Adital
Por Eugenia Gutiérrez*
No
existe un término para referirse a una madre que pierde a su hija, a su hijo.
No será viuda ni huérfana. Simplemente madre por el resto de su vida, una madre
sin sus hij@s. Ocurre lo mismo con un padre que padece la paternidad
interrumpida, pues no dejará de serlo nunca. En México, gran parte de los hijos
y las hijas que se pierden no lo hacen por enfermedad ni por accidente, sino a
causa de la violencia institucional. No son pérdidas naturales sino pérdidas
evitables. Ya sea por desnutrición, enfermedades curables, secuestro, asesinato
o por detención y desaparición, se calcula que un cuarto de millón de madres y
padres mexicanos han perdido a sus hij@s en lo que va de este siglo XXI, sin
que alguien se haya tomado la molestia de llevar una cuenta precisa. Tampoco
existe un término que pueda definir a los descendientes, familiares y conocidos
de una persona secuestrada, asesinada o desaparecida por policías, militares y
grupos abiertamente delincuenciales. Simplemente familias rotas. Nuestro país
ha generado en los últimos ocho años al menos 150 mil.
Conforme
avanzan las décadas, cada 25 de noviembre se intensifican las actividades
mundiales por el día internacional contra la violencia hacia las mujeres, pues
ésta no termina. En África, a ocho meses de su secuestro por parte del grupo
terrorista Boko Haram, 219 niñas estudiantes de la secundaria cristiana de
Chibok continúan secuestradas en Nigeria por señores de la guerra. Los
extremistas musulmanes encabezados por Abubakar Shekau las han mostrado videograbadas,
sometidas, insertas en doscientas burkas y repitiendo versos del Corán. En
distintos videos, un Shekau armado hasta los dientes ha amenazado con venderlas
por unos cuantos dólares para que se diluyan en un mercado sexual de
jovencitas. No conforme, se ha burlado de la campaña mundial "Devuélvannos a
nuestras hijas”, alegre y protegido por una escenografía de lanzamisiles. En
otros países en guerra como Siria, Palestina, Afganistán o Rusia, por mencionar
sólo algunos, decenas de miles de familias padecen los agravios del
desplazamiento forzado, los enfrentamientos militares, la migración y la falta
de acceso al alimento, la salud, la vivienda y la educación. Niñas, niños y
mujeres pagan la cuota más alta de dolor.
Datos
recientes recabados por la ONU indican que el 30% de las mujeres en todo el
mundo (unos 1,000 millones) padecen violencia física, sexual y psicológica por
parte de su pareja a lo largo de su vida, aunque menos del 10% lo denuncia.
Cada año, un millón de mujeres son secuestradas por el mercado de la trata y la
esclavitud. Niñas y mujeres realizan el 55% del trabajo forzado y esclavizante,
y conforman el 98% de las personas explotadas sexualmente. Cerca de 130
millones de mujeres contemporáneas han sido sometidas a mutilación genital en
África y Medio Oriente. Más de 120 millones de niñas (el 10%) han sido
violentadas en una o varias ocasiones, la mayoría de las veces por sus padres,
tíos y hermanos. Anualmente, unos 250 millones de niñas se casan antes de
cumplir los quince años. De hecho, el terrorista Shekau asegura que casó a su
hija antes de que la niña cumpliera los cinco años.
En un
contexto mundial tan hostil, México ha hecho aportaciones sobresalientes a la
numeralia de violencia contra mujeres en lo que va del siglo. Las cifras de
asesinatos, torturas, violaciones, obstrucción de derechos, violencia
intrafamiliar, niñas y niños sin hogar, trata de mujeres y abusos contra
menores nos colocan por encima del promedio estadístico mundial, y superan,
incluso, los registros de países en guerra declarada o que se recuperan
lentamente de largos procesos de genocidio. En la primera década de este siglo
quedaron registrados en México 14 mil feminicidios. Encuestas realizadas en
2011 (INMUJERES, 2014) arrojan datos que nos enmudecen: al 14% de las mujeres
mexicanas (casi 8 millones), su pareja las ha "golpeado, amarrado, pateado,
tratado de ahorcar o asfixiar, o agredido con un arma”. Pero el número de
mujeres golpeadas, humilladas, amarradas, pisoteadas, amenazadas, pateadas,
toleteadas y torturadas sexualmente por grupos delincuenciales y por
integrantes de fuerzas policiacas y militares ni siquiera se puede
contabilizar. Organismos de derechos humanos calculan que casi la totalidad de
las mujeres que son detenidas en nuestro país padecen tortura sexual.
El
México de hoy ofrece una amplia variedad de formas de violencia institucional a
las mujeres nacidas en esta tierra o venidas de muy lejos. Cada año, miles de
mujeres sin presente persiguen un futuro sueño americano que desde aquí deviene
pesadilla. Las jóvenes fértiles se anticipan al terror que les espera en
Chiapas, Veracruz y Tamaulipas colocándose, si pueden, dispositivos
intrauterinos antes de salir de Guatemala, Honduras, El Salvador o Nicaragua,
pues ya saben que ocho de cada diez serán atacadas (algunas, hasta tres veces)
en su recorrido por la silueta del Golfo de México.
Tan
sólo en la última década, decenas de mujeres han sido encarceladas por
practicarse un aborto o por sufrir un aborto espontáneo. Adriana Manzanares,
nahua madre de tres hijos, estuvo presa siete años en un penal de Guerrero
luego de que su padre la acusara de haber abortado. Fue liberada en enero de
2014. En tanto, las mujeres presas por motivos políticos se acumulan. A casos
como el de Remedios Alonso Vargas (detenida en 2000, madre de diez hijos y
sentenciada a 22 años) se han sumado recientemente los de Enedina Rosas Vélez
(en arresto domiciliario en Puebla), Néstora Salgado García (policía
comunitaria de Olinalá, Guerrero, presa desde hace un año), Hillary Analí
González Olguín, Liliana Garduño Ortega y Tania Ivonne Damián Rojas
(estudiantes detenidas el pasado 20 de noviembre en el zócalo capitalino,
trasladadas a un penal de alta seguridad en Nayarit), así como Jaqueline
Santana López (estudiante detenida el 15 de noviembre pasado en el Distrito
Federal). De los 31 periodistas asesinados en México en los últimos cuatro años
(Animal Político, 2014), seis son mujeres: María Elizabeth Macías Castro
(Tamaulipas), Yolanda Ordaz (Veracruz), Agustina Solano (Veracruz), María
Elvira Hernández Galeano (Guerrero), Regina Martínez Pérez (Veracruz) e Irasema
Becerra (Veracruz). La doctora y tuitera María del Rosario Fuentes Rubio fue
asesinada el pasado 16 de octubre por denunciar la violencia del estado en su
cuenta "Valor por Tamaulipas”. Sus asesinos la retrataron antes y después de
morir. Luego publicaron en su propia cuenta de twitter un macabro mensaje
póstumo acompañado de sus últimas fotografías.
El
desprecio con que son tratadas las mujeres detenidas en México es parte de la
normalidad de la conducta policiaca. El 6 de diciembre de 2012, desde el penal
de Santa Martha Acatitla (D.F.), las 11 mujeres que fueron detenidas junto con
95 hombres el 1 de diciembre de 2012 en la Ciudad de México, durante las protestas
en las que murió asesinado Kuy Kendall, informaron a la opinión pública la
manera en que los policías las ofendían con frases como "Pero qué tal gritaban,
perras”. La historia se repite este 2014, pues la abogada y cineasta Layda
Negrete reporta que en los actos represivos del pasado 20 de noviembre contra
la marcha pacífica en apoyo a los jóvenes normalistas atacados en Iguala, ella
y varias mujeres de su familia fueron golpeadas brutalmente por policías del
Distrito Federal al grito de "¡Pinches putas! Pero querían venir…”. Ante
denuncias como ésta, el secretario de seguridad pública del D.F. ha optado por
felicitar al cuerpo de granaderos por su "gallardía”, mientras espeta a Layda
Negrete y a decenas de personas agredidas y detenidas un "le guste a quien le
guste”.
En este
marco de violencia institucional generalizada destacan más que nunca los
esfuerzos organizativos de denuncia permanente y autonomía sostenida. El día de
ayer (24 de noviembre), un inquebrantable grupo de mujeres que padecieron tortura
sexual los días 3 y 4 de mayo de 2006 en la represión ordenada por Enrique Peña
Nieto en San Salvador Atenco informaron que avanzan en su campaña "Rompiendo el
silencio. Todas juntas contra la tortura sexual”. A la fecha, no hay
ningún policía ni funcionario consignados por la tortura sexual de 26 mujeres,
ni por los asesinatos de los jóvenes Francisco Javier Cortés y Alexis Benhumea,
pero el grupo intensifica sus trabajos. A las 11 mujeres que comenzaron este
esfuerzo colectivo (Ana María, Italia, Claudia, Cristina, Edith, Mariana, María
Patricia, Norma, Patricia, Gabriela y Yolanda) se han unido más mexicanas que
padecen cada día la tortura sexual de policías, militares y marinos. Las
mujeres que lanzan esta campaña se fortalecen trabajando unidas para denunciar
esta "especie de endemia de la tortura que hay que corregir”.
En una
comunidad indígena mexicana, una mujer zapatista, madre de siete, descansa unos
momentos en la cocina después de un día agotador de madrugada en el cafetal y
trabajo cotidiano. Con la frente hervida de piquetes, sus ojos tristes se
encienden en rabia junto al fogón mientras relata a sus compañeras las
anécdotas de la semana. Toda la presión de un grupo paramilitar escapa por sus
labios. Hay varios animales asesinados para lastimar a sus dueños. El recuerdo
del charco de sangre que una perrita dejó en el camino esa mañana enciende más
los ojos de la zapatista y la lleva a contar lo que vive todos los días en
carne propia: insultos, majaderías, burlas a sus hijas que no van a la escuela
(porque fue destruida), ofensas contra niñas y niños zapatistas, hasta llegar
al "te voy a meter bala” de un paramilitar que, siempre que puede, la amenaza
de muerte. Es en la colectividad indígena y en la autonomía rebelde,
constructora de Juntas de Buen Gobierno, que esta madre mexicana resiste los
embates de un sistema salvaje. Cada día, ese sistema violenta en mujeres como
ella los quince tratados internacionales ratificados por México en materia de
igualdad desde el 3 de mayo de 1938 hasta el 15 de marzo de 2002, además de una
Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia que nació
muerta. Esta ley fue diseñada desde la lógica de un feminismo sistémico que no
incomoda, no trasforma, no cuestiona ninguna estructura verdaderamente
patriarcal y no detiene la guerra. De hecho, la fomenta y la defiende porque no
es feminismo sino protección a ultranza de intereses económicos.
La
violencia institucional se teledirige hacia los amplios sectores sociales a los
que se les niegan sus derechos más elementales. Por eso, no todas las mujeres
viven mal en México. Muchas han recolectado las ganancias de cien años de lucha
por nuestros derechos. Una vez acomodadas en las esferas de poder y corrupción,
ellas ejercen la violencia. Una ladrona que no imparte clases porque no está
preparada para hacerlo se autodenomina maestra, aunque ha robado durante toda
su vida. Una mujer que compra bolsas de mano a precio de tres años de salario
mínimo coordina a nivel nacional una cruzada contra el hambre, patrocinada por
empresas que producen alimentos tóxicos. Una mujer de plástico contrae
matrimonio con un hombre que aceptó públicamente su responsabilidad en los
hechos de San Salvador Atenco donde hubo asesinatos, encarcelamientos y tortura
sexual. Luego presta su nombre para la adquisición indebida de un palacio y
tiene el cinismo de llamarse honesta. Otra mujer, hija y hermana de
narcotraficantes y madre de cuatro hijos, ordena junto con su esposo el ataque
a los hijos de otras.
Los
actos de barbarie cometidos recientemente por policías municipales de Iguala,
Guerrero, engrosan hoy la lista de agravios que debieron evitarse: una mujer,
un hombre y cuatro jóvenes muertos (uno de ellos, torturado); veinte personas
heridas, algunas en estado verdaderamente grave; un estudiante normalista en
coma desde el 26 de septiembre de 2014; otro sometido a varias cirugías de
reconstrucción facial; cuarenta y tres más secuestrados por la policía
municipal y que aún no regresan. A esos saldos trágicos hay que sumar el dolor
de las familias, con cinco jóvenes viudas, siete niñas y niños huérfanos
(Melissa Sayuri Mondragón, apenas a los dos meses de nacida) y decenas de
personas en espera de sus muchachos. Medio centenar más de madres y padres sin
sus hijos. Nuevas familias rotas.
Es
mucho el trabajo pendiente en México en materia de derechos humanos,
particularmente de mujeres, niñas y niños, pues vivimos en el país que acuñó el
término "feminicidio”. Frente a la inutilidad de exigir a las instituciones que
combatan un mal que les da vida y razón de ser, decenas de miles de mujeres y
hombres, en su mayoría jóvenes, siguen manifestándose contra la violencia en
cada espacio de libertad construido con autonomía. Algunas y algunos de ellos
se organizan con coraje para compartir experiencias de lucha en el próximo
"Festival de las Resistencias y las Rebeldías contra el Capitalismo. Donde l@s
de arriba destruyen, l@s de abajo reconstruimos”, que arrancará el 21 de
diciembre. "Su dolor es nuestro, su rabia es la nuestra”. Con esa profundidad
moral resumen las comunidades zapatistas su empatía con el dolor de los
normalistas de Ayotzinapa, de sus familias heridas y de nuestro país tan
lastimado. Es en esta sencilla convocatoria del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional y del Congreso Nacional Indígena donde decenas de
colectivos se disponen a trazar, desde un país en guerra, su propio camino de
construcción y paz para México y el mundo.
Ciudad de México, 25 de noviembre de 2014.
*Colectivo Radio Zapatista: www.radiozapatista.org
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