corazonadas, de caminos regados con lágrimas, de vidas hechas pedazos, de amor de madre, de bebés que un día tuvieron en la cuna. Y lloran, mírelas usted, por cualquier cosa lloran. Hasta cuando despotrican contra el gobierno, al que culpan de su locura.

Ahora bloquean Paseo de la Reforma y van al Ángel de la Independencia. ¿A quién se le ocurre desquiciar el tráfico en el Día de la Madre? Acérquese y escuche lo que dice aquella: “Ando en busca de dos hijos que se perdieron en Monterrey; eran migrantes, salieron de San Felipe, Guanajuato, los bajaron del autobús unas personas encapuchadas…” O esta otra: “Era mi hija más chica, estaba estudiando en el Tec cuando se la llevaron”.

Son madres con uno o varios hijos desaparecidos. Hay también hermanas, hijas, esposas en busca del hermano, el padre, el esposo que le arrebataron. Llegaron de Chihuahua, Baja California, Nuevo León, Coahuila, Jalisco, Guanajuato, Querétaro y Estado de México hermanadas con el grito de guerra: “Las madres unidas jamás serán vencidas”. En el DF otras se sumaron a esta movilización que bautizaron “Marcha por la Dignidad Nacional: Madres buscando a sus hijos e hijas y buscando justicia”. Son más de 300 y alguno que otro marido que las acompaña.

Por el micrófono ahora habla la exobrera juarense Norma Ledezma, que usa ese lenguaje de madre:

“Nos mataron la mitad del corazón y nos dieron una puñalada, con la otra parte que vive seguimos luchando. ¿Cuántos años vamos a marchar? ¿Cuántos hijos más tendrán que desaparecer? ¿Cuántas veces regaremos de lágrimas el camino de Chihuahua al DF pidiendo justicia? Mientras muchos hijos están cantando mariachi y festejado a sus madres nosotras decidimos hacer homenaje a nuestros hijos e hijas que no están, recordaremos cuando los parimos, cuando los amamantamos y seguiremos gritando que ¡los queremos vivos!”

Le sigue la saltillense Diana Iris que habla en la misma clave: “Estamos con el corazón hecho trizas; soy mamá de Daniel Cantú y hace cinco años y cuatro meses que mi corazón no está completo, pero aquí estamos cientos de madres con dolor que hemos transformado en fuerzas para continuar su búsqueda”.

Pasadas las 10 de la mañana sale la marcha. Abre una manta que dice todo: “Hijo/Hija: Lucharé mientras tenga vida hasta encontrarte. Madres de Chihuahua”.

Lo cargan las madres de Juárez y Chihuahua, buscadoras históricas de las hijas desaparecida hace una década, durante el escándalo de los feminicidios. Le siguen los rostros de las jovencitas recién desaparecidas. Y las mantas que claman por familias enteras. Como la de Ema Veleta, a punto de llegar a los 60, a quien el año pasado le arrancaron a su esposo, sus cuatro hijo varones, dos yernos y un nieto. Toda la simiente masculina de su familia.

Siguen los de Guanajuato donde, a decir de los cartelones, las desapariciones son masivas: el grupo de cazadores que entraron a Zacatecas y fueron cazados por policías y entregados a Los Zetas (6 diciembre del 2010); los pasajeros de autobús retenidos en San Fernando, Tamaulipas (17 de enero de 2011); el camión de migrantes secuestrados en Monterrey (15 de octubre de 2010).

Detrás van las madres de migrantes de Honduras, El Salvador, Guatemala. Representan a 700 familias con hijos perdidos en territorio mexicano.

Más atrás las familias de todo el país, agrupadas en Fundec, que perdieron un hijo en Coahuila cuando ese estado se convirtió en un pantanal porque las autoridades trabajaban para Los Zetas. Fue tanta la demanda de ayuda que la organización se hizo nacional.

En cada tramo se unen nuevas familias con la misma herida punzante. De por sí, desde que les arrebataron al ser querido se hicieron nómadas por buscar al hijo que falta.

Son las ninguneadas del sexenio, las invisibles, las burladas. Las que cada vez que acuden a la procuraduría escuchan las mismas frases: “¿No andaba en una clicka?” “¿Por qué no lo cuidó?” “Su muchachita se fue con el novio”. “¿No lo vio con mucho dinero?” “Asómese a esa fosa, a ver si ve al suyo”. “Señora, él la cambió por otra”. “Ya tome cualquier cuerpo y entiérrelo y verá cómo se le pasa”. “Lo traen trabajando, verá que pronto lo sueltan”. “Ya ni le mueva, seguro ya lo disolvieron”.

Ángeles López, del Centro de Derechos Humanos Victoria Díez, trata de explicar el fenómeno desde un micrófono. Habla del gobierno sordo, la sociedad insensible. Del país convertido en cementerio nacional. Explica qué es la desaparición forzada y cómo –siempre– el Estado es cómplice.

“No hay una epidemia de Alzheimer que le da a gente que olvida cómo regresar a su casa –dice– sino hay una política de desaparición apoyada por el Estado cuando no los buscan, cuando le denunciamos de los retenes o los puntos en las carreteras donde desaparecen y no hace nada, cuando no combate al crimen organizado, cuando no investigan, cuando niegan que el delito exista, cuando no quieren dar información”.

Madres-coraje

Entre los marchistas está Santiago Corcuera, exintegrante del Grupo Especial de la ONU para las Desapariciones, quien señala irritado que durante el sexenio de Felipe Calderón es “tremendamente superior” el número de desaparecidos que durante el periodo de la Guerra Sucia.

“Ha sido el peor de todos, el número es alarmante”, dice para indicar que el grupo de trabajo de la ONU ha señalado que la negativa del gobierno al problema sólo ayuda a que crezca. Critica que hace un año se pidieron protocolos urgentes de búsqueda que no se han materializado. Que las mujeres presentes son de las pocas que se han sacudido el terror paralizante, pero que existen muchas más.

A su alrededor las mujeres que marchan, de amas de casa se han convertido en investigadoras. Han conseguido los números de placas de los autos donde se los llevaron, se han metido a la cárcel a entrevistar a integrantes del grupo que los detuvo, han hecho rastreos e investigado las llamadas que se siguieron realizando en los celulares de los suyos.

“Por supuesto que hay indicios. Si estas madres que no han estudiado métodos de investigación ni criminalística son capaces de resolver un caso, ¿por qué los ministerios públicos no? Es falta de voluntad. Si ellas recibieran respuestas, si se investigara, no estarían marchando aquí, estarían ayudando en la investigación”, dice exasperado.

En ese momento los marchistas desaceleran su paso por Reforma y volteando hacia la PGR gritan: “Marisela, ¿dónde están, dónde están, nuestros hijos dónde están?”

Son siete sus exigencias que se resuelven con dinero pero, sobre todo, voluntad.

1) Búsqueda inmediata de todas las personas desaparecidas.

 2) Conformación de una base de datos nacional de personas desaparecidas. 

3) Atención estructural de la PGR a todos los casos de desapariciones. 

4) Creación de una Fiscalía Especial para Personas Desaparecidas. 

5) Creación e implementación de protocolos de investigación para personas desaparecidas. 

6) Implementación de un Programa Federal de Atención Integral a las familias de personas desaparecidas. 

7) Aceptar las recomendaciones del Grupo de Trabajo para Desapariciones Forzadas e Involuntarias de la ONU.

Como no las escuchan, como les pierden los expedientes en las procuradurías, como la búsqueda de sus hijos es únicamente a través de oficios, como siempre las engañan ellas del llanto pasan pronto a la rabia.

“Nuestros gritos, nuestras lágrimas no han llegado a los corazones de las autoridades que dicen tantas mentiras, que nos hacen daño, que no quieren que busquemos”, grita al micrófono la señora Rosario Cano, de Chihuahua.

“¡Qué lástima que esos políticos y servidores público, procuradores, ministerios públicos, gobernadores, el señor presidente se corrompieron porque dan protección al crimen organizado y tienen las manos manchadas de sangre! Nos ven destrozadas y cansadas por tanto exigir que cumplan su trabajo”, grita una madre de Torreón.

“El gobierno, más que para ayudar, está para hacernos daño. Por pedir que me regresen a mi hermana y a mis primos hemos sido hostigados, amenazados, burlados; tuvimos que irnos a vivir a otro lugar… Es un dolor latente, una muerte que queda suspendida”, dice María de Jesús Alvarado, de Benito Juárez, Chihuahua.

“Ellos se están riendo porque no son sus hijos, no responden, se burlan, nos dejan con el corazón roto”, señala la señora Muñoz de Ciudad Juárez.

“¿Cuántas tenemos que ser para que nos hagan caso? Si las autoridades estatales no hicieron nada, uno tiene que recordarles su trabajo; por eso acudí a Calderón, me colé como pude cuando fui a Guadalajara, lo interrumpí en su discurso; prometió personalmente ayudarme, mi hijo es el expediente 06 de la Procuraduría Social y no pasó nada ¡No lo han buscado!”, denuncia airada la señora Aguilar, de Guadalajara.

Norma Ledezma, la fundadora de Justicia para Nuestras Hijas, que por primera vez representa a hombres desaparecidos, dice que muchas veces las llaman locas, pero que la burla de las autoridades es lo que las desquicia.

Viejo caminar

Al pie del Ángel de la Independencia, donde las mujeres acampan, llega doña Rosario Ibarra de Piedra, la senadora, la madre de los desaparecidos durante los setenta y ochenta. Con su traje negro, el infaltable colguije con la foto de su Jesús y les da palabras de ánimo a sus oyentes.
Cuando baja las escalinatas, la mamá de la ministerio público de la Unidad Antisecuestros Marazuba Teresa Gómez Montes, levantada el 29 de noviembre de 2010 en Durango, le dice:
–Jamás pensé que mi hija sufriría las consecuencias de tanta corrupción.

–¡Era lo que no queríamos que sucediera! Son iguales los de hoy y los de antes… son delincuentes –dice la legisladora.

–Le pido consejo: ¿Qué hago? Usted ya vivió ese drama…

–Lo sigo viviendo, no me lo han regresado. Usted siga luchando, hable con todas las autoridades, búsquelo. Aunque no he parado ni un minuto seguimos con la misma historia de hace 30 años. Antes empecé yo… ahora son tantas.

La visita le recordó a Ibarra su peregrinar por oficinas, despachos de todos los funcionarios del echeverrismo hasta el propio presidente, la ilusión de que le resolvería su caso, las decepciones a las que nunca se acostumbró “eran como golpes, como latigazos en la espalda, nada sucedía; es horrible”.

La presencia de la luchadora histórica hizo que doña Ema Veleta de Muñoz hablara por primera vez en voz alta y la inspiró para decir: “Yo también voy a seguir luchando”. Desde que se llevaron a los ocho varones de su familia, sólo quería morir.

“Aquí he descubierto a muchas personas con el mismo dolor de nosotros. Pensaba que era la única que lo sufría, ahora veo que son tantas. Y ellas me dicen y yo les digo que le echemos ganas, que por qué está pasando todo esto”, dice desde la silla donde escucha los testimonios de las demás madres.

En el Ángel las familias pasan lista por los ausentes. Bordan sus nombres en pañuelos. Dan el testimonio de dónde se perdió el que les falta y todo lo que han hecho por encontrarlos.

Reciben la visita de Javier Hernández, representante local de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos señala que México vive en una alerta permanente por el tema y califica que las autoridades son insensibles, que ni siquiera han hecho un censo del problema.

Según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos son 5 mil 400 las personas desaparecidas y existen casi 9 mil cuerpos sin identificar. Según el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad son más de 10 mil los que faltan en sus familias.

Al final Yolanda Morán, una aguerrida madre de Torreón que tapizó la ciudad de carteles con la foto de su hijo Dan Jeremeel lanza una advertencia: “Nosotros vamos a seguir buscándolos hasta el último día de nuestra existencia, nosotros parimos un hijo para el resto de nuestra existencia…”

Otra vez los gritos de “Las madres, unidas, jamás serán vencidas”. Mientras los asistentes responden: “Madres de la marcha, el pueblo las abraza, no están solas, no están solas”.

Blanca Martínez, directora del Centro de Derechos Humanos Fray Juan de Larios, de Saltillo remata: “No les estamos pidiendo un favor, es una exigencia, que hagan lo que deberían haber hecho… Gracias compañeras, nos vamos con el corazón muy animado, fortalecidas”.

Entonces las madres norteñas suben a los camiones. El final de su día lo dedican a la Virgen de Guadalupe. A los pies de la Morenita, Ema Veleta de Muñoz llora y reza lo que puede. Tras hablar con ella, sale con el rostro transformado.

“Siento que me va a ayudar, nos va a hacer un gran milagro la virgencita de darme el tesoro de volver a gozarlos a mi lado. Me dio fuerza para seguir mi vida. Ya sé que el gobierno no, pero verá cómo ella nos va a ayudar”, dice esperanzada.

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