QUINTO PODER
Creo que nadie lo definió mejor en tan pocas palabras como Mariano Azuela: Los de abajo, que supone intrínsecamente que hay un “los de arriba”. Y México es un país dividido, fracturado por esa idea del “otro” como alguien lejano, ajeno, diferente y en la construcción dual: opuesto, malo.
En las marchas que docentes de Oaxaca realizaron en años pasados se escucharon expresiones llenas de odio y rechazo, “indios” y “nacos” que afeaban la ciudad. Sí, los morenos, los que en consecuencia se les ve como al pobre, al que cuando entra a una tienda los vendedores voltean a mirar porque es el estereotipo de quien puede robar.
México es el país donde la gente tiene expresiones como “no tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre”, y “hay que mejorar la raza”. Las filiaciones promedio en este país mestizo es “tez blanca” o “morena clara”.
El mismo México de José Vasconcelos, con su “raza cósmica”, el que aún no resuelve, como muchos países latinoamericanos, su yo dividido entre el origen indígena y el conquistador, el rubio, el de ojos y piel clara, con todo lo que significa.
El México que tiene altísimos indicadores de discriminación, criminalización de los pobres, de las personas indígenas, de la negación de muchas personas para asumirse de una etnia y ocultarlo borrando sus apellidos como ocurrió en la zona maya, en borrar la lengua para que no fueran discriminadas sus hijas e hijos.
El México en el que siempre hay una búsqueda por otro que no termina de ser y no se admite en su infinita diversidad. El México que discrimina a su gente de ascendencia negra, y en el que los muertos los siguen poniendo en masa los pobres, indígenas… los de abajo.
Y entonces volvemos al origen de todo lo que hoy atraviesa el país, de quiénes están ahí en las carreteras bloqueando caminos, campesinos, estudiantes criminalizados, indígenas que reclaman sus tierras arrasadas por megaproyectos, campesinos despojados, madres y padres a quienes no se ha hecho justicia por los asesinatos y violaciones de sus hijas.
Y hay coincidencias notables: pobres, indígenas, gente de abajo y los normalistas sólo son la gota que llena un vaso lleno de 85 mil muertos por la guerra contra el narco, de las 25 mil personas desaparecidas, de las mujeres asesinadas a diario, de todos y cada uno de los crímenes de Estado que nos llenaron de miedo como sociedad en los últimos 50 años.
En este sumario de tragedias en las que el ejecutor por un lado es el narco, el Ejército, la policía, la omisión del Estado, enfrente ahí poniendo las muertas y los muertos en masa están “los de abajo” con muchísima constancia y persistencia, recordándonos, haciéndonos pensar en las políticas de exterminio que se vivieron en diferentes países latinoamericanos a finales del siglo XIX, con el “blanqueamiento” y la “europeización”. Realmente es tan descabellado verlo así, ¿es lejano?
En esta reflexión el concepto que retoman otros análisis periodísticos vuelve a cobrar vigencia: el genocidio. Podemos empezar por asumir que hay un factor común en las víctimas en un país de más de 100 millones de personas. De una masa aturdida por la televisora que reproduce modelos de belleza blanca plagados de atributos de bondad.
Qué tienen en común los 43 con las otras personas desaparecidas en medio de la “guerra contra el narco”. ¿Qué tienen en común las mujeres desaparecidas? ¿Qué tienen en común las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez por años?
¿Qué tienen en común las mujeres asesinadas en el Estado de México? ¿Qué tienen en común las mujeres violadas por elementos del Ejército en Oaxaca, Veracruz, Chiapas, Guerrero y muchos otros estados donde estos hechos no son denunciados?
Qué tienen en común los 300 desaparecidos en Coahuila, y seguiríamos con la pregunta de qué tenían en común los jóvenes asesinados en una “fiesta” en Chihuahua, qué une a los indígenas de la sierra Tarahumara con los yaquis de Sonora, qué hay en común en esos pueblos de Atenco, Aguas Blancas, Acteal, Ayotzinapa.
Hay una coyuntura que no podemos dejar pasar, que podemos o no atrevernos a mirar, a reflexionar o simplemente dejar pasar y hacer como si no estuviera pasando.
Incluso hacer como que no leemos esos análisis periodísticos –escasos– en los que se atreven a mirar la correlación y encontrar la política de extermino como en otros países contra ciertos grupos para la “limpieza étnica”, a escuchar lo dicho por Baltasar Garzón, ex juez español que declaró en Guanajuato que “Tlatlaya e Iguala son crímenes de lesa humanidad… el genocidio no está lejos en México”. Esto es, el genocidio latente.
*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Argentina Casanova*
Cimacnoticias | Campeche.-
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