madres desaparecidos
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Son las ninguneadas del sexenio, las invisibles, las
burladas, “las viejas locas”. No se cansan. No se rinden pese a los años
que han pasado dando vueltas por las procuradurías, donde no les
resuelven nada. Buscan a sus familias, esas que les arrebató el crimen
organizado. Este jueves 10 llegaron a la Ciudad de México desde varios
puntos del norte y del Bajío, y hasta de Centroamérica. Vinieron a
exigirle lo mismo a las autoridades: que les devuelvan a sus hijos. Una
de esas mujeres, las de la Marcha de las Madres, resume el sentir de
todas: “Es un dolor latente, una muerte que queda suspendida”.
Mírelas
juntas. Ahí están las locas, las chillonas, las que no saben
comportarse en público. Se les ha visto marchando por carreteras,
plantándose en plazas, bloqueando calles. Desde que se despiertan hablan
con una persona ausente. Son las que incomodan a los feligreses al
final de las misas con su testimonio y súplica. Tienen por costumbre
hacer guardia afuera de oficinas de gobierno. A veces se cuelan en algún
evento del Presidente, le piden ayuda o lo interpelan. Otras tantas
consiguen meterse a la televisión para repetir las frases de siempre.
Se
distinguen porque parecen uniformadas: Una camiseta, una pancarta con
la foto del muchacho, de la jovencita con su misma expresión en los
ojos, su mismo tipo de boca o forma de la ceja.
El lenguaje de
estas mujeres es distinto: hablan siempre de corazones rotos, del
vientre vacío, de un dolor en el alma, de intuiciones y corazonadas, de
caminos regados con lágrimas, de vidas hechas pedazos, de amor de madre,
de bebés que un día tuvieron en la cuna. Y lloran, mírelas usted, por
cualquier cosa lloran. Hasta cuando despotrican contra el gobierno, al
que culpan de su locura.
Ahora bloquean Paseo de la Reforma y van
al Ángel de la Independencia. ¿A quién se le ocurre desquiciar el
tráfico en el Día de la Madre? Acérquese y escuche lo que dice aquella:
“Ando en busca de dos hijos que se perdieron en Monterrey; eran
migrantes, salieron de San Felipe, Guanajuato, los bajaron del autobús
unas personas encapuchadas…” O esta otra: “Era mi hija más chica, estaba
estudiando en el Tec cuando se la llevaron”.
Son madres con uno o
varios hijos desaparecidos. Hay también hermanas, hijas, esposas en
busca del hermano, el padre, el esposo que le arrebataron. Llegaron de
Chihuahua, Baja California, Nuevo León, Coahuila, Jalisco, Guanajuato,
Querétaro y Estado de México hermanadas con el grito de guerra: “Las
madres unidas jamás serán vencidas”. En el DF otras se sumaron a esta
movilización que bautizaron “Marcha por la Dignidad Nacional: Madres
buscando a sus hijos e hijas y buscando justicia”. Son más de 300 y
alguno que otro marido que las acompaña.
Por el micrófono ahora habla la exobrera juarense Norma Ledezma, que usa ese lenguaje de madre:
“Nos
mataron la mitad del corazón y nos dieron una puñalada, con la otra
parte que vive seguimos luchando. ¿Cuántos años vamos a marchar?
¿Cuántos hijos más tendrán que desaparecer? ¿Cuántas veces regaremos de
lágrimas el camino de Chihuahua al DF pidiendo justicia? Mientras muchos
hijos están cantando mariachi y festejado a sus madres nosotras
decidimos hacer homenaje a nuestros hijos e hijas que no están,
recordaremos cuando los parimos, cuando los amamantamos y seguiremos
gritando que ¡los queremos vivos!”
Le sigue la saltillense Diana
Iris que habla en la misma clave: “Estamos con el corazón hecho trizas;
soy mamá de Daniel Cantú y hace cinco años y cuatro meses que mi corazón
no está completo, pero aquí estamos cientos de madres con dolor que
hemos transformado en fuerzas para continuar su búsqueda”.
Pasadas
las 10 de la mañana sale la marcha. Abre una manta que dice todo:
“Hijo/Hija: Lucharé mientras tenga vida hasta encontrarte. Madres de
Chihuahua”.
Lo cargan las madres de Juárez y Chihuahua, buscadoras
históricas de las hijas desaparecida hace una década, durante el
escándalo de los feminicidios. Le siguen los rostros de las jovencitas
recién desaparecidas. Y las mantas que claman por familias enteras. Como
la de Ema Veleta, a punto de llegar a los 60, a quien el año pasado le
arrancaron a su esposo, sus cuatro hijo varones, dos yernos y un nieto.
Toda la simiente masculina de su familia.
Siguen los de Guanajuato
donde, a decir de los cartelones, las desapariciones son masivas: el
grupo de cazadores que entraron a Zacatecas y fueron cazados por
policías y entregados a Los Zetas (6 diciembre del 2010); los pasajeros
de autobús retenidos en San Fernando, Tamaulipas (17 de enero de 2011);
el camión de migrantes secuestrados en Monterrey (15 de octubre de
2010).
Detrás van las madres de migrantes de Honduras, El
Salvador, Guatemala. Representan a 700 familias con hijos perdidos en
territorio mexicano.
Más atrás las familias de todo el país,
agrupadas en Fundec, que perdieron un hijo en Coahuila cuando ese estado
se convirtió en un pantanal porque las autoridades trabajaban para Los
Zetas. Fue tanta la demanda de ayuda que la organización se hizo
nacional.
En cada tramo se unen nuevas familias con la misma
herida punzante. De por sí, desde que les arrebataron al ser querido se
hicieron nómadas por buscar al hijo que falta.
Son las ninguneadas
del sexenio, las invisibles, las burladas. Las que cada vez que acuden a
la procuraduría escuchan las mismas frases: “¿No andaba en una clicka?”
“¿Por qué no lo cuidó?” “Su muchachita se fue con el novio”. “¿No lo
vio con mucho dinero?” “Asómese a esa fosa, a ver si ve al suyo”.
“Señora, él la cambió por otra”. “Ya tome cualquier cuerpo y entiérrelo y
verá cómo se le pasa”. “Lo traen trabajando, verá que pronto lo
sueltan”. “Ya ni le mueva, seguro ya lo disolvieron”.
Ángeles
López, del Centro de Derechos Humanos Victoria Díez, trata de explicar
el fenómeno desde un micrófono. Habla del gobierno sordo, la sociedad
insensible. Del país convertido en cementerio nacional. Explica qué es
la desaparición forzada y cómo –siempre– el Estado es cómplice.
“No
hay una epidemia de Alzheimer que le da a gente que olvida cómo
regresar a su casa –dice– sino hay una política de desaparición apoyada
por el Estado cuando no los buscan, cuando le denunciamos de los retenes
o los puntos en las carreteras donde desaparecen y no hace nada, cuando
no combate al crimen organizado, cuando no investigan, cuando niegan
que el delito exista, cuando no quieren dar información”.
Madres-coraje
Entre
los marchistas está Santiago Corcuera, exintegrante del Grupo Especial
de la ONU para las Desapariciones, quien señala irritado que durante el
sexenio de Felipe Calderón es “tremendamente superior” el número de
desaparecidos que durante el periodo de la Guerra Sucia.
“Ha sido
el peor de todos, el número es alarmante”, dice para indicar que el
grupo de trabajo de la ONU ha señalado que la negativa del gobierno al
problema sólo ayuda a que crezca. Critica que hace un año se pidieron
protocolos urgentes de búsqueda que no se han materializado. Que las
mujeres presentes son de las pocas que se han sacudido el terror
paralizante, pero que existen muchas más.
A su alrededor las
mujeres que marchan, de amas de casa se han convertido en
investigadoras. Han conseguido los números de placas de los autos donde
se los llevaron, se han metido a la cárcel a entrevistar a integrantes
del grupo que los detuvo, han hecho rastreos e investigado las llamadas
que se siguieron realizando en los celulares de los suyos.
“Por
supuesto que hay indicios. Si estas madres que no han estudiado métodos
de investigación ni criminalística son capaces de resolver un caso, ¿por
qué los ministerios públicos no? Es falta de voluntad. Si ellas
recibieran respuestas, si se investigara, no estarían marchando aquí,
estarían ayudando en la investigación”, dice exasperado.
En ese
momento los marchistas desaceleran su paso por Reforma y volteando hacia
la PGR gritan: “Marisela, ¿dónde están, dónde están, nuestros hijos
dónde están?”
Son siete sus exigencias que se resuelven con dinero pero, sobre todo, voluntad.
1)
Búsqueda inmediata de todas las personas desaparecidas.
2) Conformación
de una base de datos nacional de personas desaparecidas.
3) Atención
estructural de la PGR a todos los casos de desapariciones.
4) Creación
de una Fiscalía Especial para Personas Desaparecidas.
5) Creación e
implementación de protocolos de investigación para personas
desaparecidas.
6) Implementación de un Programa Federal de Atención
Integral a las familias de personas desaparecidas.
7) Aceptar las
recomendaciones del Grupo de Trabajo para Desapariciones Forzadas e
Involuntarias de la ONU.
Como no las escuchan, como les pierden
los expedientes en las procuradurías, como la búsqueda de sus hijos es
únicamente a través de oficios, como siempre las engañan ellas del
llanto pasan pronto a la rabia.
“Nuestros gritos, nuestras
lágrimas no han llegado a los corazones de las autoridades que dicen
tantas mentiras, que nos hacen daño, que no quieren que busquemos”,
grita al micrófono la señora Rosario Cano, de Chihuahua.
“¡Qué
lástima que esos políticos y servidores público, procuradores,
ministerios públicos, gobernadores, el señor presidente se corrompieron
porque dan protección al crimen organizado y tienen las manos manchadas
de sangre! Nos ven destrozadas y cansadas por tanto exigir que cumplan
su trabajo”, grita una madre de Torreón.
“El gobierno, más que
para ayudar, está para hacernos daño. Por pedir que me regresen a mi
hermana y a mis primos hemos sido hostigados, amenazados, burlados;
tuvimos que irnos a vivir a otro lugar… Es un dolor latente, una muerte
que queda suspendida”, dice María de Jesús Alvarado, de Benito Juárez,
Chihuahua.
“Ellos se están riendo porque no son sus hijos, no
responden, se burlan, nos dejan con el corazón roto”, señala la señora
Muñoz de Ciudad Juárez.
“¿Cuántas tenemos que ser para que nos
hagan caso? Si las autoridades estatales no hicieron nada, uno tiene que
recordarles su trabajo; por eso acudí a Calderón, me colé como pude
cuando fui a Guadalajara, lo interrumpí en su discurso; prometió
personalmente ayudarme, mi hijo es el expediente 06 de la Procuraduría
Social y no pasó nada ¡No lo han buscado!”, denuncia airada la señora
Aguilar, de Guadalajara.
Norma Ledezma, la fundadora de Justicia
para Nuestras Hijas, que por primera vez representa a hombres
desaparecidos, dice que muchas veces las llaman locas, pero que la burla
de las autoridades es lo que las desquicia.
Viejo caminar
Al
pie del Ángel de la Independencia, donde las mujeres acampan, llega
doña Rosario Ibarra de Piedra, la senadora, la madre de los
desaparecidos durante los setenta y ochenta. Con su traje negro, el
infaltable colguije con la foto de su Jesús y les da palabras de ánimo a
sus oyentes.
Cuando baja las escalinatas, la mamá de la
ministerio público de la Unidad Antisecuestros Marazuba Teresa Gómez
Montes, levantada el 29 de noviembre de 2010 en Durango, le dice:
–Jamás pensé que mi hija sufriría las consecuencias de tanta corrupción.
–¡Era lo que no queríamos que sucediera! Son iguales los de hoy y los de antes… son delincuentes –dice la legisladora.
–Le pido consejo: ¿Qué hago? Usted ya vivió ese drama…
–Lo
sigo viviendo, no me lo han regresado. Usted siga luchando, hable con
todas las autoridades, búsquelo. Aunque no he parado ni un minuto
seguimos con la misma historia de hace 30 años. Antes empecé yo… ahora
son tantas.
La visita le recordó a Ibarra su peregrinar por
oficinas, despachos de todos los funcionarios del echeverrismo hasta el
propio presidente, la ilusión de que le resolvería su caso, las
decepciones a las que nunca se acostumbró “eran como golpes, como
latigazos en la espalda, nada sucedía; es horrible”.
La presencia
de la luchadora histórica hizo que doña Ema Veleta de Muñoz hablara por
primera vez en voz alta y la inspiró para decir: “Yo también voy a
seguir luchando”. Desde que se llevaron a los ocho varones de su
familia, sólo quería morir.
“Aquí he descubierto a muchas personas
con el mismo dolor de nosotros. Pensaba que era la única que lo sufría,
ahora veo que son tantas. Y ellas me dicen y yo les digo que le echemos
ganas, que por qué está pasando todo esto”, dice desde la silla donde
escucha los testimonios de las demás madres.
En el Ángel las
familias pasan lista por los ausentes. Bordan sus nombres en pañuelos.
Dan el testimonio de dónde se perdió el que les falta y todo lo que han
hecho por encontrarlos.
Reciben la visita de Javier Hernández,
representante local de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para
los Derechos Humanos señala que México vive en una alerta permanente por
el tema y califica que las autoridades son insensibles, que ni siquiera
han hecho un censo del problema.
Según la Comisión Nacional de
los Derechos Humanos son 5 mil 400 las personas desaparecidas y existen
casi 9 mil cuerpos sin identificar. Según el Movimiento por la Paz con
Justicia y Dignidad son más de 10 mil los que faltan en sus familias.
Al
final Yolanda Morán, una aguerrida madre de Torreón que tapizó la
ciudad de carteles con la foto de su hijo Dan Jeremeel lanza una
advertencia: “Nosotros vamos a seguir buscándolos hasta el último día de
nuestra existencia, nosotros parimos un hijo para el resto de nuestra
existencia…”
Otra vez los gritos de “Las madres, unidas, jamás
serán vencidas”. Mientras los asistentes responden: “Madres de la
marcha, el pueblo las abraza, no están solas, no están solas”.
Blanca
Martínez, directora del Centro de Derechos Humanos Fray Juan de Larios,
de Saltillo remata: “No les estamos pidiendo un favor, es una
exigencia, que hagan lo que deberían haber hecho… Gracias compañeras,
nos vamos con el corazón muy animado, fortalecidas”.
Entonces las
madres norteñas suben a los camiones. El final de su día lo dedican a la
Virgen de Guadalupe. A los pies de la Morenita, Ema Veleta de Muñoz
llora y reza lo que puede. Tras hablar con ella, sale con el rostro
transformado.
“Siento que me va a ayudar, nos va a hacer un gran
milagro la virgencita de darme el tesoro de volver a gozarlos a mi lado.
Me dio fuerza para seguir mi vida. Ya sé que el gobierno no, pero verá
cómo ella nos va a ayudar”, dice esperanzada.
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